Kalil.
—Kalil, cuando llegues al palacio debes enviar una notificación de lo que realmente pasó… todos están engañados…
—Imaginé algo así, ¡pero por favor!, no pienses ahora en eso.
—Alinna envió su firma para apoyar el relato de Omer…
Un frío recorrió mi cuerpo y luego levanté mi mirada para observar a Basim. Él estaba igual de impresionado que yo.
—Yo —titubeé antes de responder—. Basim se encargará. No me separaré de ti.
Basim afirmó y luego la hice callar para que pudiera llevar mejor su dolor. La apreté junto a mí subiéndola a mi cuerpo para que quedara un poco más cómoda y los golpes del carro no le hicieran tanto daño. Entonces solo esperé. En agonía, porque solo un milagro podía acortar la distancia o el tiempo.
No respiraba con tranquilidad, ella se dormía y despertaba, estaba agonizando durante todo el camino, mientras las lágrimas caían por mi rostro. No quería demostrarle debilidad a Saravi para no preocuparla, pero en este momento yo estaba en un trance en el que no podía salir.
Tenía pánico de lo que pudiera ocurrirle, así que cada nada volteaba a todos los lugares para descubrir por dónde íbamos.
Cuando divisé un lugar conocido el corazón me dio un vuelco, estábamos a minutos del palacio. Así que los nervios corrían por mi piel, mientras mi mente comenzó a colocar sobre la mesa todos los escenarios posibles.
Justo cuando vi el palacio desde lejos, la voz inquieta de Saravi llamó mi atención.
—Perdóname por dudar de ti… —sus palabras apretaron mi garganta hasta dolerme, sin embargo me esforcé mucho y le di una sonrisa.
—Jamás he dejado de ser tuyo, Saravi.
Ella me envió una sonrisa y luego varias lágrimas cayeron por sus mejillas.
—Le amo, majestad…
La sonrisa se borró del rostro dando pasó a la desesperación. No sabía si ella estaba entrando nuevamente en delirio por la fiebre y la convulsión de su propio cuerpo. Ella simplemente había cerrado sus ojos delante de mí.
Zarandeé su cuerpo.
—Saravi…
—¡Señor, hemos llegado!
El carro se detuvo y la tomé en mis brazos. Salí junto con Basim y varios médicos nos esperaban a la puerta del palacio porque ya habían sido alertados.
Todos abrieron paso, entré rápidamente sin dudar ir a la habitación más cercana y la coloqué allí de inmediato.
—Majestad debe dejarla aquí, yo me encargaré, prepararé todo para hacerme cargo de esa herida, le daré medicamentos y haré todo lo posiblemente humano para lograr estabilizar su vida.
Quise decirle algo a Janí, pero nada salió de mi boca. Así que la mano de Basim me giró y solo caminé porque él pudo orientar mi camino.
—Ella debe estar bien Basim… yo…
La presencia de una muchacha corriendo hacia nosotros me frenaron las palabras que iba a pronunciar.
Ella era Nadia, la dama de Saravi. En cuanto nos vio a la puerta se frenó secando su rostro inundado en lágrimas.
—Mi señora… ¿Cómo está? —era la primera vez que ella se refería a mí directamente, no titubeó, ella solo quería saber cómo estaba Saravi.
Yo negué no sabiendo qué decirle.
—Están atendiéndola allí dentro —respondió Basim y ella giró hacia él.
—¿Se… recuperará? ¿Es grave?
—No lo sé Nadia —dije llamando su atención—. Yo, no pude impedirlo, yo…
Las lágrimas se escurrieron por mi rostro y ella soltó su llanto hipando.
—Debo avisarle a mi Señor Hammed para que venga, él debe saberlo.
Asentí.
—Hazlo por favor.
Vi como ella corrió por el pasillo, y cuando la perdí de vista.
Me pegué al muro y luego me dejé caer lentamente. Tomé mis manos y las puse en mi rostro.
—No… no puedes Saravi.
