Sylvia se sintió incómoda una vez más al verlo sonreír así, pues habían sido muchas las veces que se enojó con él. Ella le había hecho pasar muchos malos ratos, como: limpiar el baño, limpiar el suelo con un trapo, incluso prefirió dejar que los coches se empolvaran antes que dejarlo conducir. Pero a pesar de eso, hasta ahora Henry ni siquiera se había quejado, ni se atrevía a fumar.
En varias ocasiones, intencionalmente salió temprano del trabajo tratando de descubrir algún problema para poder echarlo de la casa de su familia, pero se decepcionó al ver que el muchacho nunca hacía nada malo, o al menos algo que pudiera tomar como excusa para sacarlo de su vida.
De repente se le ocurrió una idea al ver esa expresión de admiración en el rostro de Henry.
"Bueno, ya que aceptas las cosas como suceden sin decir nada, ¡que así sea!"
Pensando en esto, Sylvia se apoyó en el sofá. "Estoy cansada. Ve a buscar un recipiente con agua para lavarme los pies", le dijo a Henry manteniéndose inexpresiva.
"¡Está bien!" Henry corrió al baño sin dudarlo y pronto le trajo a Sylvia un recipiente con agua templada.
"Presidenta Lin, aquí está el agua". Henry Zhang se puso en cuclillas frente a las esbeltas piernas de Sylvia y dejó el recipiente en el suelo.
Sylvia se quitó los tacones y levantó sus delicados pies frente a él.
"Lávalos", dijo en tono despectivo.
"¿Que yo los lave por ti?" Henry miró esos lindos pies que tenía en frente y quedó aturdido durante unos segundos.
Al ver su expresión, Sylvia resopló ligeramente. "¿No? ¡Si no quieres, entonces esfúmate!"
"¡No. Descuida, lo haré!" Henry asintió enérgicamente sonriendo con emoción. Parecía que el esfuerzo que había hecho durante ese mes, estaba dando frutos. Esa fue la primera vez que pudo tocar el cuerpo de su esposa, solo porque ella se lo había pedido.
Al ver ese cambio de expresiones en su rostro, Sylvia se dio cuenta de que él podía hacer cualquier cosa por dinero. Según un viejo refrán, “La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse”. Ella sentía que Henry era este tipo de persona, y consideraba que un hombre así, debía ser severamente humillado.
"Entonces date prisa", dijo levantando los pies como si le estuviera dando órdenes a un sirviente.
Henry tiró cuidadosamente de sus suaves y finas medias negras de seda, las cuales se deslizaron fácilmente hasta sus rodillas desprendiendo un delicado aroma.
Instantes después, cuando terminó de retirarle las medias, unas delicadas piernas aparecieron ante sus ojos. Al verlas, sintió como si se tratara de una obra de arte hecha en el mismo cielo. Nada se podía comparar a esto, incluso la persona más exigente no podría hallarle ni el más mínimo defecto.
Sylvia se apoyó en el sofá. Podía sentir claramente un par de manos ásperas frotar sus pies, pero también sentía que estas le brindaban una sensación de relajación y comodidad.
Henry aún permanecía delante de ella masajeando sus pies. Nunca pensó que un hombre pudiera caer tan bajo solo por dinero. Definitivamente era asqueroso.
Cuando cumplió catorce años, a su madre le diagnosticaron un tumor maligno. Ella no quería ser una carga para su joven hijo, entonces le dejó una nota y saltó desde el séptimo piso.
En esa carta que dejó, le dijo a Henry que sin importar lo que sucediera en el futuro, era prioridad devolverle el favor a la familia Lin. Si no fuera por ellos, él no habría podido estudiar y quién sabe, probablemente habría muerto en la calle con solo cinco años de edad.
La familia Lin había salvado su vida dos veces, y juró en su corazón que definitivamente devolvería esos inmensos favores algún día. La niña que le regaló ese abrigo cuando tenía cinco años, fue como un ángel que trajo luz a su corazón.
En la memoria de Henry solo estaba la sonrisa de esta joven dama. Nunca la había visto fruncir el ceño de esa manera, entonces frotó las plantas de sus pies para ayudarla a relajarse ya que estaba familiarizado con cada técnica de acupuntura. El nivel de control su fuerza incluso se podía comparar al de un maestro de masajes profesional.
Sin darse cuenta Sylvia empezó a relajarse y perezosamente se reclinó en el amplio sofá. Se sentía tan cansada que poco a poco el sueño empezaba a apoderarse de ella.
Tumbada en el suave sofá, su postura hacía que su camisa blanca se arrugara ligeramente, formando así un pequeño hueco entre los botones. Al fijar su mirada brevemente en esos espacios, pudo ver la parte inferior de su plano abdomen y también parte de su ropa interior negra.
Sylvia no se dio cuenta de nada, se había quedado profundamente dormida y su hermoso cabello negro se había esparcido por el respaldo del sofá. Ante los ojos de ese joven, era como la misma bella durmiente.
Él seguía masajeando sus pies con cuidado. Uno normalmente sentiría sus piernas adormecidas si se pusiera en cuclillas durante más de quince minutos, pero Henry pudo permanecer así durante más de media hora. Cuando terminó, limpió suavemente los pies de la dama, los puso lentamente en el sofá y luego los cubrió con una toalla.
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