—Cof, cof —
Aquella tos persistente no dejaba de escucharse, y Adrienne agradecía estar sola en ese momento, pues sabía que, si Adalet la escuchaba, se preocuparía demasiado por ella.
—Señora Williams, ¿Se encuentra bien? — cuestionaba el hombre al otro lado de la línea al escuchar a la mujer tosiendo fuertemente.
—Si, si, ahora lo que es realmente importante es que eso quede antes de que…tu sabes, el testamento debe de quedar en regla, mañana espero tu llegada para firmar todos los documentos y que todo quede en regla, me queda poco tiempo — decía puntualizando aquello ultimo la pobre mujer.
—Lo se señora Williams, y no debe de preocuparse, todo esta en regla, ya solo faltaría que usted firme y en un par de horas salgo hacia New York, ya me encuentro en el aeropuerto — aseguro el abogado.
—Bien, mañana terminaremos con esto señor Ramsay, se lo agradezco — dijo la mujer terminando la llamada.
Sentándose en el cómodo sofá que su hija había comprado para ella, se sintió un poco aliviada de aquel terrible dolor y sus muchos recuerdos llegaban hacia ella.
Tenía ya cinco décadas encima y algunos años más, su vida había sido económicamente plena, pero no feliz. Aun era joven, por supuesto, pero aquella fatídica enfermedad que la había atacado, le estaba robando los mejores años de su vida ahora que la había encontrado.
Era muy joven, apenas contando veinticuatro primaveras, cuando conoció a aquel humilde soldado del que se enamoro perdidamente. Siendo la única hija de los poderosos Williams, emparentados con la familia real, y una de las familias más influyentes y poderosas de Inglaterra, aquel apasionado romance estaba completamente prohibido. Sin embargo, lo que ella sentía hacia ese hombre, era tan fuerte que aquella enorme diferencia entre las clases sociales no le importo en lo absoluto y se entregó a él.
Cuando su padre se enteró de su amorío y de su gran ofensa, la desprecio y luego se encargo de enviar a su amado lejos de ella para que nunca más se volvieran a ver. Aquello la había destrozado, pero había muerto en vida cuando un mes después, se enteró de que su amado había muerto en batalla, y ella, intento arrebatarse la vida por ello. Pero dentro de su vientre ya estaba creciendo una vida, una que, cuando fue notada por sus padres, la condeno al encierro y a ser la vergüenza de su familia.
Durante todo su embarazo, Adrienne había sido encerrada, ocultada de los ojos curiosos del mundo, y soportando el repudio de sus padres que, sin dudarlo, se avergonzaron de ella y se lo hicieron saber durante todo momento. Cuando había llegado el momento del parto, apenas había podido ver a su hija y sostenerla durante un instante en sus manos, cuando su padre entró y la arrebato para siempre de sus brazos.
“Por favor padre, no te la lleves, ella es mi hija, es mi Adalet, mi Adalet” le suplico llorando a su cruel progenitor.
“Esta mocosa es la prueba de tu deshonra, la enviare lejos, a donde nunca puedas encontrarla, y luego que te recuperes de tu felonía, te casaras con un hombre que ya escogimos, tenemos que cubrir tu vergüenza para que no humilles más a tu familia, ¿Te quedo claro?”
Con aquellas palabras su padre la había condenado a una vida de sufrimiento.
Adrienne recordó su vida después de eso, como fue que la habían casado con un hombre mucho mayor a ella que la maltrato y humillo toda su vida, como había sido muy feliz al verlo morir, y como le recordó tanto a su padre y a su madre, en sus lechos de muerte, que jamás los perdonaría por todo lo que le habían hecho.
Después de que enviudo y heredo todo de sus padres y esposo, Adrienne paso una década entera buscando por todas partes a su hija perdida, y cuando encontró a la mujer que fue su nana y esta le confeso la verdad, fue la primera vez que ella en verdad tuvo esperanza.
