La Verdadera Novia del CEO romance Capítulo 12

Al llegar a la mansión Marchetti, Zoe se va directo a la habitación como si fuera un robot. Daryl la sigue, porque necesita hablar con ella sobre ese posible embarazo, pero cuando la chica abre la puerta de la habitación, se tambalea segundos antes de desplomarse.

Daryl logra tomarla entre sus brazos antes de que se golpee contra el piso y comienza a gritar por alguien que llame al doctor.

La lleva a la cama, se aparta y puede ver la expresión de la chica, que no se parece en nada a la que vio en aquella fiesta, risueña, alegre y con un brillo especial. Estaba por completo apagada, demacrada y con profundas ojeras bajo sus ojos.

Rita se para en la puerta para decirle que el doctor llegará en unos minutos.

—Prepárele una sopa, algo ligero, pero que sea rápido.

—Sí, señor.

Rita sale corriendo para cumplir con la orden, mientras que Zoe recupera poco a poco la consciencia.

—¿Qué me pasó?

—Te desmayaste —le dice él tomando asiento en una silla al lado de la cama y cruzando los dedos—. Zoe, quiero preguntarte acerca de algo que me tiene preocupado desde hace varios días.

—Dime… —ella lo ve algo contrariado, así que lo anima un poco más—. Solo dilo, aprovecha que no puedo pelear.

—Verás, aquella vez que estuvimos juntos, no recuerdo haber usado… ya sabes, protección y…

—Pero yo sí recuerdo, no lo hicimos. Estabas tan desesperado por llevarme a la cama, que no te paraste a pensar en eso —aunque sea algo frontal, no hay reproche o molestia en sus palabras.

—Y eso es lo que me preocupa, porque puede haber consecuencias…

—¿Te refieres a que esté embarazada? Claro que no, ninguna.

—No puedes estar segura de eso —le pregunta él con el ceño fruncido, pero ella niega mirándose las manos.

—Puedes estar tranquilo, no tendrás un hijo conmigo, porque ese mismo día tomé la píldora del día después. Yo no quería quedarme embarazada, pensando en que solo me traería problemas y no era la manera en la que quería concebir un hijo.

—¿Estás segura?

—Tanto que hace unos días tuve mi periodo y si no estás conforme, me puedo hacer una prueba. No estoy embarazada.

Lo ve respirar con alivio, como si le hubiese quitado un peso de encima y no puede evitar sentirse dolida. Se sienta en la cama, con toda la intención de irse, pero Daryl la detiene.

—¿A dónde crees que vas?

—A la otra habitación, no creo que quieras estar conmigo aquí, después de todo lo que ha pasado.

—No seas tonta, el doctor vendrá a verte, no es normal que te desmayes y te ves muy mal.

—Daryl, no tienes que cargar conmigo ni fingir preocuparte por mí. Tengo claro que no soy nada para ti.

El hombre deja escapar un bufido de impotencia y se pone de pie para enfrentarse a ella, pero unos toques en la puerta llama la atención de los dos.

—Adelante, doctor, los dejaré solos para que tengan privacidad.

Minutos después el doctor sale y le dice a Daryl que puede ser que tenga un cuadro de anemia. Le indica una buena alimentación basada en hierro, que duerma lo suficiente y le dice que se lleva unas muestras de sangre para comprobar su diagnóstico, además de ver la gravedad.

—Doctor, ¿podría comprobar si está embarazada?

—Claro, no hay problema con eso. Los resultados estarán mañana temprano, se los haré llegar en cuanto los revise y tenga el diagnóstico.

Al entrar, Zoe está recostada, hecha un ovillo en una orilla de la cama, dejando un enorme espacio en esta. Va a entrar para hablar con ella, pero Rita llega con la bandeja de comida.

—Rita, muchas gracias, pero no quiero nada…

—O te tomas esa sopa ahora mismo o llamo a tu primo para que me ayude a internarte en el hospital, allí sí que te darán de comer.

—No serías capaz —sisea Zoe y Daryl sonríe como siempre, con esa expresión maliciosa.

—¿Tú crees? —dice sacando su teléfono.

—¡Ya! No hagas nada, no quiero preocupar a mi primo.

De mala gana recibe la bandeja, respira profundo para poder soportar la primera cuchara con comida, pero en cuanto la prueba, comienza a devorarla. Se la acaba y queda con una sonrisa sincera, la primera que puede expresar en muchos días.

—¿Se le ofrece algo más, señorita?

