Al regresar al coche, Yadira se sumió en honda meditación.
Le dio la reacción un poco rara cuando Mariano recibió la llamada este mediodía.
Y las palabras de la asistente hacía un momento la volvió más confusa.
Ella dijo que al mediodía pidió las comidas para llevar a él. En otra palabra, Mariano no fue al Club Dorado.
No tenía ninguna necesitad para mentirle sobre asuntos tan triviales.
Pensaba en cambio, si su asistente dijo la verdad, entonces ¿quién sería ese “Mariano” con que había coincidido allí al mediodía?
¿Existían en realidad dos personas que se veían exactamente iguales en el mundo?
Durante toda su vida, Yadira nunca había conocido a un par de gente, que no estuviera relacionada en absoluto, cuyos aspectos se igualaban exactamente.
A lo sumo de los casos, sería que los gemelos se parecían.
Sin embargo, no todos los pares de ellos tenían la misma apariencia.
Delfino y Licia Dominguez eran hermanos gemelos, aun de diferentes sexos, se parecían mucho en término de apariencia y rasgos.
Hasta ahora, sus conocimientos a Mariano se limitaban a ese hombre sí mismo.
Y en cuanto a la alcurnia, los familiares u otros amigos con que contaba, ella no lo sabía nada.
De tal pensamiento, no se podía desvanecer la posibilidad de que tuviera cierto hermano gemelo.
Se puso en marcha y salió después de lanzar otra más mirada por la ventana del coche hacia la sala de Clínica Psicológica.
Por más profundamente que pensara ahora, solo era su suposición.
Aún tenía que encontrar a Mariano para confirmar cuáles serían el hecho.
***
Mientras Yadira llegó a la villa en coche, vio el de Delfino también deteniéndose frente a la puerta.
Miró la hora, que solo eran las cinco por la tarde.
¿Salió de trabajo tan temprano hoy?
Justamente pensando en eso, se abrió desde adentro la puerta del auto de él.
Al siguiente momento, su figura alta y erguida salió del coche y apareció antes los ojos de Yadira.
Habiendo bajado nuevamente la temperatura de hoy, pero Delfino todavía se llevaba un traje delgado, rectamente de pie allá, mirando hacia ella.
Su aspecto sin cambiar de color parecía no sentirse nada frío.
Tras vacilar un poco, ella también abrió la puerta y se encaminó a él. Se paró frente a Delfino a la distancia de dos pasos.
Ella lo miraba, mientras tanto, éste la miró también.
Se miraron por unos segundos en silencio, luego Yadira le preguntó, -¿Hoy saliste del trabajo tan temprano?
Casi al mismo tiempo, Delfino dijo, -¿A dónde fuiste?
Después de hablar los dos, se quedaron atónitos.
Este hombre estaba ceñudo, y las emociones en sus ojos eran complicadas y difíciles de entender.
Yadira sabía que, si no le dijera palabras primero, él por completo tampoco lo haría.
-¿No deberías saber muy claro adónde fui? -por la mañana había enviado a los guardaespaldas para seguirla desde cuando ella se marchó de casa, quien definitivamente le dirían todas sus pistas a él.
Recordó que cuando acababa de casarse con Delfino, en la villa solo había guardaespaldas sin ninguna sirvienta.
Cuando decía así, la manera de la que la miraba, como si estuviera mirando a una esposa que acababa de regresar de un sexo extramarital.
Yadira se encontraba totalmente irritada por sus palabras, no poniendo contenerse a levantar la mano. Pero coincidió con la mirada tan fría de Delfino, se le retiró con disgusto la mano alzada al aire.
-Te lo explicaré la última vez, que Mariano y yo, somos inocentes y no ha pasado nada entre nosotros. Si lo crees, lo creas, ya no me importa -después de hablar, Yadira miró hacia afuera de la villa.
Si fuera en unos años antes en que aún no había dado a luz a Raquel Dominguez, ante tal situación, con posibilidad saldría de casa directamente.
Sin embargo, al irse por la mañana, prometió a Raquel que esta noche volvería a casa para prepararle las albóndigas.
Se enfadaba por las palabras de Delfino, pero tenía que cumplir lo que había dicho a su hija.
Tras lo que había sucedido en el banquete, le dijo que haría efectivo todo lo que dijera en el futuro.
Yadira tomó un aliento profundo, luego se dirigió al salón.
Justo ahora estaban ellos en el centro del patio de la villa, a una cierta distante del salón.
Ella logró calmarse en una distancia tan corta.
Apenas entró en el salón, una criada le saludó con respeto, -¡Señora!
Le preguntó, -¿Dónde está Raquel?
Sonó la voz de Raquel antes de que pudiera responderla la criada, -¡Estoy aquí!
Tan pronto como observó según la voz de dónde se difundió, vio bajar las escaleras a ella, tirada por una criada.
Tomando un libro de pinturas en su mano, descendió las escaleras soltando con alegría.
Al ver estar mirándola a Yadira, levantó el libro que sostenía en su mano, y dijo con júbilo, -Mira, mamá, he pintado dos manzanas grandes.
-Bueno, cuídate al caminar. No saltes cuando bajas las escaleras, estoy aquí esperándote -la molestia que originalmente reinaba su corazón al instante desapareció después de ver a Raquel.
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