Después de un apasionado encuentro, Ainhoa de la Vega irradiaba un sutil resplandor. Enzo Castro la mantenía en sus brazos, mientras sus dedos largos y esbeltos delineaban los rasgos de su rostro. En aquellos profundos ojos de Enzo, se reflejaba una ternura que nunca antes había mostrado.
Aunque Ainhoa había sido llevada al límite. En aquel momento, se sentía profundamente amada.
Sin embargo, antes de que pudiera calmarse, el móvil de Enzo comenzó a sonar. Al ver el número entrante, Ainhoa sintió un escalofrío. Apretó más fuerte el brazo de Enzo y levantó la mirada hacia él diciéndole: "¿Podrías no contestarlo?"
La llamada era de Irene García, el verdadero amor de Enzo. Desde que regresó a Madrid hacía menos de un mes, había intentado suicidarse varias veces. ¿Cómo no iba a saber Ainhoa que Irene lo hacía a propósito? Pero Enzo no parecía preocuparse por cómo ella sentía. La apartó bruscamente, sin ningún rastro de la pasión que acababan de compartir. Con prisa, respondió la llamada.
Ainhoa no sabía qué se decían al teléfono, en cambio solo veía los ojos profundos de Enzo, llenos de una marea de emociones, más oscuros que la noche afuera. Tras colgar, él se vistió rápidamente y dijo: "Irene está intentando suicidarse otra vez, tengo que ir a verla."
Ainhoa se sentó en la cama, su piel blanca y sonrosada estaba marcada por besos. Miró al hombre con ojos ardientes y luego le dijo: "Pero hoy es mi cumpleaños, prometiste pasar el día conmigo, tengo algo muy importante que decirte."
Enzo ya estaba completamente vestido, con las cejas marcadas y una mirada fría mientras le decía: "¿Desde cuándo te has vuelto tan insensible? Irene podría morir en cualquier momento."
Sin esperar la reacción de Ainhoa, la puerta de la habitación se cerró con un golpe. Pronto, el sonido del motor de un auto llegó desde abajo.
Ainhoa sacó una pequeña caja de debajo de la almohada. Miró dentro de la caja a las dos alianzas y sus ojos se llenaron de lágrimas. Hacía tres años, unos maleantes la acorralaron en un callejón y Enzo resultó herido en el muslo al salvarla. Ella se ofreció voluntariamente a cuidar de él.
Ainhoa se quedó estupefacta. Pasaron varios segundos antes de que pudiera reaccionar. Sonrió débilmente y sin fuerzas.
"¿Crees que estoy haciendo una escena sin razón?" Le preguntaba ella.
"¿Acaso no es eso?" Le reprochó él.
La voz cansada del hombre llevaba un toque de frialdad que le clavaba un dolor en el pecho a Ainhoa.
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