—¡Basim! —la voz de mi hermana retumbó por el pasillo, pero ni siquiera alcé mi rostro.
Yo solo quería cerrar mis ojos, necesitaba hacerlo, para luego después de un parpadeo saber que todo estaría bien y que Saravi se levantaría de esa cama, que tendríamos muchos hijos, y que por una vez en nuestra vida íbamos a tener paz. Este no sería su fin… no lo sería, no mi Saravi.
El tiempo se hizo partículas diminutas, instantes, respiros y latidos desenfocados. Podía contar los segundos en los que respiraba, así tanto como los movimientos desesperados que no podía controlar en mi cuerpo.
La palabra terror se quedaba corta para lo que estaba sintiendo ahora mismo.
Llevaba más de una hora andando de un lado al otro, a la vez que mi hermana y Basim estaban estáticos y en silencio mirándome fijo. Muchas sensaciones invadían mi pecho. Había un torbellino entre miedo y tristeza dentro de mí, entre tanto negaba vez tras vez.
Yo quería tratar de no parecer desconfiado, quería respirar tranquilo y creer en que todo estaría bien… necesitaba pensar de esa forma, porque era imposible que Saravi…
—Kalil…
El cuerpo de Hanna se tensó ayudándome a incorporarme.
Alinna estaba de pie, con un rostro nervioso y asustado.
Lentamente tomé mi compostura y me repuse de inmediato. Giré hacia ella, pero no estaba sola. Alinna estaba con su madre de gancho.
La miré fijo. Sentía los ojos hervir, había como una brasa en mi rostro que me era difícil soportar. Yo no estaba en condiciones de mantenerme cuerdo en estos momentos, y supliqué al cielo me diera la templanza para actuar conforme debía hacerlo.
—Yo… he cometido un error —dijo ella mientras su madre le tomaba la mano—. Yo no quería estos ataques para Angkor, necesitamos hablar sobre…
No la deje terminar por supuesto.
De una estocada llegué a ella, y la tomé muy fuerte del brazo. Comencé a caminar muy rápido mientras los gritos de su madre taladraron mi cabeza adolorida.
—¡Por Dios Santo! ¿Qué hace? ¡Suéltela! ¡Alinna esta embaraza!
El escándalo no era poco, en solo segundos los gritos, el llanto y el forcejeo, dio cabida para que muchos llegaran al centro del palacio, donde había arrastrado a Alina junto conmigo y mi ira.
La solté de un tirón, a la vez que mi madre tomaba a Hanna impactada. Dima se agachó a recoger a su hija, y Basim estaba detrás de mí. No pasaron unos segundos cuando vi que Fais llegó, junto a Bilal.
—¡Esto es el colmo! —gritó Dima.
—Kalil… —mi madre susurró despegándose de Hanna—. ¿Qué ocurre hijo? ¿Por qué estás así?
Giré el rostro a hacia su lugar mientras mostré una sonrisa siniestra. Restregué mis ojos, aquí nadie me vería débil.
—Saravi —dije señalando el ala derecha del palacio—. Está allá, en una cama —. Pase rápido el trago, porque solo de mencionarlo era un tormento para mí—. Debatiendo entre la vida y la muerte.
Hanna lloraba en silencio a la vez que mi madre agachaba su cabeza avergonzada. Pero en los padres de Alinna solo veía enojo. Esperaba que ellos no estuvieran envueltos en todo esto, porque de lo contrario me importaba una mierda lo que les pasara.
—¡Alinna no puede pagar por lo que la reina este pasando! —volvió a gritar Dima encolerizada mientras Alinna negaba hacia mi dirección muy nerviosa.
—¡Ay Dima!, solo espero que usted no esté involucrada, ni mucho menos Bilal…
—¿A qué se refiere majestad? —intervino el hombre.
—No traten a Alinna como si ella debiera tener cuidados… Alinna no está embarazada.
Los ojos de todos menos los de Basim se abrieron impactados…
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