—¿Te sientes mejor? —preguntó Elías con un tono grave.
Los mareos que hicieron que Anastasia se tambalease comenzaban a disiparse y fue entonces cuando ella se dio cuenta de que Elías la estaba sosteniendo en sus brazos. Se apuró a alejarse, aunque solo terminó chocando con la mesa detrás de ella.
—¡Ay! —exclamó.
Al siguiente segundo, Elías la volvió a tomar en su abrazo, volviéndola a poner en la misma posición que hace unos escasos segundos atrás. Cuando su rostro se apoyó sobre su firme y marcado pecho, ella recapacitó el haber escuchado un ruido y una sensación que provenía de su mejilla; sin embargo, antes de que pudiese terminar de registrar el dolor, sintió una mano grande tomarle de la muñeca.
Ella estaba aturdida mientras la guiaban hacia el carro estacionado en la acera. Elías abrió la puerta del pasajero para acomodarla adentro del mismo con firmeza. En cuanto ella se sentó, sacó su teléfono y le llamó a su padre, quien contestó en pánico y entre gritos.
—¡Anastasia, aún no encuentran a Alejandro!
—No te preocupes, papá. Alejandro está a salvo. Se encuentra bien y estoy en camino para recogerlo.
—¿Qué? ¿En dónde está?
—Una vendedora amable lo está cuidando. Vamos a la tienda para encontrarnos con ellos.
—Dime la dirección y los veré allá también.
«Érica tenía planeado pasar el día con papá. Ella no es de fiar y es una persona peligrosa. No hay forma en que permita que esté cerca de Alejandro».
Con eso en mente. Anastasia se apuró a responder:
—Papá, estoy segura de que estás agotado. Deberías descansar. Yo recogeré a Alejandro.
—No, necesito asegurarme de que Alejandro está bien —insistió Franco. Estaba tan preocupado que sentía cómo su corazón se estrujaba.
—Lo sé, pero me aseguraré de ir de inmediato a verte en cuanto me reúna con Alejandro —indicó Anastasia con firmeza.
Ella sospechaba que Érica estaba involucrada en la desaparición de su hijo, por lo que sabía que obtendría información sobre eso para el final del día. Después de la conversación, colgó el teléfono. Elías se encontraba a su lado, manejando hacia la ubicación de la tienda. Anastasia mantuvo sus ojos cerrados durante el trayecto, intentando componerse.
Solo el cielo sabía lo aterrorizada que estuvo, al borde de perder todos los estribos. Esta era la primera vez desde que nació Alejandro que estuvo a merced de un miedo tan primal. Se pudo terminar de calmar cuando al fin llegaron a la tienda y, en cuanto entró al lugar, vio a su hijo sentado en un sillón. Rompió a llorar mientras le llamaba:
—Señor galán, ¿usted trajo a mi mami hasta acá?
—Así es, pequeño. ¿Sabes lo preocupada que estaba tu mamá? Le diste un gran susto —contestó Elías mientras se agachaba para cargar al niño en sus brazos.
—Lo siento, mami. Fue mi culpa. Nunca debí alejarme por mi cuenta.
Alejandro se disculpó, sintiéndose culpable al darse cuenta de la gravedad de la situación. Después de terminar de agradecerle a la vendedora, Anastasia se giró hacia él y le preguntó:
—Alejandro, ¿me podrías decir cómo fue que te perdiste?
—El abuelo estaba estacionando el carro y la tía Érica me dijo que iría a comprar unos ricos bocadillos para mí. Se fue, pero nunca volvió. Quise ir a buscarla, aunque me terminé perdiendo —contestó el pequeño con franqueza.
Anastasia ardió en cólera cuando escuchó esto. Apretó los dientes y pensó:
«Intentaste abandonar a mi hijo a propósito, ¿no es así, Érica?».
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¿Mi hijo es tuyo?
Montar más capitulos, gracias...