El redactor jefe es famoso por su mala leche, se dice que muchos de mis compañeros han acabado llorando después de su regaño. Miranda me cuenta más tarde que muchos de mis compañeros sintieron el agobio por mí. Ahora están mirando el despacho del redactor jefe, pensando que saldría llorando. Pero en lugar de eso, escucharon el grito del redactor jefe.
Aguanto todo esto sin llorar ni nada, porque comparado con Clyde, esto no es nada.
Cuando salgo del despacho del redactor jefe, mis compañeros me miran como si fuera alguna heroína de las leyendas. Miranda, al ver mi mala cara, me lleva a un lado y me pregunta en voz baja:
—¿Qué ha pasado? Sé que no eres de hacer algo así. Selena, ¿puedes decirme por qué?
Mantengo la cabeza agachada y no digo nada.
Siento mil disculpas por Miranda, porque sé que ha trabajado muchas noches sin dormir para completar ese comunicado de prensa. Además, también ha participado en la planificación del programa. Pero yo lo he arruinado. Destruí ese comunicado de prensa a propósito.
—¡Selena, habla! —Miranda tiene tanta ansiedad que da pisotones.
Es como si hubiera perdido la capacidad de hablar. Las palabras se quedan atascadas en mi garganta. Le hago una reverencia y me apresuro a darle la espalda antes de que se me caigan las lágrimas.
—¡Selena! —Llega la voz enfadada del redactor jefe desde detrás—. ¡Eres la responsable de esto! ¡El departamento de Información Pública no te encubrirá!
El incidente llega a alarmar al director.
Siento que las cosas se me están yendo de las manos. El director sabe de mi relación con Clyde. Si se lo cuenta a Clyde, ¡mi secreto estaría expuesta!
Me pongo a dar vueltas en el pasillo con ansiedad, y finalmente decido seguir con lo hecho. Entro en el despacho del director y le pido por favor que no se le cuente a Clyde.
Pero en ese momento una suave voz suena detrás de mí.
—Selena.
Me doy la vuelta con un sobresalto, y veo a Ian dirigiéndose hacia mí. Está a contraluz. Su alta y fuerte figura le hace parecer como un dios descendiendo del cielo. Me quedo pasmada.
Resulta que Clyde no se ha enterado de esto porque es Ian quien se encarga de lidiar el asunto.
Ese comunicado de prensa era para la Comisaría Central. Ian era el protagonista del programa. Y ahora que he arruinado el programa, como protagonista, le han enviado a informarse del asunto.
Nos sentamos en la cafetería. Pero no he dejado de estar aturdida. Ian, como policía profesional, es especialmente paciente con las personas como yo que se niegan a decir las cosas. Espera allí en silencio, esperando a que pronuncie palabra.
Finalmente, no soporto más y, en cuanto digo «Ian», se me disparan las lágrimas.
Ian me da un pañuelo y me pide un té frío.
—Selena, ¿con qué propósito lo has hecho?
—Tengo miedo de que Clyde se entere...
—¿Se entere de qué?
—Del culpable.
—¿Quién es el culpable?
Intenta dar presión con las preguntas.
Se me caen las lágrimas de nuevo y él me da un pañuelo. Se sienta a mi lado y me da una palmadita en el hombro.
—Selena, es cierto que he sospechado de ti —dice en voz baja—. Aunque estaba en el extranjero, he estado en contacto con Clyde. Su mayor preocupación es la muerte de su hermana, así que hemos hablado mucho de eso.
—No para de decirme que sospecha de ti, pero, después de todo, no es policía. ¿Sabes lo que quiero decir?
Levanto los ojos para mirarle y asiento estando aturdida.
¡Lo sé! Por mucho que Clyde sospecha de mí, no puede ir más allá de sospechar. Pero contando todas sus sospechas a Ian es otra cosa, porque Ian es policía y puede encontrar pruebas que confirmen las sospechas de Clyde.
Así que en realidad he estado bajo la vigilancia de Ian hace tiempo.
—Sé que Clyde siempre se mete contigo. En ese entonces discutí con él por el tema. Le dije que no te puede echar la culpa de la muerte de Katherine, porque solo eras una niña.
—Pero Selena —Ian se frota las manos y me mira con una mirada muy profunda—, todo esto es realmente sospechoso. Si fuiste secuestrada con Katherine, ¿por qué ella fue torturada y tú no? Esta es la parte dudosa de tu historia.
Entro en pánico y me mareo. ¡Lo sabe! ¡Lo sabe todo!
Clyde también sabe que mi historia no es convincente, por eso me ha odiado durante quince años.
—Además —continúa Ian—, ¿cómo es posible que pierdas la memoria tan casualmente? Solo tenías ocho años, y es comprensible que una niña de ocho años pierda la memoria por el susto, pero ¿el instinto de los niños no es buscar a sus padres? ¿Por qué en tú caso no es así? En cambio, te fuiste a la casa de los Santalla con Roberto.
No tengo nada que decir. Me siento desnuda delante de él. Estoy avergonzada pero no puedo hacer nada.
—Selena —Me mira, abriendo una pequeña libreta—, ahora cuéntamelo todo con detalle.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: PECADO DEL DESEO