A ese punto, Lidia se estaba rompiendo la cabeza para descubrir una manera de obtener el perdón de Elías, por ende, cuando Anastasia le echó leña al fuego de repente, no pudo evitar mirarla en secreto. Por el otro lado, cuando Elías escuchó las palabras de Anastasia, su expresión se volvió aún más fría, haciendo que Lidia se pusiera más nerviosa.
―Lo siento, señor Palomares, no fue intencional. Creí que a la señorita Torres le gustaría ese café ―dijo intentando salvar su propia imagen, al fin y al cabo, Elías era el primo de Miguel, así que, ¡no podía darse el lujo de arruinar su imagen enfrente de él!
―Señorita Heredia, ¿qué le parece esto? Estoy dispuesta a dejar esto de lado con tal de que se disculpe conmigo y me regrese el dinero del café ―propuso Anastasia, revelando una sonrisa. Lidia se rehusaba a aceptar su oferta, pero estaba consciente de que la sugerencia de Anastasia le podía ayudar a salir de esta situación vergonzosa, así que, sin opción alguna, suprimió su enojo y asintió.
―Está bien. Me disculparé contigo. Nada más olvida lo de la indemnización y te daré el dinero del café.
Al ver que Anastasia nombró sus condiciones, Elías se quedó callado y no tuvo objeción alguna; se miró como ella sacó su teléfono y tecleó en la pantalla para obtener un código QR que la dejara recibir el dinero. Después, Lidia usó el suyo con rapidez para escanearlo y transferirle los 5,888 y al mismo tiempo, respiró profundo y dijo:
―Señorita Torres, lo siento. Por favor, perdone mi grosería.
―Está bien, la perdono ―contestó Anastasia después de revisar su teléfono y confirmar que había recibido el dinero, sin siquiera voltearla a ver. Cuando el hombre miró que la mujer revisaba con impaciencia la transferencia con la cabeza agachada, la frialdad en sus ojos se reemplazó por una sonrisa cariñosa.
«Pareciera que sus ojos están pegados al dinero».
―Señor Palomares, lamento haber malgastado su preciado tiempo. Tengo otro asunto que atender, por lo que ya debo irme ―comentó Lidia agarrando a su acompañante femenina con ella. Rápido abrieron la puerta y dejaron la antesala con miedo de que hubieran podido ofender al hombre si es que se quedaban un segundo más.
―Presidente Palomares, gracias por defenderme ―le dijo mirándolo mientras agarraba su teléfono.
―Agrega otro platillo para esta noche ―respondió levantando sus cejas hacia ella, dándole a entender que él prefería que ella mostrara su gratitud a través de acciones; contuvo la risa y dijo mientras se quedaba parada en la puerta:
―Estoy aquí para dar una revisión al lugar y visitarte, también para ir a cenar contigo y Alejandro esta noche.
―¿Eh? ¿Esta noche? ―cuestionó con el corazón en la boca, pues tenía que cocinarle la cena a Elías esa noche.
―Estoy sediento ―comentó Miguel, luego extendió su mano para agarrar el vaso de agua que estaba en su escritorio. Los ojos de Anastasia se abrieron de par en par, por lo que, a velocidad de la luz, le arrebató el vaso.
―No puedes beber de mi vaso.
―¡No seas tacaña! ¡Darle un sorbo no me hará daño! ―exclamó mordiéndose los labios, luciendo como sí su reacción lo hubiera lastimado.
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