Maratón 3/3
Pía Melina:
Millones de recuerdos de la cita de Peter y yo llegan a mi cabeza, sacándome una sonrisa sincera por la dulzura que sus actos llevaron consigo.
Ese pelirrojo fue como todo un príncipe conmigo; incluso, a pesar del suceso ocurrido mi noche se convirtió en la mejor de todas hasta ahora.
Ni siquiera me negué a una segunda cita justo cuando me lo pidió, me sentía libre y con mi corazón percibiendo esos nervios que aumentaban con cada segundo en el que sus ojos me miraban de esa forma que decía lo perfecta que era. Pero de alguna forma mi pensamiento no dejaba al castaño irse por más que no quisiera tenerlo ahí.
La noche del veintiséis de diciembre la mayoría del tiempo era una de las más aburrida de mi vida; no tenía la oportunidad de ver a mi madre debido a las tormentas de nieve, el frío que se cuela por mis huesos, junto a la incomodidad y pocas ganas de querer adentrarme en mi edificio; sin embargo, cuando más quieres algo es cuando menos sucede, demostrando que en cinco minutos ya había llegado a mi destino.
—Gracias —extendí un billete de veinte dólares, mostrando una frondosa sonrisa cansada, que evidencia lo agotada que estoy de trabajar.
Mis párpados están algo más pesados de lo normal y mientras me adentro en la conserjería de la edificación mis tacones resuenan en el suelo, con un sonido incesante que se mezcla con los latidos de mi corazón.
Cada paso que doy es un alarmante que pone mis latidos apresurados nuevamente, mi respiración errática, junto al picor que se apodera de mi cuello por los nervios; es un tick que tengo desde muy joven, al igual que jugar con el bordillo de mi blusa.
Suelto un suspiro un poco lastimero y triste, mientras pienso en la dulce pareja que debe estar en mi apartamento besándose como sino hubiera mañana.
Muevo mi cabeza sacado esa imagen espantosa de mi mente que sin querer me causa una punzada en mi pecho, justo en mi corazón de caramelo.
No deseaba ser egoísta, deseaba poder odiarlos, pero esa era una emoción que por ahora no quería sentir, una que nunca había formado parte de mí y quería continuar así.
Los minutos se volvían horas, no deseaba llegar a mi casa y encontrarme con aquella pareja de enamorados, menos cuando uno de ellos era mi amor de la infancia, pero aún así continúe mi recorrido.
La edificación no era tan moderna pero estaba más que bien cuidada, una vez al año venían los dueños a darle mantenimiento a los departamentos, uno por uno. Las paredes estaban cubiertas por pintura de color amarillo limón con algunos dibujos de mariposas, flores y pájaros.
Un enorme jardín con flores bien cuidadas recubrían la entrada del lugar, al igual que hay un camino de piedras por dónde me hallaba caminando.
Me aproximé con rapidez a las dos puertas del edificio, tenía muchas ganas de dormir, bostezos se escapan de mis labios sin pedir permiso.
—Hola Mariano —saludo al portero con cordialidad.
—Hola joven Pía, ¿Cómo se encuentra? —su tono es más que preocupado.
—Sobrellevando todo —respondo alejándome de la entrada en dirección a las escaleras.
Mi apartamento está en el segundo piso así que no tardaría mucho en plantarme en mi puerta.
Subir cada escalón con mis tacones era más que sofocante, mi respiración estaba acelerada al igual que mis latidos, mis labios entreabiertos y sin pensar pose mis manos en mis rodillas recuperando el aliento.
Desde el exterior tenías la oportunidad de escuchar todo lo que sucedía en el interior, algunas risas fueron las que llamaron mí atención.
Toqué la puerta dos veces hasta que me abrieron.
Mis ojos estaban totalmente abiertos, mi boca se había secado por completo, mis latidos estaban acelerados, mis mejillas sonrojadas, mi respiración se estaba tornando irregular.
Justo en mis narices estaba Ethan sin camisa con sus marcados pectorales al aire, y un chándal negro azabache cubriendo sus piernas tonificadas, su pelo mojado con algunas gotas que caían en el suelo y una sonrisa que adornaba sus labios.
«La imagen perfecta». Pensé.
El elástico de su calzoncillo Calvin Klein llamaba la atención de todo.
No sé por cuánto tiempo permanecí en silencio, aunque, era capaz de sentir esa sensación incomoda que me hizo retorcer los dedos en mi zapatos de tacón, haciéndome tragar en seco; sintiendo como la adrenalina se escurría por mis venas, junto a la intensa necesidad de elevar mi mirada.
—Hola —su voz ronca; junto al toque de sus manos al posarse en mi mentón, obligándome a mirar sus bellos y brillosos ojos que solo aceleraban mis latidos más de lo debido.
—H...Hola —balbuceo, teniendo que relamer mis labios, captando toda la atención de su mirada.
