Notas de un asesino. romance Capítulo 3

“Siento que me perderé en algún momento, pero...

¿Me permitirías perderme en el calor de tu cuerpo?”

Amargo.

Así se sentía ver el cuerpo de Megan sin vida, frío, pálido, daba miedo y lo peor era la forma en que fue asesinada.

¿Quién lo pudo haber hecho? No sabía, pero sentía que de alguna forma esto era su culpa, aunque nadie sabía cómo se sentía, el hecho de que de alguna forma pudo haber sido ese extraño le daba terror.

¿Saben por qué creía que era su culpa y que algo de eso tenía que ver con ella? simplemente ató cabos. Junto al cuerpo de Megan, apareció una nota con las iniciales de ella. Y junto a esta decía: Falta poco para estar juntos, pequeña obsesión.

Sabía que probablemente era una nota insignificante, aparte de ello el hecho de que diga "pequeña obsesión” La hacía recordar las veces en las cuales se sintió vigilada y la vez de su encuentro con el desconocido.

Salió de la casa de su padre y se dirigió a paso lento hacia su departamento –El cual era su nuevo hogar gracias a que su papá la sacó de la casa porque no la soportaba más– es triste que las personas mueran, al igual que sentirse culpable por ello, pero no le valía absolutamente nada la muerte de Megan.

Su padre la había echado de casa a un departamento… se preguntaba cómo lo había conseguido tan rápido.

Caminó a paso lento, sin ninguna pizca de prisa haciendo que el aire diera contra su rostro y que su pelo y vestido vuelen levemente.

Sintió una mirada pesada tras de ella y sabía que se trataba de él, por lo que giró su cuerpo brutalmente.

Honestamente visualizó su cuerpo tendido en el suelo, pero, antes de llegar a él vio un cielo azul y sintió unas fuertes manos alrededor de su cintura, apartó las manos asustada y cuando vio quién era solamente se quedó con la boca abierta.

Sí que estaba bueno el desgraciado, se veía que estaba como quería, era rubio, ojos azules, labios ligeramente rosados ¿y para qué hablar de su cuerpo? Estaba hecho un dios.

Él mostró una sonrisa ladina y en ese momento ella supo que estaba haciendo el ridículo.

—Hola, me llamo Adam Lambert ¿Y tú? —¡Orgasmo mental! Pero que voz ¡Jesús! Añadió—¡Hey! ¿Cuál es tu nombre?

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