Maratón 2/3
Pía Melina.
Muerdo mi labio inferior, encaminándome a la abarrotada cocina de donde desprende un delicioso olor a pavo que me enloquece.
Mis ojos memorizan cada adorno aplicado en mi sala; el enorme árbol de navidad con luces de varios colores, una estrella justo en lo más alto, junto a las medias que adornan la chimenea improvisada en la sala de estar, las alfombras que recubren el suelo de madera, e incluyendo las cortinas que dejan ver la nieve que no deja de caer justo afuera, cubriendo todo a su paso con su belleza; mientras el cielo despejado, y las estrellas que no paran de brillar son nuestro acompañante.
El pelirrojo me sigue, cargando con el las bolsas de regalos que justo ahora no entiendo para que me interese en comprar.
—Coloquemos estos aquí —digo con tono suave, dejando los obsequios que me atreví a empaquetar en el mismo lugar donde descansan unos veinte más que no tengo ni idea de quiénes son.
—Bonita decoración —susurra Peter, poniendo justo el último en el lado derecho de la esquina, rozando su brazo con el mío en el proceso—; aunque no más que vos.
Deja un beso en mi mejilla que hace mi corazón aletear, a la vez que un carraspeo para nada disimulado llega a nosotros, impulsándome a cerrar los ojos y maldecir internamente.
—¿Ustedes siempre son así de....? Como se dice... —finge pensar la palabra que se asemeje un poco más a todo, golpeando su mentón con su dedo, mientras sostiene una cerveza en su mano izquierda.
—No es tú problema —espeto, provocando que una sonrisa se apodere de sus labios.
—Uy, pero que gruñona princesa —suspiro pidiendo a Dios tanta paciencia como me pueda ofrecer, tragando con mis ojos desplazándose hacia la mirada del pelirrojo que se mantiene acomodando mejor los obsequios envueltos en papel de regalo con lazos encima.
El maldito apodo que menciona estremece mi ser, haciéndome tragar en seco, por los acelerados latidos de mi corazón, junto a mi respiración errática.
Le doy la espalda, queriendo olvidar su jodida presencia, fijando mi atención en el chico que me mira expectante con una sonrisa agradable.
—Creo que es momento de que me marche —acerca su rostro al mío, dejando un cálido y húmedo beso en mi mejilla; para acatar la misma acción pero está vez en mi coronilla.
Sus órbitas oculares perfectas llenas de brillo se perpetuan en las mías, activando una idea en mi cabeza que hace mis nervios aumentar a gran medida con el temor de cómo se lo pueda tomar.
El silencio se torna algo placentero y relajante, junto a la manera en que puedo sentir como traspasa mi alma con solo esa mirada, casi impulsándome a besarlo cuando alguien nos recuerda de su jodida presencia.
—Les juro que si sigo viendo esta escena tan cursi vomitaré arcoiris —se pone de pie, dándole un buen trago a su cerveza para sin cuidado dirigirse al corredor que va a las habitaciones, no sin antes ofrecerme una imagen que me seca la garganta.
Los dos seguimos su caminar con la mirada, para después de mi suspiro de tranquilidad intercambiar una mirada.
—Bueno, ya que estamos solos —pega más su cuerpo al mío, mostrando una sonrisa coqueta que sonroja mis mejillas, junto a la caricia que ejercen unos de sus largos dedos en mi mejilla—, ¿Me puedes explicar que pasa entre vosotros?
—¿Entre él y yo? —inquiero casi horrorizada con lo que sea este insinuando, recibiendo un asentimiento de su parte—; nada, es imposible que pase algo entre nosotros, por favor; ni siquiera se que hace justo aquí, puede que Valeria se a quien lo halla invitado.
Hago una mueca, sacudiendo mi cabeza como loca, negando algo más que obvio.
—¿De qué hablas? —cuestiona, colocando ese mechón rubio que como siempre el debe volver a poner en su lugar.
