En Ciudad B.
Al salir del registro matrimonial del ayuntamiento, el hombre no soltaba la mano de ella en ningún momento.
Patricia Moreno miraba los nombres de ambos en el certificado de matrimonio y sentía que era un poco irreal, como si estuviera soñando despierta.
Cuanto más lo pensaba, más inquieta se sentía. "Sr. Leyba, ¿acaso estuviste casado antes o tienes algún problema de salud oculto?".
Con su apariencia, las mujeres seguramente lo adorarían. No entendía por qué a sus 30 años aún no estaba casado, y encima se había fijado en ella, que era tan común y corriente. Esto no tenía sentido.
Pascual Leyba hizo una pausa y sonrió: "¿No es un poco tarde para preocuparte por esto ahora? Ya te has convertido en mi esposa legal. ¿Ya quieres divorciarte?".
Esta fue la primera vez en su vida que Patricia hacía algo tan increíble. En ese momento, estaba extremadamente tensa y su cerebro estaba completamente confuso, incapaz de pensar.
Al escuchar la respuesta del hombre, casi no pudo respirar. La impulsividad era el demonio en persona, ¡ella debió haber estado loca ese día al casarse con un hombre al que apenas conocía!
Sin embargo, ya que había elegido este camino, debía seguir adelante.
Parecía que Pascual había adivinado sus preocupaciones y la consoló. "Sra. Leyba, no pienses más en esas conjeturas y preocupaciones. No soy violento, no tendré aventuras y nunca me he casado o divorciado. En cuanto a los problemas de salud que mencionas, puedo demostrarte con acciones que no los tengo".
La cara de Patricia se puso roja de golpe. ¡Este hombre sí que sabía cómo bromear!
Espera un momento.
"¿Cómo me acabas de llamar? ¿Sra. Leyba?". Parecía que había escuchado mal.
"Sra. Leyba. ¿Acaso me equivoqué?". La comisura de la boca del hombre se elevó ligeramente.
Originalmente quería regresar sola, preocupada de que su tía y tío descubrieran que estaba casada.
Pascual insistió en llevarla a casa, y su razón parecía válida: "Ya estás casada, ¿cómo puedo dejarte regresar sola en la noche? ¿Qué pensarán de mí como esposo?".
Patricia no tenía argumentos y no encontraba alguna razón para negarse.
Este hombre siempre tenía respuestas simples que la dejaban sin palabras, por lo que no pudo evitar pensar; ¿la controlaría así de ahora en adelante?
El auto llegó a un vecindario viejo y deteriorado. Pascual miró el oscuro callejón y frunció el ceño: "¿Caminas por esta calle sola por la noche?".
Patricia apretó su bolso ligeramente. "No siempre es así. Si trabajo hasta muy tarde, mi tío o mi primo vienen a buscarme para traerme a casa".
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