Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 15

Maratón 1/3

Pía Melina.

Admiro la decoración del lujoso restaurante Italiano.

Relamo mis labios, saboreando los olores tan exquisitos que liberan los entrantes y aperitivos de quienes ya se encuentran devorando todo con elegancia y fervor.

Sostengo dos pequeñas bolsas de regalos con estampados de flores; exactamente tulipanes—las favoritas de Valeria—en mi mano derecha mientras la otra bolsa contiene el regalo de Ethan.

El pelirrojo le dice algo a la joven que sin cuidado desvía su mirada a nuestra espalda, casi enrojeciendo sus mejillas con quién sea esté detrás de mí.

La curiosidad, los nervios y el temblor que se apoderan de mi esbelta figura casi me impulsa a voltearme en esa dirección, solo para saber que le ha robado el aliento a esa chica cuando siento la mano fría del pelirrojo en mi espalda baja.

Mi piel se estremece por el inminente contacto, carraspeando un poco para centrar mis sentidos en lo realmente importante.

Estoy agotada, no lo negaré; mis tripas gruñen pidiendo algo que calme sus deseos de morir, e incluso me veo babeando cuando sostengo la carta en mis manos, delineando cada palabra con suma atención.

La cómoda silla es perfecta para mantener la posición de seguridad que muy pocas son capaces de mantener, mi respiración se normaliza por unos breves instantes que resultan ser tan cortos como algunos de mis cabellos.

Un aroma un poco reconocible llega a mí, haciendo que mis músculos se tensen en nanos segundos solo con esa acción. Suspiro, queriendo convencerme de que es imposible que sea él, no puede serlo; aunque es poco probable que me equivoque cuando no he podido dejar de pensar en él.

Por el rabillo del ojo deslumbro a tres personas; una pelirroja, un señor canoso que parece estar en sus cincuenta o más, junto a alguien que no logro divisar bien su rostro debido al ambiente íntimo de la zona donde se encuentran.

El tacto frío del pelirrojo me saca de mi estado de constante pensar, trayendo mis neuronas de ese viaje; para a toda prisa mostrarle una sonrisa que hace sus ojos brillar.

—¿Ya sabes que vas a pedir preciosa? —desliza uno de sus dedos por mi rostro, acariciando con calidez mi rostro, para después con cuidado colocar un mechón de mi torpe y molesto cabello detrás de mí oreja.

No niego que Peter es el hombre perfecto; es dulce, detallista, carismático, buen oyente, romántico, y guapo; muuuuy guapo; sin embargo, hay algo que de cierta forma no ya encendido por completo la chispa en mi.

Puede que mis nervios sean un componente de la atracción que de cierta forma mi cuerpo siente, incluso los sonrojos en mis pómulos; aunque, no enloquece mi pecho de la forma que—es un capullo—el castaño lo hace.

Y, no voy a negar que en cierta forma continúo con la esperanza de que algo bueno suceda de estas citas, que llegue el momento en que ya no pueda más y el sea ese príncipe azul que llevo buscando, quién me demuestra que ha las personas buenas siempre no suceden cosas excepcionales y maravillosas. Solo espero que sea capaz de encender esa chispita en mi pecho, al menos de esa forma dejare atrás mis pensamientos de soledad e inseguridad.

Miro sus perfectos ojos verdes, queriendo ser absorbidas por ellos; que me llenen de ese brillo que no es capaz de desparecer con nada, a la vez que asiento, aún con esa sonrisa cubriendo mis labios.

—Sí —respondo, apreciando como curva las comisuras de sus labios en una sonrisa que hace aletear un poco mi corazón, solo que no lo suficiente.

El camarero; un joven de unos veinticinco años, con uniforme y pajarita se acerca tomando nuestros pedidos, mientras los murmullos bastante molestos de la mesa que se encuentra a mí espalda solo activan mucho más mi loca curiosidad.

Trato de desviar mi repentino interés por esas personas, al pelirrojo, queriendo centrar toda mi atención en él.

—Bueno, debo confesarte que soy alérgica al chocolate —menciono, mostrando una sonrisa reconfortante, apreciando la sorpresa en sus pupilas.

—¿En serio? —asiento, haciendo que una sonrisa para nada burlona se apodere de su expresión—, seguro y eso porque toda la dulzura te la has llevado tú.

Mis mejillas se tornan rojas, calentando mi pecho con ese cumplido que casi de alguna forma me hace desfallecer, haciendo que juguetee con un mechón de mi cabello.

—Gracias —bajo mi mirada, nerviosa, teniendo que soportar como mi corazón se acelera por sus palabras.

Su mano agarra mi mentón con suavidad, ocasionando que levante mi cabeza, uniendo su mirada a la mía, llena de vergüenza.