—¿Acaso no lo ves?, Es todo lo que no quiero tener en mi vida, y te aseguro que es lo mismo con él —asevero, agarrando mejor mi gaban.
—Pía; estoy seguro de que no hay nadie en esta vida que piense eso, eres demasiado perfecta como para pensar que nadie sería capas de no quererte en su vida —su pequeño discurso vuelve el rojo de mis pómulos tan intenso que puedo sentir el calor volverse más fuerte.
El ambiente se transforma igual que el de hacia unos minutos, a la vez que cada uno se prepara para llevar acabo ese beso inocente que de alguna forma añoro mucho más de lo pensando.
Sin embargo, como digo, mi pésima suerte hace que volvamos a ser interrumpidos pero está vez por la castaña que llega a nosotros con un gorro rojo y blanco, unos jeans de mezclilla ajustados que aumentan sus ya visibles curvas, su cabello suelto con algunas ondas en la parte baja, junto a un jersey bastante cursi que me obliga a soportar las carcajadas que desean ser liberadas.
—Ni una palabra de esto —me advierte, saludando con cortesía al pelirrojo que repite mi acción.
Antes de que diga algo más, agarro su brazo, apartando nuestros cuerpos de dónde se encuentra Peter; el cual se mantiene jugueteando con Moffy más feliz de la vida que nunca.
—¿Sabes que hace ese hombre aquí? —con un movimiento de cabeza en dirección a donde segundos antes se había ido el castaño, recibiendo como la castaña sube y baja sus cejas con picardía.
—¡Oh!, ¿Ese papasito? —se hace la desentendida, sonriendo con malicia, mientras yo solo asiento pellizcando mi tabique—, me lo encontré en el bar que está justo a dos cuadras de la peluquería, echamos un polvo y así sin más decidí traerlo a la casa, los dos teníamos que desestresarnos.
Gruño, queriendo matar a la castaña que solo se encoge de hombros dejándome completamente sola con el pelirrojo en la sala.
Dirijo toda mi atención en su dirección, llevando acabo mi descabellada idea.
—¿Quieres quedarte? —pregunto, ocasionando que sus ojos se iluminen con la sorpresa, incluso sus fracciones lo demuestren.
—¿Segura de que es lo que quieres?
—Muy segura —respondo.
Minutos después me dirijo a la cocina que se encuentra con una de las personas que más quiero matar en mi vida.
Relamo mis labios, sintiendo la comezón apoderarse de mi cuello, casi haciéndome maldecir por lo intenso que se vuelve por segundos.
La iluminación que se adentra por la enorme luna del exterior brilla en la estancia, junto a las lámparas de cristal que cuelgan del techo blanco, evitando que logre tropezar en el momento que paso por el medio de las dos mamparas de abdul.
—Yo la mato —anuncio dejando las bolsas de comida en la meseta de mármol negro que recubre la cocina.
La rubia desvía su mirada en mi dirección con una estrepitosa sonrisa nerviosa y de disculpa en mi dirección, terminando de revisar el pavo que descansa en el horno justo al pastel de queso que coloca en el refrigerador lleno de pegatinas adhesivas, fotos y algunas notas imprescindibles.
—Ohh; hiciste las compras —se hace la desentendida, desviando su atención a las bolsas de papel repleta de condimentos y agregos, helado, manzanas, cervezas sin alcohol y dos botellas de champagne.
—No te hagas la tonta —advierto, señalando a la rubia para después dirigir mi dedo en dirección a la castaña que come tranquilamente uno de los potes de helado que compré, relamiendo la cuchara sin miedo—, ¿Por qué traes a desconocidos a la casa?
La mirada de la castaña se desvía en mi dirección, a la vez que eleva una de sus cejas con inquisición.
—¿Estás segura de que eso es lo que te molesta? —su tono me descoloca, casi haciéndome perder todo sentido de lo que estaba diciendo.
—¿Eh?
