-Amelia, ¿sabes por qué puedo seguir casado contigo durante tanto tiempo? -preguntó Oscar mientras sostenía la copa de vino tinto.
—¿No es porque sólo soy tu esposa de nombre? —adivinó Amelia con una sonrisa.
-Porque además de parecerte a Casandra, sabes cómo complacerme en la cama. -Oscar no ocultó su fuerte posesividad sobre Amelia.
Ella negó con la cabeza, divertida.
-Aunque los hombres digan que aman a una mujer, pueden alabar a otra sin dudarlo lo más mínimo. En efecto, no hay que creer en las dulzuras de un hombre.
—Eres mi mujer.
La sonrisa de Amelia se volvió amarga.
-Sí, soy una esposa que has comprado con dinero. Se
espera que satisfaga tus deseos. Sin embargo, a veces eres muy duro con tus palabras. ¿No tienes miedo de que me ponga triste? Después de todo, sigo siendo tu esposa.
—No lo harás porque eres una mujer sensata. Sabes que perderás tu fuente de ingresos si me pierdes. No puedes soportar desprenderte de los lujos que ya tienes.
Amelia se echó a reír. Como había bebido un poco de vino, sus mejillas se sonrojaron, dándole un aspecto más seductor.
—Usted me conoce bien, señor Castillo. Sabe que lo que más me gusta es el dinero. No es de extrañar que seamos socios tan compatibles en la cama. Tomemos un brindis para celebrar esta increíble noche —declaró Amelia mientras levantaba su copa.
Después, se tumbó sobre el pecho de Oscar, desnuda. Tenía que admitir que eran muy compatibles en la cama, aunque no se amaran. De hecho, a Amelia le hacía ilusión que Oscar la amara de verdad.
Sus delgados dedos trazaron círculos en el pecho de Óscar coquetamente mientras decía en tono seductor: -Señor Castillo, es usted un hombre con mucho talento. No es de extrañar que muchas mujeres le anhelen.
Oscar agarró sus manos errantes y dijo:
-Siempre que usted no sea una de ellas.
Sonriendo, Amelia miró al Sr. Castillo y le preguntó:
—¿Tanto miedo tiene de que le moleste?
La sonrisa que jugaba en los labios de Amelia se desvaneció ligeramente mientras un sentimiento amargo surgía en su interior. De repente, perdió la energía para seducir a Oscar y, en su lugar, se tumbó en la cama de forma obediente.
Oscar le lanzó una mirada extraña.
-¿Qué te pasa?
Amelia siguió cerrando los ojos. Él se dio la vuelta y apoyó la cabeza con una mano.
—Creía que lo estábamos haciendo bien hace un momento.
-Señor Castillo, ¿me creerá si le digo que me he enamorado de usted? —soltó ella.
Oscar se quedó atónito durante un rato antes de que una expresión fría cruzara su rostro.
-Ya te dije hace cuatro años que no puedes enamorarte de mí. Sólo tenemos una relación transaccional.
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