—No tienes porque darme las gracias, eres hermosa, dulce y perfecta —besa mi coronilla, uno de esos besos que como siempre significan lo protegida que estarás con esa persona.

Una leve carcajada nos saca de ese ambiente ideal, casi de película, provocando que el pelirrojo arrugue su entrecejo desviando su atención a las personas de la mesa de atrás.

Los nervios aumentan cuando escucho su voz, incluso como brama molesto unas palabras que ponen solo en ese segundo mi corazón a latir como el cabalgar de un caballo pura sangre.

Trago, sintiendo el calor apoderándose de mi ser con su ronca, sensual y atrevida vos apoderándose de mis sentidos, incluyendo las sensaciones que se convierten en eso que ya no me gusta.

Borro los pensamientos que pasan por mi cerebro, centrando mi atención en la comida que colocan justo en nuestra mesa, deseando degustar todo para poderme marchar lo antes posible.

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El tiempo pasó más rápido de lo pensado, a pesar de la incomodidad de estar en el mismo restaurante que el castaño, pude al menos pretender que todo estaba bien cuando por dentro era todo lo contrario.

Hablar con el pelirrojo es algo placentero y donde los silencios que se forman no son para nada incómodos, aunque, a veces parece ser que sí, la forma tan especial en las que me lanza frases románticas que solo saben enrojecer mis mejillas o aletear mi corazón por lo poco acostumbrada que estoy a ello.

Admiro el paisaje casi nocturno de las avenidas que me llevan a mí departamento es una maravilla, un espectáculo digno de admirar.

—¿Segura de que estás lista? —cuestiona queriendo estar seguro de que no saldré corriendo como una cobarde con el solo pensar de que tal vez pueda tener mi primer beso delante de la puerta de mi apartamento, sabiendo quienes me esperan en la puerta al otro lado.

Mi corazón enloquece, mi respiración se vuelve acelerada como si supiera lo que llegara a suceder en estos momentos, y de alguna forma dudando sí es lo correcto o debería esperar más para ese momento.

—Estoy segura —hablo acallando las incógnitas que recorren mi cabeza, llenándome de ese miedo al que nos aferramos por el hecho de no lo que viene después.

Mis ojos perpetúan como su manzana de Adán se desliza cuando traga, secando mi garganta en el momento que moja sus labios con su lengua, viendo toda reacción en cámara lenta, casi igual a una película de esas de los años ochenta que mi madre me solía poner cuando pequeña.

—Te aseguro que cuando pruebe tus labios no te podré soltar —su tono de vos es ronco, bajo, estremecedor y casi enloquecedor.

De esos que te envía descargas eléctricas hasta la zona más baja de tu cuerpo sin siquiera tu ser consciente de ello, pero que a su forma es algo adictivo que te fascina sin tu tener mínima idea.

La distancia se va acortando, impregnando el ambiente que nos envuelve en un calor asfixiante, desorbitante y absorbente.

Mis dedos se incrustan en su cabello, halando un poco de este, para que el repita el proceso pero con mi espalda, rozando pecho con pecho.

El vaivén de ambos es solo la prueba de lo maravilloso que se está a punto de volver solo esta acción, solo con esas leves palabras, junto a esa delicada caricia y expectación es lo que hace a nuestros sistemas nerviosos reaccionar de forma biológica.

Respiro, no queriendo ser superada por mis temores e inseguridades, con su nariz tocando la mía, sus ojos cerrados igual a los míos, las pequeñas brisas frías que se cuelan por la ventana del fondo moviendo mis cabellos dorados, junto a la sensación de que esto puede ser solo el principio de algo que se puede salir de mis manos.

—Me encantas Pía —murmura, haciendo que su aliento impacte en mis labios, provocando el mini infarto que me aborda.

Una de sus manos se posa en mi mejilla, cuando solo faltan unos pequeños y escasos centímetros para que el beso suceda, para cerrar ese pacto que puede llevarme a dónde nunca he llegado.

Sin embargo, la vida no está nunca de mi parte y cuando menos lo esperamos, el click de la puerta nos informa de que alguien la ha abierto.

Lo cruel es quien la abrió.

—¿Acaso pensaban follar en el pasillo? —su vos estremece mi ser y el solo saber que está aquí me envía a maldecir internamente—, aunque no los juzgo.

—Dante; ¡Solo abre la jodida puerta! —el grito de Darla solo avisa lo que ya sé, y es que el cabrón que menos soporto en esta vida lo tengo a solo unos pasos con una sonrisa pícara en sus labios que me obliga a entrar golpeando su hombro.

«¿Acaso este día podría ir peor?». pienso adentrándome en la estancia con el pelirrojo a mis espaldas.

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