—Te extrañe Pía —murmura, acercando su rostro mucho más al mío, rememorando los sucesos de días anteriores.
—Esto no está bien —agradezco que mi vos logre salir bien sin ningún tartamudeo que me deja atónita, cuando su dedo acaricia sin cuidado mi labio inferior.
Mis mejillas se encienden, mi corazón se detiene en esa leve caricia que electriza todo mi ser, forzándome a volver a tragar en seco, buscando las fuerza para resistirme a las órdenes que mi corazón emite.
Amar a alguien es algo complicado, y más cuando llevas años con esos sentimientos dentro de ti, tratando de hacerlos desaparecer con todas tus fuerzas, pero lamentablemente tú corazón pone tanta resistencia que es jodido, tan jodido como el hecho de no poder tener la posibilidad de lograr la ilusión de al menos probar sus labios una vez. Es difícil resistirse a ese calor que se apodera de ti, acabando con el poco autocontrol que deseas tener cuando de él o ella se trata.
Respiro de manera entrecortada, mientras una leve gota de sudor se desliza por su cuello, bajando a un punto en dónde no puedo mirar, quiero pero no puedo, desvanecerme no es una jodida opción.
Suspiro, frustrada por la cercanía, junto a las ganas de dejarme besar por él; sin embargo, algo en mi se despierta, una vocecita que me advierte de que esto no está bien, de que solo empeoraré las cosas, de que no debo ser la otra, de que debo darme mi lugar aunque sea con él, demostrarle que las mujeres no somos juguetes y que la decisión debe ser tomada, al menos sí no es por él; será por mi.
—No quiero esto Ethan, somos amigos —veo una chispa de algo en sus ojos que me hace flaquear, dudando si hago lo correcto cuando solo quiero ser un poco egoísta por una vez; no lo permito, no debo dejar que mis sentimientos me nublen el juicio—, nunca seremos nada más; con permiso.
Dicho aquello me permitió el acceso a mí apartamento, con la duda plasmada en sus fracciones, provocando que solo pretenda que no me percate de ello, disimulando mientras miro los alrededores.
Conversamos de todo en el momento que preparamos la cena, arreglamos el árbol navideño junto a algunas galletas de chocolate con chipas que se me ocurrió crear; en realidad eran para Darla, yo era alérgica.
—¿No comerás ninguna? —cuestiona, devorando en demasía las galletas.
Una mueca de horror se apoderó de mi rostro, mostrando que no me gustaba para nada su idea.
—Soy alérgica —aclaré, haciendo un mohín.
Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendida por mi declaración.
—¡Joder, eres la primera chica que conozco que es alérgica al chocolate!, Lo que más amo por Dios —mencionó, siendo evidente su acento italiano en esa declaración.
Tiempo después continuamos con los platos sucios, preparando chocolate caliente para la castaña que vendría tan tarde y borracha como una cuba al día siguiente por sus noches de parranda.
Terminamos agotadas y con nuestros cuerpos llenos de sudor.
Las risas no faltaron en ningún momento, las bromas de Ethan siempre estuvieron presentes y los silencios incómodos habían desaparecido, lo que en algún momento creí que llegaría a ser una tortura, fue la mejor experiencia de mi vida.
Eso solo me llevó a una conclusión.
Nunca estuve enamorada de Ethan Miller; mi mejor amigo; o tal vez si lo estoy; sin embargo, sentía esa admiración que se llega a confundir con amor.
Nunca he besado a nadie, jamás de los jamases tuve un novio, eso no ayuda mucho a comprender mis sentimientos. Soy la chica ingenua de veintitrés años que nunca tuvo una pareja y no fue algo tan imprescindible en su vida cuando no lo tuve todo; luche por lo que tengo hoy en día sin ayuda de nadie, alcanzando al menos mi sustento.
Después de terminar nuestra tarea, me despedí de la feliz pareja y preparé todo para darme un baño refrescante.
Valeria estaba como siempre con uno de sus conquistas de una noche pasando un buen rato.
Entré a mí habitación y después al cuarto de baño, sumergiendo mi cuerpo en la bañera llena de agua caliente con algunas sales.
Me cree un moño desaliñado, evitando que mi pelo terminara empapado y tomé mi teléfono celular con los auriculares.
Me los coloqué mientras tanto me acomodaba en la bañera y cerraba mis ojos. Estoy escuchando una de mis canciones de Adele.
El mundo de mi alrededor había desaparecido por completo, todo se extinguió en el instante en el que entré dentro de aquella bañera. Mi cuerpo, mi mente y mis sentidos se fueron relajando poco a poco, hasta que llegó el momento de volver a la cama y finalmente caer en los brazos del hermoso Morfeo; dónde mi subconsciente me muestra al castaño de la noche anterior y sus ojos de perversión, estremeciendo mi ser con pensamientos para nada dulces.
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