Elías no podía olvidar la intimidad que tuvo esa noche, mientras aquella mujer lloraba y se resistía inútilmente en la oscuridad. A pesar de que ella solo estaba soportando su locura debido a que él estaba bajo la influencia de las drogas, Elías aún podía recordar hasta el día de hoy esos dulces momentos que le brindó su tiempo con ella.
Antes de perder el conocimiento, se hizo la promesa de que tomaría toda la responsabilidad de lo que le hizo. En ese momento, el rostro de Anastasia, por alguna razón, continuaba apareciéndose en su mente. Su intuición le decía que lo que sentía con ella era lo mismo que experimentó aquella noche. Comenzó a controlar su respiración para no dejar que su mente divagara.
«De cualquier modo, compensaré a ambas. Si bien debo pagar mi deuda con una de ellas, estoy obligado, por honor y por responsabilidad, a compensar a la otra mujer».
Mientras tanto, Anastasia le informó a Eva que tenía que retirarse para un asunto importante que tenía en la tarde. Eva decidió que no la obligaría a quedarse, puesto que era consciente de que no era fácil para Anastasia cuidar de un niño por su cuenta. Le pidió con rapidez a una empleada que fuese a buscar a Elías para que la llevase a su casa.
Cuando Helen vio eso, de inmediato fingió que también tenía una reunión planeada con sus amigos y que quería retirarse junto con Anastasia. Como Eva estaba justo enfrente de ella, Anastasia no dijo nada, ya que la señora le estaba permitiendo a Helen que hiciera lo que quisiese. Por su parte, Eva le pidió a una empleada que trajera dos regalos para las presentes. Pusieron dos brazaletes costosos sobre la mesa, pero ella no especificó para quién era cada uno. En su lugar, sonrió y dijo:
—Vengan y véanlas, niñas. ¿Cuál les gusta más?
Helen estaba cegada por su avaricia y de inmediato pudo distinguir cuál era el brazalete más caro. Posó su mirada sobre el artículo brilloso. Luego, se giró hacia Anastasia y le preguntó:
—Anastasia, este me gusta. No te importa que me lo quede, ¿cierto?
—Es un regalo de la señora Palomares, así que le debes preguntar a ella —respondió Anastasia con calma.
—No hay problema. Si lo quieres, llévatelo —confirmó Eva con una sonrisa.
«Anastasia es una dama tan elegante y decente. No hay nadie más perfecta para ser mi nuera» pensó Eva mientras analizaba a ambas mujeres.
Por otra parte, opinaba que Helen parecía más una persona arrogante que solo era avara. Mientras ella se regodeaba de su codicia por bienes y dinero, no tenía ni idea de que Eva en realidad estaba poniendo a prueba el carácter de ambas. Helen no se dio cuenta de que había algo malo con su propio comportamiento, ya que nunca había visto algo tan valioso, ni siquiera como una niña, por lo que, de forma inconsciente, intentó tomarlo como suyo de inmediato.
Poco después, las dos mujeres entraron al carro de Elías. Helen trató de afirmar su posición al acomodarse en el asiento del copiloto. Por su parte, Anastasia se sentó en la parte trasera, al considerar que estaría más cómoda ahí mientras buscaba un lugar en donde bajarse cuando estuviesen en la carretera. Después de todo, prefería tomar un taxi a tener que viajar junto a Helen. No tardaron en alejarse de la residencia de los Palomares y Helen aprovechó para mostrar el brazalete a Elías.
—Mira, Elías. La abuela me lo regaló. ¿Qué tal? ¿Me queda bien?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¿Mi hijo es tuyo?
Montar más capitulos, gracias...