Cap. 8: ¡SON TRES!
Guzmán llama a Ricardo...
—Jefe, la Sra. Isabel y sus hijos... Los hijos de ustedes...—Guzmán parece estar nervioso, su voz es trémula y muy baja, como si hubiera algo oculto que teme decir.
—¡Habla! ¿Por qué tartamudeas? —Ricardo frunció el ceño; Guzmán no solía ser así, no era su forma habitual de dar las informaciones sobre los encargos de su jefe.
Hubo un silencio de dos segundos al otro lado de la línea.
—¡Jefe, una gran noticia! ¡La señora tiene tres hijos! ¡No dos!
—¡¿Qué?! —Los ojos del hombre se abrieron de par en par, sorprendido, mientras sus globos oculares casi se salían de sus órbitas durante varios segundos. Luego, recuperando su tranquilidad, bajó la voz y apretó los labios en una línea —. ¡Sigue y comprueba por mí!
El hombre colgó el teléfono y apretó los puños sobre el escritorio. Se quedó sentado y en silencio. Su pecho vibraba, truenos y centellas acometían en su tormenta interior, estuvo así por largo rato. Se levantó vacilante.
« ¿Tanto me odias, Isabel Del Castillo? ¿Tanto así? ¿Es por venganza que me mantienes ignorante de la existencia de mis hijos? », pensó.
***/***
A la mañana siguiente…
¡Riiing!….
Ricardo se levanta con el ruido del teléfono, su llamada entrante es del detective.
—La señora Isabel está en la ciudad, acaba de subirse en el transporte de la constructora con el niño.
—Sígalos y me dice si fueron a la constructora o se desviaron a otra parte.
Ricardo toma una decisión en ese momento. Y se mete en la ducha a toda prisa.
« Tengo que acorralarla para que me lo confiese, ella tiene que decírmelo personalmente, no puedo decirle que le estoy haciendo seguir y mucho menos que le tengo un detective en la puerta de su casa », pensó.
***/***
Isabel iba en la camioneta cuando atiende una llamada de Brizna.
—Brizna, amiga, ¿qué tienes? ¿Estabas corriendo? Estás respirando con dificultad.
—Sí, Isabel, venía de hacer mi troté mañanero y te vi subir al transporte de la constructora con Ricardito.
—Sí, ya estamos llegando, pero… ¿Qué te tiene así tan acelerada?
—Isabel, es que acabo de ver a de Ricardo aparcar su auto frente a tu casa y luego salió prácticamente detrás de la camioneta de la constructora.
—¿Qué quieres decir?
—Es que creo que va detrás de ti, y tú llevas a Ricardito, no permitas que lo vea.
—Brizna, tienes razón.
—Bueno, es para que estés prevenida, recuerda que Ricardo Del Hoyo es muy inteligente y no creo que puedas engañarlo, después que vea el rostro de él en la cara de Ricardito.
El chofer se volvió a ver a Isabel, el teléfono se sentía con mucho volumen y Ricardito, aunque parecía estar inmerso en el libro que iba leyendo, todos ya se habían dado cuenta que él era un niño nada normal, que su inteligencia superaba, incluso, a sus dos padres juntos, y eso era demasiado grande para su edad.
—Sí, tienes razón. Gracias.
El niño se sentó en la silla ejecutiva de su abuelo Iker y giró rápidamente hacia la ventana, puso su mano izquierda en el respaldo de la silla y tomó su mentón. A Isabel le pareció estar viendo a Ricardo Del Hoyo. Su hijo mayor era físicamente a igual él.
—Hijo, tengo una reunión con un señor que vendrá pronto, por favor no vayas a bajar y mucho menos a irrumpir en la reunión.
—Está bien…
Isabel oyó el timbre del almacén de materiales y bajó las escaleras, Ricardito salió sigiloso y corrió por el pasillo del segundo piso hasta ubicarse en la venta de materiales. Vio a su madre abrir la puerta y le oyó decir:
—¿Qué haces aquí Ricardo Del Hoyo?
—Supe que estabas de nuevo en Madrid y vine a ponerme a tu orden, por si necesitas algo…
—No necesitó nada de los Del Hoyo.
—Hace unos días atrás tu padre fue a mi casa…
—Ya te dije que no necesito nada de los Del Hoyo —le interrumpió mientras se daba la espalda y caminaba hacía las vitrinas.
—Isabel, ¿algún día dejarás tu maldito orgullo?
—Ya no tienes por qué hablarme así. No eres mi marido hace mucho tiempo.
Ricardo apretó la mandíbula y se acercó más a ella, Isabel pareció ponerse nerviosa, se alejó y entonces Ricardo la sostuvo por el brazo, sus miradas se cruzaron y entonces surgió ese momento donde ninguno de los dos cedía en dejar de mirar al otro, retándose.
Mientras tanto, desde el topé de madera en el pasillo del segundo piso, unos vivaces y profundos ojos azules, rodaron al piso debajo de sus pies y divisaron a la pareja que conversaba…
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: LOS HIJOS OCULTOS DEL CEO