La venganza de mi mujer ciega romance Capítulo 239

La mañana del día siguiente, Julio se despertó. Tenía resaca, y le dolía mucho la cabeza.

Se levantó apoyando la frente con la mano. Olió a alcohol en su cuerpo y la ropa, desordenada, era de ayer.

Miró la cama y notó que desapareció la mujer que debía acostarse aquí. Tocó la manta, que era fría, como si no se usara anoche.

Los ojos de Julio se abrió. Bajó de la cama y se lanzó hacia la sala llamando a Romina. No estaba en la sala. En la mesa quedan sobras y botella de vino. Todo era desordenado.

Julio tenía un mal presentimiento.

Romina era una persona ordenada, no era posible dejar a los residuos quedar aquí. Recorrió en la casa y no podía encontrarla.

Se sentó sorprendido en el sofá. De repente se le ocurrió algo y miró al sofá.

La maleta desapareció. En este momento, estaba seguro que se fue ella.

No podía creerlo. Anoche le prometía que no se fue Romina, ¿por qué se arrepentía? No lo entendía. Le dolía mucho por pensarlo.

Su expresión era fría. Acariciaba la sien frunciendo los ceños. El pulso se le acercaba. Sentía que pasaría algo, pero no sabía qué paría, así que estaba molesto.

Cuando la buscaba, revisó todas las partes de la casa. Excepto ropa, no se había llevado nada, incluso el móvil.

Romina se quedaba a su lado, no era para el dinero.

No podía superarlo al pensar en Romina. Echó todas las culpas a Yolanda.

La razón por la cual se fue era por Yolanda. Estaba asustada, por eso se fue en la noche.

Fue a la empresa.

Yolanda se quedó en la empresa toda la noche velando. Dormía en el sofá cuando la despertó Julio.

Abrió los ojos y vio la cara de ira de Julio.

Yolanda miró el reloj. Solo eran las seis. Se rio,

—¿Por qué vienes tan temprano. Creía que solo podría verte por la tarde y estés en la cama en este momento.

Julio la miró con enojo,

—Cállate.

Respiró profundamente y dijo en voz baja,

—Se fue Romina.

Yolanda se sorprendió y se rio,

—Es una lista mujer. Es mejor, o solo podría sufrir.

La expresión de Julio era más fría,

—Todo es tu culpa. Si no la hubieras golpeado en pleno calle, no se habría ido.

Yolanda estaba molesta por la falta de sueño y no podía controlarse al escuchar esto,

—¿Estás loco? Soy tu hija, y esa mujer solo es una puta. Me reprochas por esa mujer. ¿No sabes se fue porque nuestra empresa se encontró con la crisis?

—Siempre crees que los demás tienen mala intención. Ella no quiere mi dinero. Se fue sin llevarse nada.

Creía que Romina era una buena mujer. Él mismo no estaba seguro si se fueron su mujer y su hija cuando estuviera en bancarrota. La quería más por su desaparición.

Yolanda estaba sorprendida y frunció el ceño. Vio a la mujer el día anterior. Creía que ella se acercó a Julio por el mandato de alguien o por dinero.

Pero se fue sin llevar nada, lo cual era muy raro.

¿Qué quería? No por propiedad, ¿acaso por Julio?

Yolanda tenía un mal presentimiento, pero no podía saberlo. Se sentía cada vez más angustiosa.

No le gustaba que Julio estuviera pensando en esa mujer frente a ella.

Julio era cada día más inútil. Se actuaba así solo por una mujer, ni no se preocupa por la empresa.

Pero era el dueño de la compañía, por eso Yolanda tenía que aguantarlo,

—Estoy cansada por trabajar toda la noche. Solo quiero dormir. Fíjate en el Grupo Santángel. No podemos pasar la crisis una vez más.

Julio le prometió con impaciencia. No creía que tendría problema su empresa. El Grupo Seco había publicado el anuncio y no había pasado nada ayer.

Tal vez a Umberto todavía no se le ocurrió la conspiración contra ellos.

Yolanda estaba acostado en el sofá. Tenía sueño pero no podía dormir.

Siempre pensaba que pasaría algo malo. Recordaba lo que pasó el día anterior y de repente se le ocurrió que Jaime Seco se iría hoy.

Se levantó con toda prisa y lo llamó.

Le respondió pronto,

—Yolanda, ¿qué pasa?

Apretó estrechamente el móvil escuchando su voz y no quería que se fuera.

Al principio, no lo quería, pero después de unas citas, se enamoró de él porque la trataba bien.

Ella sabía que no regresaría dentro de dos años. se tranquilizó un rato y respondió:

—¿Te vas ahora?

Jaime estaba en el coche. No era un honor su salida.

Se sentía más desagradable cuando Yolanda hablaba de eso.

Pero no se enfadó:

—Sí. ¿Qué pasa?

Yolanda respiró profundamente:

—No podía despedirte bajo esta situación. Cuídate.

Escuchando su voz suave, Jaime se serenó,

—Claro. Tú también. No puedo ayudarte y eso me da vergüenza.

—Sé que ya has hecho mucho.

La ayudó mucho. La empresa se salvó del golpe del Grupo Santángel la última vez fue por su ayuda, que él se lo pidió a su abuelo. Así que ella se lo agradecía mucho.

Solo esperaba que Jaime podría controlar al Grupo Seco dos años después, y el Grupo Carballal tenía un apoyo real. Quería casarse con él y sería la señora de la familia Seco.

Jaime sentía un poco de remordimiento. El conductor lo apresuró. Solo podía apresurarse a despedirse de ella,

—Tengo que irme. Sabes dónde estoy. Si te encuentres con dificultad, podrás acudir a mí.

Jaime colgó el teléfono antes de que le respondiera Yolanda.

Quería irse cuando escuchó la ironía de alguien.

—Jaime, no esperaba que un día te vas de la Ciudad Sogen como un perro con el rabo entre las piernas.

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