El lunes fue un día ajetreado. En cuanto Adriana llegó a la oficina, se sumergió en el trabajo y sólo pudo parar cuando llegó la hora de comer.
Siguió a sus compañeros del departamento de administración hasta la cafetería de la empresa, en el piso 21. Acababan de salir del elevador cuando se encontraron con Dante.
El hombre salió del elevador de forma imponente, haciendo que el aire se solidificara. El resto de sus empleados se retiraron a un lado y miraron al suelo en silencio.
Adriana se asomó y se encontró con su gélida mirada sin previo aviso. De inmediato bajó la vista, asustada. «¿Me estaba viendo el Diablo?».
-No me tomen en cuenta. Continúen -pronunció Dante.
Los empleados quedaron gratos y sorprendidos por las palabras de su Presidente. Era la primera vez que le oían
dirigirse de manera personal a ellos, así que estaban muy emocionados.
Dante se sentó en un asiento junto a la ventana. Dos guardaespaldas vigilaban detrás de él mientras Fabián se iba a pedir la comida.
Adriana le echó un vistazo una vez más. La luz del sol se reflejaba en su cuerpo, envolviéndolo en un brillo dorado como el de un dios griego.
«Si tan sólo este hombre fuera el padre de mis trillizos».
Cuando ese pensamiento pasó por su mente, Adriana lo desechó de inmediato. Tomó su charola de comida y siguió a sus compañeros hasta su mesa habitual.
Cuando se sentó, apareció el molesto Marco.
-¡Hola! -Adriana puso los ojos en blanco y se movió de lado para mantener la distancia con él—. ¿Cómo es que puedes comer tan poco? -se burló Marco-, Come bien. La cafetería de nuestra empresa sirve un lujoso buffet gratuito. Es mejor que los de los hoteles de cinco estrellas.
Ignorándolo, Adriana bajó la cabeza y se concentró en su comida.
-Ey, ¿por qué el Señor Licano está comiendo hoy en la cafetería? -preguntó Fiona, la compañera de Adriana.
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