Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 32

Pía Melina.

Apresuro mi caminar por los ya menos concurridos pasillos de mi universidad corriendo de manera apresurada.  Mi respiración es una locura, al igual que mis apresurados latidos. Acomodo mejor mi gorro encima de mi cabeza, acoplando mis dorados cabellos debajo de este para sostener con mi otra mano libre la gran cantidad de libros que debo utilizar.

Paso por él aula de música donde se encuentra la pelinegra sonriendo feliz de la vida, mientras ajusta su guitarra acústica; le lanzo un beso que recibe más que gustosa.

Acentuo la sonrisa en mis labios, deslizándome hasta el aula de periodismo donde dejo algunos formularios para sin tener tiempo a saludar a nadie salir corriendo a toda marcha.

Tomo un desvío, pasando por el baño cuando escucho unos murmullos donde mi nombre está incluido; pero solo prefiero ignorarlos lo máximo posible porque en este lugar sino hablan de ti no están bien.

Finalmente y con el corazón en la boca me detengo en la puerta de mi aula de Historia Universal, desvío mi mirada a mi reloj de muñeca, descubriendo que llevo retraso por dos minutos más o menos; al menos eso me quiero decir para no sentirme tañ fatal. Al otro lado donde estoy se logra escuchar la voz de mi profesor tan grave y molesta como siempre.

Doy dos suaves toques que son más que suficientes para encontrarme con el rostro para nada amable de quien menos consideración tiene conmigo a pesar de ser su mejor estudiante.

—¿Estas son horas de llegar señorita Melina? —golpea suavemente su mano con el palo de madera que siempre usa para señalar a la pizarra, a la vez que me muestra su ceño fruncido en una mueca de disgusto.

Los nervios toman fuerza dentro de mi, la vergüenza se suma tiñiendo mis mejillas de un rojizo potente, ocasionando que baje la mirada nerviosa y comience a morder mi labio inferior.

—Yo lo siento señor Bernabé —mi voz sale baja, prácticamente en un susurro poco audible—, me restrase más de lo debido por culpa del bus que...

—No me valen las excusas, espero que esta sea la última y primera vez que sucede —me lanza una mirada desaprobadora para después dejarme entrar a las clases.

Elevo mi mirada, cruzándome con los ojos azules del pelirrojo que solo me mira con despreció y asco, a la vez que la pelinegra comienza a hacer señas para que me siente a su lado. A pesar de mi batalla mental, el silencio incómodo que se ha creado justo en el momento que he abordado al aula, afianzo mi agarre en la tira de mi mochila y antes de pensar mucho, le muestro un mohín de disculpa a Merida para después dirigirme al último asiento que se encuentra al lado del enorme ventanal de madera.

Las ileras son cuatro, y me decanto por la séptima silla de esta que está al lado derecho del aula.

Respiro, necesitando de toda la fuerza de voluntad posible para soportar el tiempo necesario sin sentirme más que incómodo por las miradas de asco que me envía Soraya; la castaña que lleva Medea enamorada del pelirrojo y que lamentablemente por mi culpa la rechazaron millones de veces. Maldigo a todo el tener que pasar por su lado, y más cuando una sonrisa maliciosa se apropia de sus labios; demostrando que algo se trae entre manos y es obvio que no se trata de nada bueno.

Esquivo la mochila para, mientras el profesor comienza a ponerse en función escuchar las palabras que salen de la boca de la castaña que me hacen tensar cada parte de mi anatomía esbelta.

—Odio a las que van de santas y al final son unas zorras —el susurro es obvio que es dirigido a mi, todos pretenden que no lo escuchan, pero por el rabillo del ojo esperan mi reacción.

Un impulso que ni siquiera me permite titubear me hace arrodillarme fingiendo que se me callo algo para acercar mi rostro al de Soraya con la misma sonrisa cruel y maliciosa que se había apoderado de sus labios.

—Odio a las que van de prepotentes y terminan arrodilladas, pero no precisamente para rezar, y no precisamente con el más popular de la universidad —le guiño un ojo para después encaminarme a mi asiento sintiéndome mejor de lo esperado.

Tomo asiento, acomodando mi cuerpo con premura en la silla, a la vez que escucho como el señor Bernabé explica moviéndose a los lados todo sobre la álgebra básica.

«Está será una hora muy larga»

Pienso en el instante en que un papel golpea mi cabeza, ocasionando que me gire buscando el causante; cosa que por más que miro nadie demuestra haber sido el causante.

Lo abro, encontrando las palabras que empeoran mi humor en segundos.

Por zorras y sin vergüenzas como tú es que hay más iglesias que moteles.

Muerdo mi labio inferior, teniendo que aguantar las ganas de llorar que me abordan; queriendo asesinar al pelirrojo que sonríe satisfecho.

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Restriego mis ojos, liberando un bostezo después cubriendo mi boca con mi mano; totalmente agotada, moviendo el libro de álgebra a la décimo quinta página resolviendo los condenados ejercicios que ya me tienen al borde de un colapso.

Le doy un sorbo a mi botella de agua, refrescando con el frío líquido mi garganta, remojando mis labios un poco para evitar que estén resecos por el frío.

