Ian
El trayecto de vuelta a casa es distinto a otras veces. Por regla general cuando estoy en algún sitio cerrado con Emma a mi lado, me gusta ver como se pone nerviosa, como le impone el silencio, que para ella es tenso e incómodo, como se dedica a retorcerse los dedos. El silencio que nos envuelve ahora es tranquilo, de felicidad. Lo único que enturbia mis pensamientos es el temor a que en cualquier momento me falle. Me lanza una mirada fugaz que pillo por el rabillo del ojo. Es tan insegura que me divierte.
-¿Te lo has pasado bien? - pregunta.
-Son agradables. Tenía otro concepto de Torres.
Pensaba que era un mujeriego que no respeta a la mujeres... más o menos lo que piensan ellas de mi.
-¿Ves? es bueno conocer a la gente - suelta con tono condescendiente. Como haría una madre enseñando a un hijo.
Le lanzo una mirada aburrida, levanto la ceja y suelto el aire por la nariz.
Dejo el coche en el parking. Me bajo con más ligereza de lo normal para abrirle la puerta a Emma, cuando quiero puedo ser todo un caballero. Caminamos hasta el ascensor, antes de montarnos, da un largo suspiro.
-¿Qué ocurre? - entrelazo sus dedos con los míos.
Me siento libre para poder actuar como me apetece en cada momento, con ella es todo más fácil. Si quiero coger su mano, no tengo que aguantarme. Entra vacilante dentro, puede que le de miedo quedarse encerrada de nuevo, o tal vez, está pensando en Leticia. No se que habrán hablado durante la media hora que han estado juntas, pero no logro borrar de mi recuerdo la mirada de desprecio cuando salió.
-Nada.
Esta vez, camina directa hacia mi dormitorio, arrastrándome con ella. Se tumba sobre la cama, y yo a su lado, apoya la cabeza sobre mi hombro. Su pelo huele a fresas dulces. Toda ella es atracción, cada movimiento es el leve aleteo de una mariposa. No comprendo como no ve lo que ven mis ojos. Coloca una de sus manos sobre mi abdomen, y despacio, va desabrochando los botones de la camisa hasta dejar mi pecho descubierto.
-Emma, no - corto tajante. Sujeto su mano para que pare.
-¿Por qué? - pregunta levantando la cabeza para mirarme.
Ella no lo entiende y no estoy seguro de que comprenda el motivo. Esta cama es el epicentro de mi dolor, aquí he poseído a tantas mujeres que no recuerdo ni el número, y no quiero que ella sea como todas las demás. La primera vez que lo hagamos como pareja tiene que ser distinto, porque desde mi divorcio, jamás había tenido un sentimiento de por medio.
-Aquí no, tú no eres como las otras - le acaricio la mejilla para que borre la duda de su rostro.
-¿Con cuantas mujeres has estado?
-¿Con cuantos hombres has estado tu? - contraataco a la defensiva.
-Con dos, y eso contándote a ti - Eso no es posible. Tiene que estar mintiéndome. Uno soy yo y el otro el indeseable de su ex-novio ¿solamente nosotros? Por como se comportó en mi despacho, habría jurado que era experimentada y que solía andar con hombres fuera de su relación. No se la veía cohibida ni tímida - ahora tu ¿con cuantas?
-No lo se, muchas - corto incómodo.
No llevo la cuenta de mis conquistas, pero sin duda son muchas. Al principio de divorciarme volvía a casa cada día con una distinta y por la mañana ya no recordaba ni sus nombres. No estoy orgulloso de haber hecho eso, pero perdí toda la fe en las mujeres.
-Mmmmmm ¿cien? - Se aporrea el labio mientras continúa pensando números.
-Tal vez - contesto quitándole importancia.
-¿Y nunca has sentido nada por ellas?
Creo ver hacia donde va la conversación y como puede terminar. Es difícil explicarle a una mujer que solo servían para aliviar una necesidad y que si ellas comenzaban a sentir algo, les daba de lado.
-Lo cierto es que no. Voy a ducharme.
Mientras dejo que el agua caiga por todo mi cuerpo, una idea va tomando forma en mi mente. Creo haber encontrado la manera de que ella sea distinta y que lo sepa.
La ayudo a bajarse del coche. Mientras espera a que desate el pañuelo se retuerce los dedos, es tan fácil saber cuando está nerviosa. Parpadea un par de veces, acostumbrando la vista a la claridad. Gira la cabeza para admirar el paisaje y descubrir el lago a su espalda.
-¡Es el lago Oswego! Nunca había venido. Es precioso.
-En teoría es el tramo escondido del lago. Pocas personas saben llegar aquí - aclaro orgulloso.
-Me encanta, Ian. Muchas gracias.
Nos alejamos del lago para adentrarnos entre los árboles que terminan en un pequeño claro donde se esconde una casita.
Hacía cinco años que no venía, desde mi divorcio, pero estoy seguro que todo estará en perfectas condiciones, mis empleados vienen una vez a la semana para arreglarla.
-¿Es tuya?
Asiento con la cabeza. Emma me adelanta unos pasos, al parecer le encanta. Sin esperarme sube las escaleras que dan al dormitorio, el alma de la casa. Tres de sus cuatro paredes son de cristal, tienes una vista panorámica de ciento ochenta grados del bosque y del lago.
Observo a Emma, como admira las vistas del lago a través de las cristaleras. Camino hasta ella para rodearla por la espalda, y beso su cuello. Se vuelve hacia mi, clavando sus grandes ojos verdes en los míos que parecen contener toda la belleza de la naturaleza. Paso un mechón de pelo detrás de su oreja sin apartar la mirada y sujeto su mano hasta acercarla a mis labios para dejar un profundo beso. Ella, deja escapar el aliento que contiene en los pulmones, vibrando con cada roce que se produce entre su piel y la mía.
Tímida como solo ella puede ser, acerca sus labios a los míos y yo entierro mi mano en su pelo y la atraigo hacia mí.
Necesito de su cuerpo como el aire para respirar. La elevo sin separarla ni un centímetro, enrosca las piernas alrededor de mi cintura mientras la llevo hacia la cama. Nuestros besos, dulces al principio, se vuelven desesperados, de necesidad. Su lengua busca la mía mientras le bajo los tirantes del vestido, acariciando sus brazos como una suave brisa.
Con todo el peso en mis brazos, me coloco encima de ella, que gime al sentirme. Mis manos recorren su cuerpo como no lo habían hecho hasta ahora, sintiéndola y disfrutando de su piel, de las reacciones que provoco en ella, siento su vello erizarse bajo mis dedos.
Cuando nos convertimos en un todo, lo demás desaparece. No existe nada, solo ella y yo.
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