“La llevamos a Estados Unidos por orden de su padre, y fui yo quien la dejo en ese hospicio, pedí a las monjas que le pusieran el nombre que eligió para ella, Adalet”
Y así, busco, y busco, y busco, hasta que finalmente encontró a su Adalet en los registros de ADN de una penitenciaria de mujeres. Cuando la conoció, sintió como su corazón se inflamo de felicidad, y al mismo tiempo, deseo la muerte de aquellos que injustamente habían hecho sufrir tanto a su pequeña, que había parido en prisión después de ser injustamente acusada de un par de horrendos delitos que jamás cometió, y todo por una razón tan similar a la suya que le destrozo el alma.
Hizo todo lo que pudo, y usando todo el poder que su odiado apellido le podía dar, logro sacar a su hija y a su nieto de aquel infierno al que los habían condenado, sin embargo, aun no podía, aun no se atrevía a decirle a su amada Adalet la verdad, aun no tenia el valor para hacerlo. Esperaba lograr decir aquella verdad tan dolorosa pronto…antes de que fuese demasiado tarde.
En el parque, Adalet compartía con Dante un lindo momento. Sabia que tenia que decirle a su pequeño la verdad de lo que estaba ocurriendo con su abuela, pues en cualquier momento ella…realmente no quería pensar en ello, y no tenia el valor para decirle a su hijito aquella noticia tan triste.
—Mami, vamos a los columpios, quiero que me empujes, pero la próxima vez hay que traer a mi abuelita, quiero que juguemos en el tobogán como antes, cuando ella me cuidaba — decía Dante realmente animado.
Adalet sintió como se le hacia un doloroso nudo en la garganta, aquello no estaba resultando fácil, nada fácil.
—Si, no he dejado de pensar en lo ocurrido — mintió.
Bastián se acerco un poco más a ella. — Se que no estas bien, y aun cuando no tenemos mucho tiempo de conocernos, me gustaría que confiaras en mí, Adalet — dijo.
Adalet sabía que Bastián no se conformaría con un no quiero hablar, cuando ya le había demostrado ser demasiado persistente, quizás, hasta el cansancio, así que, dispuesta a sacarse ese malestar de encima, decidió hablar…a medias.
—Enzo y yo estuvimos enamorados una vez, fue algo intenso, yo en verdad lo ame de verdad, pero bueno, no tenia mucho dinero entonces, así que no fui del agrado de su padre, y nunca llegamos a nada…digamos, que fue un amor que fue y que no fue, algo mucho más platónico que algo concreto, pero sabes tan bien como yo quien es Ernest Stone, así que, ahora que he vuelto, prefiero mantener un perfil bajo — dijo aquella verdad a medias, omitiendo que en realidad había sido la esposa de Enzo, y todo lo que Ernest le había hecho sufrir por ello.
Bastián supo que lo que Adalet acababa de narrarle, coincidía perfectamente con lo que Simone le había dicho, sin embargo, algo en su interior le decía que era algo más que solo eso, aunque, por ese momento, no la presionaría más; ya era bastante que se lo hubiera dicho.
Tomando las manos de la pelirroja, la miro a los ojos.
—Lamento que hayas pasado por eso — dijo con sinceridad.
Adalet sintió el caliente aliento de Bastián cerca de ella, y nuevamente aquella hambre de esos labios surgió dentro de ella.
—Gracias — dijo tan solo eso sin saber que otra cosa pronunciar.
Mirándose fijamente, Adalet y Bastián se acercaron un poco más al otro, se besaron nuevamente, esta vez, lento, suave, transmitiendo en el aquello que ambos comenzaban a sentir en contra de su voluntad y de su buen juicio. Ninguno había reparado en Dante, en el hecho de que podría verlos, y se siguieron besando obedeciendo únicamente al deseo que sentían por dentro, sin importar lo demás.
Dante, miraba aquello desde los juegos, y sonriendo internamente, deseo que fuera Bastián quien se convirtiera en su nuevo papito.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La venganza de la ex esposa