¿Mi hijo es tuyo? romance Capítulo 13

Al pensarlo, Helen tomó su teléfono y marcó el número de Elías. 

—Hola, ¿aún te duele? 

—Elías, quiero ir a la exposición de joyería. ¿Me podrías llevar? —suplicó ella. 

—¿Cuál exposición de joyería? 

—Deja te muestro el video.  

Helen colgó la llamada y le reenvió el video a Elías poco antes de recibir un texto breve que decía: «De acuerdo, yo te llevaré allí». 

Helen gritó de la emoción, pero en el proceso se lastimó la mejilla hinchada. Mientras se quejaba del dolor, comenzó a maldecir a Anastasia de nuevo: 

—¡Eres una zorra, Anastasia! Aunque seas una diseñadora de joyas, no puedes asistir a una exposición de joyería de alto nivel como esta. 

Por otro lado, Anastasia se encontró con el mismo video en su oficina y se enteró por los demás invitados que se requería vestimenta formal para la ocasión; de no ser así, no se permitiría el acceso. Debido a esto, se preocupó, sin saber qué debería hacer porque no podía alquilar un vestido de gala decente. Justo cuando Anastasia se mortificó por el código de vestimenta del evento, una llamada interrumpió su razonamiento, que resultó ser un número no identificado; aun así, contestó el teléfono y dijo: 

—¿Diga? 

—Hola, ¿podría hablar con la señorita Torres? Llamo de la tienda Ropa FH para informarle que nuestro cliente le acaba de reservar un vestido de gala para usted. ¿Puede pasar por acá a probárselo más tarde? 

—¿Un vestido de gala para mí? —Anastasia se quedó atónita, pero al instante supo que fue Miguel quien se lo consiguió—. Claro, más tarde paso. 

«¡Qué considerado de su parte!», pensó. 

Anastasia tomó su teléfono y le envió un mensaje de texto con un emoji de agradecimiento: «Muchas gracias, Miguel». 

«Ni lo menciones. ¡Espero que te encante!», le contestó con un emoji sonriente. 

Para esa tarde, Anastasia solicitó permiso para salir una hora antes porque se percató de que la tienda de ropa estaba muy cerca de su oficina. Como la tienda Ropa FH era una marca internacional, su establecimiento era un lugar en que frecuentaban y compraban muchas personas de la alta sociedad. 

En cuanto Anastasia entró a la tienda, la saludó la misma dueña: 

—Por favor, venga conmigo, señorita Torres. 

Después de eso, la llevaron a una sala vip en el segundo piso, donde tuvo al frente el vestido puesto en un maniquí, como si estuviera esperando su llegada en silencio. 

«¡Santo cielo, está precioso!», pensó Anastasia, dándole un cumplido al vestido, cuando el dueño lo señaló. 

—Este es el vestido que el señor Mendoza le preparó, señorita Torres. ¿Le gusta? 

Anastasia entrecerró los ojos un poco, preguntándose qué tan adinerado era Miguel en realidad: «¿Será que es un multimillonario o algo? No puedo creer que me consiguiera un vestido de gala tan costoso para mí». 

Poco después, escuchó a la dueña hablarle sobre el vestido con una sonrisa: 

—Este es una obra maestra de nuestros diseñadores, quienes cosieron la tela con más o menos ocho mil pedazos de diamantes. El vestido se vende por ocho millones en nuestra tienda. 

A Anastasia casi le da un infarto cuando escuchó lo que le dijo el dueño de la tienda. «¿Acaso Miguel quiere que me dé un ataque o algo? ¡Este vestido no es nada barato! Unos cuantos pedazos de diamante son suficiente para llevarme a bancarrota, así que no puedo ni imaginarme perderlos por accidente», pensó ella. 

Como respuesta, Anastasia asintió con la cabeza, poniéndose el vestido blanco luna, viéndose lo preciosa que la hacía ver en el espejo. 

—Señorita Torres, también contratamos un chofer para que la lleve a donde necesite ir. Su transporte la espera a la salida. 

—Gracias —sonrió Anastasia con gratitud. 

—Que disfrute de su noche. 

La dueña acompañó a Anastasia fuera de la tienda, mientras que esta, maravillada, observaba el Benz que tenía en frente. 

«Me parece que no conocía a Miguel tan bien como suponía. Me contó que su familia tenía un negocio de hoteles cuando nos conocimos en el extranjero». 

Por otro lado, Helen también estaba esforzándose por hacerse ver lo más bella posible. Por eso, contrató un equipo de maquilladores profesionales que han trabajado para algunas celebridades, decididos a cubrir su aspecto ordinario con maquillaje para que pareciera una mujer de alta sociedad. 

En ese instante, un misterioso Rolls-Royce negro se estacionó frente a la mansión, con lo cual Elías abrió la puerta del coche y se bajó del vehículo. Mientras el sol poniente brillaba sobre él, su aura varonil lo hacía ver más encantador y atractivo. Al mismo tiempo, Helen estaba de pie en el salón, fijando los ojos en el hombre que se le acercaba, por lo que su corazón latió tan rápido que casi se le salía, pensando: «¡Dios mío, él es tan guapo!». 

—¿Cómo me veo, Elías? —le preguntó Helen con timidez al pestañear, queriendo oír sus cumplidos. 

—¡Te ves estupenda! —Elías asintió, aunque reconocía que los sentimientos de Helen superaban su buena apariencia.  

Al fin y al cabo, él tenía la impresión de que ella había sacrificado su propia virginidad por él hacía cinco años y que había sufrido por el trauma que la perseguiría por siempre. Después de todo, él se prometió que se esforzaría por compensárselo a Helen. 

—Bueno, ¡vámonos! —Ella tomó el brazo de Elías, ansiosa por la exposición de joyería por la noche. Al mismo tiempo, le alegraba tenerlo a su lado, pensando que sería la mujer más envidiada en adonde fueran. 

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