Mi Señor - Libro I - Serie Destino romance Capítulo 3

Ares Rossi

La vi feliz, junto a su amigo. Montó lo poco que tenía en un taxi y se fue sin más, sin mirar atrás.

En mi cabeza daba vueltas el beso que habíamos compartido; ese roce de su piel, esa maldita piel que me volvía loco; sus caricias… pero no había dicho nada, no había sido capaz. El éxtasis me había invadido solo al sentirla cerca. ¿Qué más podía hacer?

Unos golpes en la puerta me sacan de mi burbuja de confusión, era Rosa, lo sabía porque yo fui el que le pidió que habláramos a primera hora. Mi idea era ofrecerles un trabajo a María Laura, Sebastián y a ella, en la casa que compraría para vivir… pero todo se fue al infierno.

Suspiré y la invité a pasar. Me saludó tan cordial como siempre, me preguntó sobre mi menú y después guardó silencio. Le expliqué en pocas palabras cómo sería la semana, le dije que habría que despedir gente, que con ella y una cocinera me bastaba; también le pedí discreción y que, si en algún momento alguien de la familia de mi ahora exesposa llamaba, me comunicara enseguida. Ella asintió y tomó nota.

—María Laura y Sebastián se marcharon —dijo ella—. Tenían oportunidades en sus estudios por lo que prefirieron arriesgarse. —Ella me observaba esperando alguna respuesta.

—En un principio ellos y tú eran los que se mudarían conmigo a la nueva casa —dije secamente—, pero ahora tú debes elegir a quién llevas. —Ella solo asintió—. ¿Renunciaron a sus finiquitos? —pregunté.

—No, les aconsejé que no. —La miré a los ojos y un brillo había en ellos—. Los conozco desde hace siete años, en lo personal creo que si renunciaran a eso estarían botando años de servicio a la b****a. —Yo asentí, comprendiendo su modo de pensar—. Aparte, necesitarán algo de dinero para su mudanza, mientras no encuentren otro trabajo que se adecue a sus horarios.

—No te preocupes Rosa, entiendo tu posición. —Tomé mi chequera e hice un par de llamadas, le pedí a Rosa que se sentara y que en su libreta me buscara un par de datos, esa mujer tenía junto a mí muchos años, por lo que sabía que todo lo importante estaba en esa libreta que siempre cargaba—. Esto es para ellos, va un pequeño bono, para que lo aprovechen. —Extendí dos cheques algo suculentos, ella los tomó y guardó enseguida, sin hacer preguntas.

Hablamos sobre las nuevas medidas, la posible mudanza a otro estado o ciudad y Rosa me dijo que por ella no había problemas, que volvería a trabajar totalmente puertas adentro, que llevaría una de las chicas que mejor cocinaba y nada más. Me agradaba la manera que tenía de organizar, le comenté que solo se llevaría lo que había en la casa de huéspedes, y que todo se realizaría dentro de siete días.

Un alboroto en la puerta de entrada nos hizo salir del despacho, y ahí estaba quien menos quería ver: mi exsuegro, Dionisio, hombre imponente y de poco criterio, que trataba a sus hijas como monedas de cambio. Siempre entendí tan bien a Karla.

Le pedí a Rosa que se retirara, yo atendería al caballero directamente, si es que se podía llamar de esa forma. Le abrí la puerta y lo primero que trató de hacer fue darme un golpe, para su mala suerte mi condición física estaba en excelente estado.

—Si quieres podemos hablar —le dije mientras le doblaba el brazo tras la espalda—. No deseo pelear con un hombre de tu calaña tan temprano por la mañana.

—Le faltaste a mi hija —gruñó entre dientes—. Eres un hijo de puta.

De una vez lo solté, viendo cómo se tambaleaba, pero no caía.

—Fue un acuerdo mutuo —le informé, dándole la espalda y caminando en dirección a mi despacho—. Mi trato es con ella, nuestro matrimonio en ningún momento respondió ante ti.

—Claro, ahora te desentiendes, Rossi —me llamó por mi apellido. Reí por lo bajo, ya no era un niñato para asustarme por eso—. Me encargaré de que Karla te saque hasta el último centavo —escupió con furia.

—Sí —dije sarcásticamente—. ¿Y a costa de qué?

Lo vi enrojecer de ira.

