La venganza de mi mujer ciega romance Capítulo 336

Albina sostenía el álbum y miraba intensamente al bebé de la foto.

Era tan pequeño y bonito, tenía una cara redonda, pero se notaba su belleza cuando fuese maduro.

—¡Vaya, qué bebé más lindo!

Albina se emocionó mucho, se sostenía el rostro y miraba detenidamente la foto.

No esperaba que Umberto fuera tan lindo cuando era niño.

Al verla así, la Señora Santángel se rio y también dirigió su mirada a la foto.

Había un bebé gordito con rasgos faciales muy delicados y lindos, sus redondos ojos miraban hacia adelante y sostenía un pequeño tren de juguete en su mano.

Parecía un poco atolondrado, pero aún así se veía muy lindo. Además, llevaba una ropa para bebé que se veía bien gracioso. Albina echó un vistazo a Umberto y soltó una carcajada sin querer.

Aunque Umberto estaba jugando ajedrez con su abuelo, no dejaba de mirar a Albina por el rabillo del ojo, y al verla de repente reírse de él, se sintió curioso de lo que había ocurrido.

Al ver que el abuelo aún fruncía el ceño para pensar el siguiente paso, pidió a su padre que sentara en su asiento.

—Papá, siéntate aquí y juega con abuelo, por favor.

Sergio Santángel hacía tiempo que ya no quería jugar con Umberto, porque no sabía respetar a sus mayores. Había ganado todos las partidas sin ceder ni una a su abuelo, y eso lo dejó sentirse muy frustrado.

Ahora que finalmente lo vio retirarse, rápidamente recogió todas las piezas de ajedrez y miró a su hijo con gran interés.

—Ya que Umberto se fue, juguemos una nueva partida.

El padre de Umberto no tenía otra alternativa más que aceptar su invitación y dejarlo ganar todos los juegos para complacerle.

Después de que Umberto se levantó, caminó directamente hacia Albina, se sentó a su lado apoyándose contra ella, y le preguntó en voz baja:

—¿De qué te ríes tanto?

Albina rápidamente le mostró la foto.

—Umberto, ¿te acuerdas de esta foto? Te la sacaron cuando aún eras un lindo bebé, pero ahora te ves tan distinto.

«¿Quieres decir que ahora soy feo?»

Umberto entrecerró los ojos y señaló su rostro.

—¿Qué pasa con mi rostro actual? ¿No es bonito? ¿No te gusta?

Albina se quedó atónita por su pregunta, miró sus delicados y hermosos rasgos faciales y dijo enrojecida: —No, me refería a que te veías más tierno que ahora.

«Parecías tan pequeñito y carnoso, tenías un encanto que le agradaba a la gente, pero ahora con solo una mirada, intimidas a todos los que se te acerquen.»

La Señora Santángel al ver que a Albina le gustaba mucho la foto, le recordó con una sonrisa.

—Hemos guardado muchas fotos de Umberto en este álbum.

A diferencia de los mayores, el padre de Umberto había sacado muchas fotos de su hijo después del nacimiento.

—Mira, aquí hay una foto de cuando cumplió un mes de nacimiento, esta la sacó cuando cumplió 100 días y está cuando cumplió un año.

Dicho esto, la Señora Santángel puso el álbum frente a Albina para que los dos lo vieran juntos.

—Mírenlas ustedes, yo tengo que ir al baño.

Albina hojeaba con ansias las páginas, tal como decía la Señora Santángel, vio muchas fotos de Umberto que fueron sacados por diferentes escenas con múltiples posturas.

Al principio, cuando tenía uno y dos años, se había retratado en posiciones muy graciosas, lo que hizo que Albina se emocionara al ver cada una de estas fotos.

Pero Umberto se sentía tan avergonzado que incluso sus orejas se enrojecieron.

No sabía que había tantas locas fotos suyas.

Poco después, Albina descubrió que casi no había fotos después de los dos años, de vez en cuando, aparecía fotos de Umberto con la cara hosca y vestía con traje pequeño.

—Cuando mi abuela falleció, mis padres me enviaron a vivir con mi abuelo, porque estaba muy triste y solo —Umberto explicó.

Y desde ese momento, los padres de Umberto dejaron de prestarle atención a su hijo. El abuelo lo educaba de forma muy estricta desde pequeño, lo que le generó un carácter cada vez más indiferente y se alejara más de sus parientes.

Al escuchar esto, Albina miró al niño de rostro serio y se le quitó todo el humor para reírse, hasta que comenzó a sentir lástima por él.