Observo mi reflejo por última vez, estando un poco nerviosa por volver a ver a ese gilopollas.
Inhalo el aire que llena mis pulmones lo suficiente como para calmar mi ansiedad, mientras salgo sin temor de mi alcoba.
El desierto corredor me aturde un poco, y más cuando de la nada mi espalda es pegada a la pared con rudeza, junto a los brazos que se afianzan, no dejándome salir de el diminuto encierro.
—¡Suéltame! —increpo despreciando el que mis emociones me delante cuando solo quiero demostrar lo mucho que lo odio.
—¿Segura de que eso es lo que deseas? —su tono bajo y seductor lo vuelve irresistible, pero aún así me mantengo serena; al menos eso pretendo.
—Sí, deseo tenerte lo más lejos de mi posible, así que o me sueltas o haré que mi perro te muerda —intercambio mi mirada entre el can que se marcha sin siquiera mirar atrás.
«Maldito traidor». pienso, tragando en seco cuando su escencia de hombre mezclada con algo más que no logro descifrar llega a mí, entorpeciendo mis sistema nervioso.
—Sabes —baja su tono, dejando un vasto y húmedo beso en mi cuello que estremece hasta lo más profundo de mi ser—, no sé si es tú inocencia, o la forma en que te niegas a demostrar lo mucho que te enloquezco, lo que me trae loco.
Muerdo mi labio inferior, aclamando sin ninguna intención que sus ojos se desvíen en esa dirección, haciéndome tragar en seco.
Sin embargo, cuando me doy cuenta de lo que está planeando no dudo en lo que haré y antes de pensar la opciones le propino un fuerte rodillazo que me libera de su encarcelamiento, para como una gallina salir corriendo.
Mi respiración se acelera, casi como hubiera corrido un maratón, y de cierta forma me lamento por la circunstancia de que todos los presentes se quedan fijos en mi presencia; provocando que me sienta chiquita en mi lugar.
—Mm; es momento de cenar —carraspeo nerviosa, con la mirada en el suelo.
Todos acatan mi anuncio, tomando asiento en donde más cómodo le sea, en el instante en que el castaño llega lanzando miradas de odio a mí persona.
El tiempo transcurre volando, y cuando menos lo esperamos la cena finaliza después de momentos incómodos, roces de rodilla por parte del molesto capullo que decidió sentarse a mi lado izquierdo para sacarme de quicio mientras los demás pretendían que todo estaba yendo viento en popa.
Justo cuando lo que faltaban eran unos pequeños minutos todos nos detenemos delante del televisor de plasma que comienza el conteo regresivo.
La emoción de intensifica y es que siento que a pesar de los dramas de este año todo se ha vuelto significativo, ha transformado a cada persona a su forma y hemos sabido valorar algunos momentos que antes de disfrutábamos, dejando de lado que tal vez no podríamos volver a disfrutar de algo así.
—Cuatro... Tres.... Dos —contamos en coro, cada uno con su pareja, mientras el castaño no deja de enviarme miradas que evidencian su cruel venganza—... Uno... ¡¡Feliz año nuevo!!
Me volteo con la intención de abrazar al pelirrojo, perpetuando la imagen de cómo Ethan besa a Darla, El desconocido a Valeria con sus ojos en mí, y el que falta es Peter que en menos de lo esperado hace algo que me deja sin palabras.
Sostiene mis mejillas, uniendo nuestros labios en un delicado beso que hace mi corazón aletear desbocado, dejándome en un estado de shock inmediato.
—Feliz año nuevo preciosa —susurra, pegando nuestras frentes con una sonrisa.
El shock es instantáneo, y más el como sus brazos me envuelven en segundos, pero en como mi mirada se desvía a los dos castaños que asesinan con la mirada al pelirrojo.
«¿En qué mierdas me he metido?». pienso sosteniendo la copa de champagne en mi mano, propinándole el trago que quema un poco mi garganta por la rapidez con que lo ingiero.
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