—¡Responde, padre, querido padre! —pronunció Karla entrando al despacho—. ¿A costa de qué? —Los dos lo observamos, ella caminó rápidamente hasta mí, y yo me puse frente a Karla a modo de protección—. Fui yo la que lo engañó, fui yo la que no quiso hijos, fui yo quien decidió que este matrimonio llegara a su fin. —¡Un asco de padre! Le tomé la mano, dándole fuerzas para que no se derrumbara—. Si vienes aquí a reclamar bienes, dinero o algo más, puedes regresar por donde viniste, aquí no hay nada para ti.

Dionisio trató de acercársele, pero yo lo evité. Su mirada cargada de odio se detuvo sobre mí.

—Son unos malagradecidos —volvió a escupir su veneno—. Se arrepentirán —es lo último que dijo antes de irse azotando la puerta.

Nos miramos el uno al otro y soltamos una carcajada, ella se disculpó por su padre y yo solo la invité a sentarse, no tenía la culpa de cómo era su familia. Karla me contó que había vuelto porque la nana de su casa le había comentado que su padre pensaba hacer eso, quería evitar un mal rato. Por lo menos lo pudimos enfrentar juntos. Yo la puse al día con los últimos acontecimientos y también diciéndole que ya tenía comprador para la casa, ella lo celebró y no podía contener la risa al saber que no había podido articular palabra solo después de un beso.

Después de un rato y por supuesto, de recriminarme por no haberle dicho la verdad a María Laura, me dio la noticia de que se mudaría a Manhattan. Allí le habían ofrecido la dirección de una galería de artes. La felicité e invité a comer, pasamos gran parte del día empacando cosas de la casa, mientras algunos chicos del personal nos ayudaban. Hablamos y acordamos varios puntos del divorcio, nos relajamos y pudimos aclarar nuestros problemas durante la relación. Queríamos seguir en contacto, no es sencillo despedirte de la persona con la que has compartido casi quince años.

El día se fue en un abrir y cerrar de ojos, por la mañana del martes un abogado llegó a casa para ayudarnos con los trámites correspondientes al divorcio, teníamos todo ya repartido, si es que se podía decir así. Karla solo quería el dinero que nos dieran por la casa y uno de los carros. Yo le ofrecí un departamento en Manhattan y un coche nuevo, aparte del dinero de la casa. Gustosa aceptó y así rápidamente fuimos llegando a un trato favorable para los dos. Por su seguridad, encargué a Liam que la cuidara cuando pasó a la casa para dejarme la investigación que le había pedido días atrás.

Unas horas después la fui a dejar en el aeropuerto. Los Ángeles estaba serena esa tarde, mientras avanzábamos en el tráfico charlábamos de lo que haríamos durante este tiempo, ella solo quería establecerse mientras que yo no sabía por dónde empezar.

—Búscala —dijo ella mientras yo estacionaba el carro—. Dile lo que sientes, cuéntale toda la verdad, ruega porque no te mate y vean juntos qué hacer. —Me miró con burla en su rostro.

—Claro —dije entre dientes—, y desde el más allá te vengo a llorar mis penas. —Ella soltó una carcajada que hasta a mí me causó gracia—. No creo ser suficiente como para confesarle todo. —Terminé de bajar su maleta, mientras Karla caminaba hacia la entrada conmigo siguiéndole los pasos.

—Entonces —hizo como si pensara—, solo búscala. No seas tan cabeza dura, si ella no te rechazó la primera vez —dijo refiriéndose al beso de aquella noche—, tienes una oportunidad. —Se detuvo frente a mí y alzó su mano. La observé extrañado, me bastaron solo unos segundos para ver cómo me daba un golpe en la frente con la palma de su mano—. No seas cabeza dura —repitió—, y aprovecha esta oportunidad que el cielo te está dando. —Suspiró y luego me abrazó—. No hagas algo de lo que después te arrepientas.

Nos despedimos por algunos minutos, pero pronto el número de su vuelo pasó a abordaje. La vi alejarse y atravesar la puerta, alzó su mano en forma de despedida y yo le correspondí de inmediato. Aunque lo nuestro no había funcionado, seguía pensando que era una gran mujer, solo no éramos uno para el otro.

Mientras caminaba hacia el estacionamiento, recibí la llamada de Bruno, que en reiteradas ocasiones me agradeció por haberlo dejado en aquel lugar días antes. Me comentó sobre un proyecto y la gala que se realizaría el viernes, la verdad era que no me había acordado.

