Maratón 2/3
Dante Vivaldi:
La resonante música, las luces de varios colores, los gritos; junto a los otros sonidos que me rodean se quedan en segundo plano cada que disfruto de mi bebida alcohólica; llenándome de su toxicidad sin problemas.
Mi entorno brillante con suelos impolutos es una de las mejores maravillas del mundo, estar en un sitio como este en oraciones relaja mis músculos tensos, en otras solo me trae más catástrofe a mi vida, haciéndome rememorar sucesos que recuerdo la mayor parte del tiempo.
Por el rabillo del ojo fijo mi vista en la del chico de ojos color avellana, junto a las tres jovencitas que podrían ser mis hijas las cuales solo saben juguetear con alguno de los mechones de sus cabellos. No niego que están muy buenas; aunque hay una que casi me provoca un ataque al corazón al ver como sus ojos eran de un hermoso celeste.
Reitero; estaban mirando para el sur y el otro para el este.
Ethan repite mis acciones, haciendo una que otra mueca por la fuerza de la bebida ingerida, que traga con dificultad a la vez que vamos divisando la pared llena de botellas de todo tipo que llaman nuestra atención con cada vaso que acercamos a nuestros labios.
Ahogar las malas emociones en alcohol siempre ha sido mi mayor tranquilizante, además de que cierta forma es lo único que me permite hablar de todo sin ser un tío frío sin emociones que como muchos creen no es una simple fachada, en realidad es mi personalidad.
Suspiro mientras le doy un extenso trago a mi vaso de whisky agarrando las fuertes ganas que me abordan de golpear a quien se interponga en mi camino en este mismo instante.
El sabor amargo de la bebida sacia mi rabia por pequeños intervalos en los que mantengo mi mirada en la multitud de personas que mueven sus caderas en la pista con sus cuerpos llenos de sudor.
La rabia se vuelve maldad, y mis neuronas comienzan a maquinar las ideas más maliciosas, de esas que siempre se me ocurren en momentos en los que dejo que mis emociones me superen, y mucho más la rabia y el enojo, es como si no fuera capas de equilibrar la balanza.
Soy impulsivo en algunas ocasiones, en esas en las que esos sentimientos negativos me abordan; sin embargo, la mayor parte del tiempo son un ser calculador que siempre prefiere las cosas que le traigan beneficios que pueda apreciar.
Escaneo la vestimenta de mi compañero que consta de unos pantalones de mezclilla con algunos cortes en sus rodillas, una camisa que se ajusta a sus músculos no tan desarrollados como los míos, negra sin ninguna letra o diseño en medio, su cabello despeinado, ojos cansados, zapatillas Adidas.
—Estoy jodido —habla el castaño de pronto, ocasionando que por el rabillo del ojo deslumbre su raro aspecto, evidenciando que sus palabras son más verdades que mentiras.
—Cuentame tus penas con alcohol vamos —lo ánimo, colocándome en la posición de antes con los antebrazos encima de la barra repleta de borrachos y mugrosas parejas magreándose sin ningún pudor; algo de lo que yo también he sido participante, pero justo ahora es como si solo verlos me provocara jaqueca.
Ethan desliza las manos por su cabello frustrado, ingiriendo el tequila que lo hace arrugar un poco su entrecejo.
—Volver solo empeoró mis jodidos sentimientos —se sincera, cubriendo su rostro con sus dos manos, demostrando lo cabrón de toda esta situación, lo cual hasta ahora solo me tiene con una idea en mi cabeza, una que me lleva a alzar las comisuras de mis labios en una sonrisa.
Chasqueo la lengua dentro de mi boca, llamando su atención en el momento que entrelazo mis manos encima de la impoluta barra de la discoteca.
—No soy el indicado para dar consejos —aclaro, dejando en claro que sí necesita un psicólogo o algún romanticón de mierda se busque a otro porque ese papel nunca será el mío—, solo te puedo decir que sí tantas ganas le tienes le dez una buena follada y ya... O puedo hacerlo yo; me ofrezco como buen samaritano.
Levanto mis dos manos en son de paz, junto a la frondosa sonrisa adornando mi expresión facial por la maldad que acabo de mencionar. Desvió mis ojos en su dirección, descubriendo sus puños apretados con tanta fuerza y roña que sus nudillos están blancos casi pálidos.
Cambia su expresión a una sombría, a la vez que sus puños se aferran a mi camisa azul prusia con rabia, incluyendo a sus ojos volviéndose negros demostrando el peligro que puedo correr; sin embargo, no le temo, soy un ser mucho peor que él.