Las siguientes fotos aparecían una vez al año o varios años y Umberto se veía cada vez más imponente y con una expresión distante.

Albina sintió como si estuviera observando el crecimiento de Umberto.

Dentro de todas las fotos, había una que le gustó mucho.

En esa foto, Umberto parecía tener unos dieciséis o diecisiete años, vestía una camisa blanca, pantalones negros, tenía un cabello esponjoso y refrescante, ojos fríos, piel blanca y rasgos faciales extremadamente hermosos, era tan llamativo que nadie podría olvidarlo con solo verlo.

—¡Qué guapo! —Albina susurró mirando la foto con ojos brillantes.

Al ver que le gustaba, Umberto sacó la foto del álbum y se la puso en la mano.

—Es tuya.

Albina se congeló por un momento y dijo avergonzada:

—Gracias, pero debe ser una foto muy valiosa para la familia, no puedo aceptarla.

Umberto se rio.

—No te preocupes, seguramente mi mamá tiene más de estas fotos, además, eres mi futura esposa, así que eres la persona más indicada para guardarla.

Si no fuera por la fuerte objeción de la Señora Santángel, Umberto definitivamente habría botado todas esas vergonzosas fotos, lo que más le molestó era que estas fotos fueron presentadas a Albina. Umberto se veía muy antinatural y creyó que su imagen fue arruinada por completo frente a ella.

Albina no se dio cuenta de sus pensamientos, sostuvo la foto y la miró con cariño.

Umberto al verla así, sonrió.

Los rayos de sol entraban por la ventana, las cortinas blancas ondeaban por el viento, y una hermosa pareja se miraba con dulzura. Era una imagen muy acogedora.

La Señora Santángel capturó esta escena y levantó la cámara para detener y guardar otro momento inolvidable, luego sonrió mirando a la pareja de la foto.

Entonces una nueva foto se pondría en el álbum de la familia y probablemente pronto recibiría una nueva criaturas a la familia.

Después de terminar de hojear el álbum, Albina puso cuidadosamente la foto de Umberto en su billetera y antes de guardarlo, la volvió a mirar y tocar por un buen rato.

Luego, giró la cabeza y miró a Umberto.

—Mañana, voy a ampliar e imprimir esta foto para después enmarcarla y ponerla en nuestra habitación.

Las orejas de Umberto se pusieron rojas al escuchar sus palabras entusiastas.

—Por favor no lo hagas, me sentiré raro al enfrentar mi foto cuando entre a nuestra habitación.

—Pero a mí me encantaría verla todos los días.

Umberto abrazó el hombro de Albina y susurró:

—En nuestra habitación debería colocarse una foto de nuestra boda, y en cuando a esta foto, mejor guárdala en tu billetera para que nadie más que tú la vea, la foto solo te pertenece a ti.

Albina estuvo muy de acuerdo con lo que dijo y asintió repetidamente.

—Sí, solo me pertenece a mí.

Mientras miraba la foto, de repente giró la cabeza y sacó la billetera de Umberto de su bolsillo.

—¡Déjame ver si guardas alguna foto en tu billetera!

«La billetera del Señor Seco tiene una foto de su hijo mayor fallecido, tal vez Umberto también guardara una foto especial para él.»

Umberto se sorprendió por el acto repentino de Albina y cuando vio que ella estuvo a punto de abrir su billetera, rápidamente la detuvo con mucha timidez.

—Albina, no hay nada dentro.

Albina se detuvo y lo miró con desconfianza.

—Si no hay nada, entonces ¿por qué estás tan nervioso?

Las orejas de Umberto se pusieron muy rojas.

—¡No me malinterpretes!

Su ansiedad despertó aún más la curiosidad de Albina, miró a Umberto y de repente dijo:

—¿Acaso se trata de una foto de tu exnovia, o de tu primer amor?

Cuanto más hablaba, sospechaba más de Umberto, había recordado que Ariana le habló sobre el primer amor de Santiago, entonces empezó a enfadarse por imaginar que Umberto también amaba a otra mujer e incluso metió su foto en la billetera.

—¿Qué tonterías estás diciendo? —Umberto le dio unos golpecitos en su frente— ¿Cómo puedes ser tan malagradecida conmigo cuando te trato tan bien?

—¡Entonces déjame ver! —insistió Albina mirando fijamente a los ojos de Umberto.

Antes de que Umberto pudiera hablar, de repente alguien le arrebató la billetera.

—Umberto, también queremos saber de qué hay escondido en tu billetera y qué es lo que te causó tanta inquietud.

La Señora Santángel sostuvo la billetera y se paró frente a ellos con una sonrisa en su rostro.

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