—No lo sé… —suspiré—. Ya todos saben que Karla y yo nos estamos divorciando, y no quiero miradas raras —dije para que me dejara tranquilo.

—¿Podrías invitar a alguna amiga? —preguntó—. No es malo, trata de resolverlo, porque yo tengo que viajar y no podré asistir. —Entre advertencias de su parte y negaciones de la mía, nos despedimos.

Manejé hasta la casa, pensando en las palabras de Karla. Tomé mi móvil una y otra vez, buscaba su número y estuve a punto de marcarlo en más de una ocasión, pero no lo hice, no me atrevía. Estacioné el coche y entré a la casa de invitados, donde estaba durmiendo; la casa en sí me parecía grande para mí solo. Comencé a ver la televisión, busqué alguna película, algo que me mantuviera distraído, pero parecía que nada funcionaba. Sus ojos, su rostro, ese cuerpo que me hacía alucinar, todo eso rondaba en mi cabeza.

Dormitaba por ratos, pero de un momento a otro recordé lo que había oído y la tarjeta de Madame. Me levanté rápido y comencé a buscar la tarjeta que me habían dado en aquel club, di vuelta a gran parte de la casa y no la encontré, entonces recordé que la había puesto en un cajón de mi escritorio. Decidí ir hacia la casa grande, entré y todo estaba oscuro, Rosa salió a recibirme, solo le comenté que se me había quedado algo en el despacho, pero ella se disculpó conmigo, ya que todos los muebles ya habían sido retirados.

Maldije por lo alto, luego me disculpé con ella diciendo:

—No importa, ya los solicité de nuevo. —Ella solo asintió y se volvió a meter a la cocina mientras yo salía de la casa.

¡¿Cómo había sido capaz de perder eso?! Se suponía que me despejaría algunas dudas, ahora ¿cómo podía recuperarla u obtener el número? No quería llamar a Bruno, tampoco sabía si podía asistir cualquier día a ese local, se notaba que era exclusivo. Dudé en subirme al vehículo y conducir hasta allá, pero aun así lo hice. En la puerta había dos «gorilas», al verme me dejaron entrar enseguida. ¡Vaya con esta gente! ¡Huelen el dinero! Caminé hasta la barra y varias muchachas se quedaron mirándome.

Decidido, llegué y pedí un trago. Observé en todas direcciones, pero una mano en mi hombro me sobresaltó; enseguida me giré y ahí estaba esa mujer. Me saludó cordialmente llamándome por mi nombre, se acordaba de mí porque, según ella, no a muchos les da sus tarjetas.

Se sentó a mi lado, pidió «lo de siempre», y la chica tras la barra se lo sirvió de inmediato. Preguntó llena de curiosidad qué buscaba allí, le comenté lo primero que me vino a la mente: la gala que se celebraría el viernes.

Ella me preguntó qué buscaba, si tenía algún estereotipo en mente y lo único que le dije fue que quería una especial, quizás de ojos azules, joven… le comenté que estaba dispuesto a pagar mucho dinero y que a la chica le convenía.

—¿Quiere una mujer virgen? —preguntó dejándome atónito—. Porque si es así tengo una candidata. Se supone que mañana vendrá, pero ahí sí el precio es sustancial.

—¿Cuál es el nombre de la chica? —pregunté secamente.

—¿Busca a alguien en específico? —contrarrestó—. Lo sé, un hombre como usted no se arriesgaría a venir a este lugar, solo por una simple mujer.

—Tiene razón —dije asumiéndolo—, no se lo negaré. —La escuché suspirar y luego sacar su móvil para mostrarme una foto.

—Su nombre es María Laura, tiene veinticinco años y vino a mí para vender su virginidad. —Era ella, ya no cabía duda. Tomé mi trago de golpe y volví la vista a Madame.

—Es ella —dije—. ¿Me explica cómo tengo que hacerlo, o lo puedo hablar con ella?

—Sabía que esta muchacha nos traería suerte —rio por lo bajo la mujer, que ahora me parecía más humana—. Le prometí que cuidaría con quién la comprometería, la conozco poco, pero es una persona muy especial. —Pidió otro trago para mí—. Solo quiero saber ¿por qué ella? —preguntó. Yo suspiré y bajé la mirada a mis manos.

Capítulo II 1

Capítulo II 2

Capítulo II 3

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