Me mantengo tranquilo, ensanchando mucho más sonrisa sin interesarme nada.
—¿Qué?, Yo no soy el que no tiene los cojones suficientes de elegir a una mujer —me suelta, estrechando el puño contra la mesa, maldiciendo en alemán—; ni mucho menos él que dañará a dos a la vez por su indecisión, y por el simple hecho de no ser capas de comprender a lo que nos llevan las decisiones que tomamos.
Sacudo mi camisa, acoplando mi musculosa escultura en la pequeña butaca, tronando mi cuello en demasía.
—Tú no entiendes nada; ni siquiera eres capaz de sentir amor por alguien más que no seas tú —suelta, dándole un trago a su bebida.
Una risa sarcástica sale de mis labios, junto a la mirada de prepotencia que le muestro sin ningún escrúpulo.
—Que no sepa amar no quiere decir que no comprenda las situaciones que incluyen emociones —reitero, recibiendo el amargo trago marrón deslizarse por mi garganta, raspando todo a su paso—; podré ser un cabrón pero siempre voy con la verdad por delante, es lo mejor que existe; aunque el ser humano es así de básico, incapaz de elegir cuando de una decisión se trata.
«Sí vas a estar con dos mujeres procura que ellas sean conscientes de ello; así te puedes salvar de una inminente patada en los testículos cuando se enteren; y será doble recuerda».
Nuestros ojos se cruzan; a la vez que siento un perfume desconocido que me invita a desviar la mirada con sumo descaro justo para delinear a la trigueña con enormes ojos grises, labios gruesos, figura curvilínea envuelta en un vestido de cuero rojo con escote cuadrado y tirantes finos que dejan ver algunos tatuajes en sus hombros, unos tacones negros Louboutin recubren sus pies, haciendo la combinación de elegancia que llama mi atención y más cuando sus ojos se fijan en mi perversa, para nada discreta mirada.
—Todo te llama la atención ¿Verdad? —alza una de las comisuras de su labios, acentuando la prepotencia que eleva mi buena calentura a niveles insuperables, convirtiendo la rabia en lujuria y deseo.
Relamo mis labios, atrayendo sus ojos en esa acción, para después despeinar mis suaves cabellos castaños con una sonrisa de suficiencia, pero coqueta; obviando a mi compañero que me mira con molestia en la espalda.
—Para que decir que no, cuando tus curvas fue lo que más me atrajo, incluso las imágenes que pasan por mi cabeza ya me la tienen durísima —me sincero, provocando que los ojos de la trigueña se llenen de una chispa que me impulsa a bajarme de la banqueta y agarrar su cintura con fuerza; pegando su anatomía a la mía.
Suspira, envolviendo sus brazos esbeltos en mi cuello, mientras sus dedos con excelente manicura roja y largas uñas corte de princesa; incrustándose en mi cabello.
—Hueles delicioso —aseguro en un susurro casi inaudible en su cuello, dejando que mi aliento estremezca su piel tersa, reacción que no tarda en ser reemplazada por algo mucho más fuerte.
—Uff, me tienes como un volcán —suspira, alejando sus brazos un poco de mi cuello, acción que aprovecho para morder su labio inferior, deslizarme hacia su barbilla, y luego a su clavícula con mi lengua húmeda dejando un muy delicioso recorrido.
Un jadeo se escapa de sus labios, enviando una corriente eléctrica por mi columna, evidenciando lo que se está por venir.
—¿Nos vamos desconocida? —cuestiono, mostrándole una sonrisa perversa que ella me copia.
—Por supuesto desconocido —deja un beso en mis labios casi imperceptible.
Me despido del castaño dándole dos palmaditas en la espalda pero mucho antes de irme le digo estás palabras.
—Por muy dura que sea la decisión debes tomarla, la vida no se puede complicar tanto, vívela con quién crees que es la segura ya después los arrepentimientos pueden llegar, pero aprendes algo de ello —salgo del local con la idea fija de lo que sucederá.
La oscura noche, la nieve y las luces que nos alumbran son el elixir suficiente para que en la esquina del lugar; en lo más oscuro devore los labios de la trigueña, para segundos después abordar mi auto con mi chófer abordo preparándonos para la noche tan intensa que se viene.
Mis veintiséis de diciembre siempre son así de relajantes y llenos de sudor, gemidos, jadeos, locura, perversión y mucha maldad.
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