—¡Mami, te lastimaste! —exclamó Alejandro preocupado ante la herida de Anastasia.
«¿Él fue a la farmacia para comprar una pomada y vendas para mí?» pensó Anastasia, sorprendida.
Observó cómo Elías aplicó el antiséptico a la herida antes de proceder a vendarla. Fue tan cuidadoso en el proceso, como si estuviese acostumbrado a hacerlo. No le tomó mucho tiempo para terminar de atenderla. Ante esto, Anastasia se tensó debido a que creía que él ya había hecho mucho por ella en esa tarde.
—Gracias.
—No se te olvide cambiar las vendas en los siguientes días —indicó Elías. Dejó las cosas sobre la mesita de café frente a ellos.
—Entendido. Gracias de nuevo —expresó Anastasia, pero sin animarse a verle a los ojos. No se atrevió al considerar la forma grosera en que se había comportado antes con él. Ese sentimiento solo empeoró cuando también recordó toda la ayuda que había proporcionado durante el día.
—Gracias, señor galán —intervino Alejandro. Observó a Elías con muchísima gratitud.
—De nada.
Elías se agachó para acariciar en la cabeza a Alejandro, para después mirar hacia la mujer, quien aún tenía la cabeza gacha. Sin decir más, se levantó y se dirigió a la puerta para salir del lugar y fue hasta ese momento que al fin Anastasia pudo suspirar aliviada. Tomó a Alejandro en sus brazos y lo acercó lo más que pudo hacia ella, tratando de calmar todas las emociones que aún podía sentir en su pecho. De igual forma, a manera de respuesta, Alejandro también la rodeó con sus brazos por su cuello.
«Jamás dejaré a mi hijo con personas tan maliciosas como Érica y su madre de nuevo. Prefiero morir antes que tener que confiar en ellas».
Esa noche miró a Alejandro dormir, aunque seguía sintiendo los escalofríos recorrerle la espalda. Estaba aterrada y sabía que no tendría fuerzas para seguir viviendo si algo le llegase a pasar a su hijo. Se recostó y tomó a su pequeño entre sus brazos. Lo rodeó de forma protectora.
Aún sentía el dolor en su rodilla, por lo que dejó salir un leve quejido. Recordó que Elías se había quedado por mucho tiempo con ella durante la noche mientras buscaban a Alejandro. Actuó como su chofer personal, yendo a gran velocidad de un lado a otro, y la apoyó cuando estuvo a punto de caer exhausta. De nuevo, volvió a sentir que la culpa la embargaba. Todo el tiempo lo trató como un puercoespín a un extraño; algo que, en retrospectiva, estuvo fuera de lugar.
«Parece que tendré que ser más amena con él. ¿No mencionó algo de encontrarme con su abuela? Supongo que podría hacerlo para quedar a mano».
Eso sería lo mejor. Ella podría ir a conocer a la señora Palomares y disuadirla de su idea de recompensar las acciones desconsideradas de Amalia de hace tantos años. Después de todo, Amalia no hizo nada más que su trabajo y su deber como una oficial de la ley cuando se sacrificó por el bien de Elías.
—Si esa zorra se atreve a decirle aunque sea una sola palabra a mi padre, ¡la haré pasar por un inferno!
—Anoche te golpeó enfrente de su papá, ¡así que no me sorprendería si decide contarle tonterías sobre ti! —expresó Helen con malicia debido a su rencor contra Anastasia.
Érica pensó en la posibilidad de que eso sucediese y se dio cuenta de que sí podía suceder.
«Es probable que Anastasia ya le haya dicho a mi papá lo horrible que soy. Antes si apenas yo le importaba algo a mi papá, pero ahora será peor. ¡Tal vez ella lo llegue a convencer de que le herede toda la fortuna familiar y que me deje sin nada! ¿Qué haré entonces?».
—No dejaré que se salga con la suya. ¡Anastasia no podrá detenerme! —De repente, un recuerdo se le vino a la mente, por lo que murmuró—: Vi que un hombre acompañaba a Anastasia anoche y, siendo sincera, él y Alejandro lucían similares, aunque no sé quién es.
—Bueno, ¿me lo describes? —preguntó Helen. Tenía curiosidad por saber quién era el hombre misterioso en la vida de Anastasia.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¿Mi hijo es tuyo?
Montar más capitulos, gracias...