—Una ensalada, si es posible…

—De espinaca, desde ahora y hasta que se mejore, debe tener una dieta alta en hierro.

—Sí, señor… voy por su ensalada.

La chica sale de allí, dejando a la joven pareja sola e incómoda. Todos esos cuidados la tienen desconcertada, porque hasta ahora no se han llevado de lo mejor.

Sin embargo, verlo así, hace que Zoe vuelva a bajar la guardia, pensando en que tal vez tenga una oportunidad con Daryl.

Así, pasan un par de días, en los que se siente un poco mejor, hasta que recibe el llamado del abogado de su abuelo mientras está en la sala leyendo un libro.

—¿Aló?

—Señorita Amato…

Pasan los dos días y Zoe se encuentra en la oficina del abogado, en donde se encuentra a su tío, su primo y a Anabet.

—Hija… ¿cómo has estado? Te fui a visitar, pero me dijeron que no podías recibir visitas.

—Vaya, ni yo misma lo sabía, pero no me sorprende que así sea, después de todo, solo soy una prisionera en esa casa.

—No hables así de Daryl, él es un buen hombre —interviene Anabet y Zoe la ignora—. Lo que pasa es que no tiene por qué darle consideraciones a una zorra como tú.

—Mira, Anabet, a mí no me hables así, porque ahora mismo no tengo paciencia y no es el lugar… aunque pedirte que te comportes es imposible, en especial si casi terminas cogiendo con tu novio en el despacho de mi abuelo en el momento que llevaban su ataúd a casa.

Anabet le da una bofetada, la que Zoe va a regresar, pero Carlo la detiene.

—Zoe, no le des gusto, esto solo te va a traer problemas.

Sabe que es verdad, pero no se va a quedar así, ya se las cobrará.

El abogado les indica que pasen, toman asiento y lo ven abrir un sobre, del cual extrae el documento. Comienza a leer y finalmente, comienza a la distribución de bienes.

—«Para mi hijo, Francesco, le dejo todas mis propiedades, a excepción de la mansión en la cual viví mis últimos días. Te dejo el 50 % de mi dinero, distribuido en las cuentas bancarias que ya conoces, además de rectificarte como vicepresidente de la empresa, para que puedas pasar tiempo con tu esposa y descansar, ya que has trabajado arduamente desde muy joven.

«A mi nieto, Carlo, le dejo el otro 50 % de mi dinero, distribuido en las cuentas bancarias que ya conoces, y te ratifico como presidente de la empresa, para que puedas inyectarle energía y permitas que tus padres vivan cómodamente, siendo desde ahora el principal responsable de lo que con ella suceda. Además, te dejo la mansión Amato, uno de mis más preciados tesoros, para que puedas formar tu familia y perpetúes el apellido de nuestra familia.

«A Anabet, le dejo mi colección de monedas y estampillas, avaluadas en cinco millones de euros cada una, cuídalas, consérvalas y déjalas para tu descendencia.

«Y finalmente, a Zoe, le dejo mi colección de libros, que no tienen mayor valor monetario, pero que sé a ella le gustará tenerlo en su nuevo hogar. Cuídala, consérvala y déjalas para tu descendencia.

El abogado da por terminado el testamento y Anabet se pone de pie.

—¿Cómo? ¡¿Solo me dejó eso?! —chilla molesta—. ¿Y la casa en Alemania, la de Inglaterra?

—Esas propiedades ya no pertenecían al señor Amato, prescindió de ellas mucho antes de morir.

Mientras ella chilla y reclama por lo que su abuelo le dejó, Zoe se pone de pie con una sonrisa. Su abuelo dijo que esos libros no tenían valor monetario, pero ella sabe que no es así. Allí hay primeras ediciones de grandes obras de la literatura universal, algunos con valor superior a los quinientos mil euros.

Pero más allá de eso, es el valor que para los dos tenía, puesto que cuando ella se quedó sola, tras la partida de Daryl, su abuelo la refugiaba en la biblioteca y leían juntos aquellos libros.

Y, ahora, que se ha quedado sola otra vez, esos libros serán nuevamente su refugio.

—Zoe —le dice Carlo alcanzándola antes de que se suba al auto, en donde Sanders le sostiene la puerta—, espero que no estés molesta conmigo, no sabía que el abuelo haría algo así, se supone que eras su favorita y…

—Tranquilo, lo que me dejó es lo que necesito ahora —le da unas palmadas en el brazo, un beso en la mejilla y se sube al auto, para ir de regreso a su prisión.