—Recuerden despejar la x con exponente elevado a un coeficiente soleto —escuchar la voz chillona del profesor me provoca jaqueca y es primera vez en tanto tiempo que tengo más deseos de loa debido de que esta clase llegue a su fin.

El tiempo corre en lo que yo me centro, manteniendo mi completa atención en los números que no dejan de darme problemas cada dos por tres, a la misma vez que suspiro necesitando de un buen respiro.

Desvío mi mirada al reloj que descansa en mi muñeca derecha dándome cuenta de la maldita hora que me ha cogido en esta escuela. Suplico porque él timbre suene ya que debo recoger algunos libros de la biblioteca para los próximos exámenes venideros que me ofrecerán finalmente lo que tanto me había propuesto...Graduarme.

Posiciono por unos pequeños segundos la cabeza en la mesa, percibiendo como mis párpados se vuelven cada más pesados e imposibles de sostenerse lo suficientemente abiertos como para mantenerme en pie por unos intervalos de tiempo de más.

Trato de continuar despierta, volviendo a levantar mi cabeza con el único objetivo de mantenerme alerta a las explicaciones de mi profesor.

Un último cabezazo termina con mi frente impactando en la mesa, provocando un sonido resonante que se lleva toda la atención de los presentes en la sala de clase.

—¡Lo siento! —exclamo avergonzada, sintiendo como mis mejillas se calientan por el impulso de la timidez.

El tiempo continua trasncurriendo, mientras me concentro mucho mejor que antes, prestando total atención a las expresiones que se van desarrollando en la pizarra con facilidad por algunos estudiantes, hasta que finalmente el timbre suena anunciando la salida de la universidad.

Recojo todos mis libros, poniéndole un poco más de prisa de la necesaria, sintiéndome más que jodida y con unas inmensas ganas de salir corriendo antes de encontrarme con el pelirrojo que continua promoviendo cosas de mi que no son real.

Libero un bostezo que es ahogado con mi mano, a la misma vez que me encamino con mi mochila al hombro y algunos libros en mis manos a la salida de la sala estudiantil.

—Señorita Pia —la voz del señor Morales me mantiene estática en el lugar, temiendo lo peor cuando me aproximo a paso lento con algo se cautela.

—¿Sucede algo profesor? —inquiero acoplando mejor mi peso en mi otro pie, aún con algunos libros en mis brazos.

—Si, la he sentido muy callada últimamente, cuando usted mayormente responde sin dudar —menciona organizando algunos documentos en una pila, para después fijar sus ojos en mi—, ¿Está todo bien?

Bajo la mirada, liberando un suspiro de molestia para después asentira medio cabizbaja.

—Sí, todo está bien señor —finalizo despidiéndome con premura del hombre.

Me encamino a la salida con mi barriga gruñendo como loca, molestándome más de lo debido.

—Como si tengo que comprarte un país —asegura dejando un beso en mi coronilla que me impulsa a cerrar los ojos, sintiendo como mis latidos se vuelven descabellados y mi perspectiva de todo cambia.

Mis latidos se aceleran con esas palabras porque por más que quisiera odiarlo se me hace cada vez más complicado y es una jodida mierda, odiar a alguien que te muestra un lado que nadie conoce porque podrá ser un prwpotente, pero a veces sus respuestas terminan dándome un ataque de azúcar.

El camino se vuelve un silencio alarmante, uno que solo me hace pensar cosas fuera de lugar que no deberían pasar por mi cabeza, odio el que esto solo sea cuando está él, y más conociéndome.

—¿Que tal tu dia? —su toque en mi mejilla estremece mi ser, haciéndome cerrar los ojos aturdida, por el inminente y enloquecedor toque.

Trago, sosteniendo los nervios y la vergüenza que me aborda junto a ese calor avasallador que me enloquece, pero al que me he vuelto adicta.

—Un poco agitado, pero bien —susurro con voz baja, temerosa.

—¿El pelirrojo te ha vuelto a molestar? —inquiere deteniéndose en un semáforo, rosando su pulgar en mi mejilla.

—No, no por ahora —miento, no sabiendo el porque a la misma vez que miro sus ojos marrones que me absorben.

Una sonrisa curva sus labios, mientras desliza su dedo por la comisura de los míos; para después prestar total atención a la carretera.

—Mientes de pena —susurra finalmente dejándome totalmente sorprendida y aturdida al mismo tiempo con la curiosidad de lo que sea vaya a suceder a continuación.

Sí, es algo estupido subir al auto de alguien que apenas conoces, pero esta ese momento donde sientes que puedes confiar en esa persona.

—¿Y a donde vamos? —jugueteó con el bordillo de mi conjunto nerviosa mirando el perfecto perfil que me ofrece con su mandíbula apretada y sus músculos tensos en el volante.

—Es una sorpresa —murmura manteniéndose en completo silencio.

Los minutos pasan, nos desplazamos por la 5ta avenue, admirando las bellas luces que muestran las tiendas de ropa, las cafeterías y la magnífica luna llena ofreciendo su perfección desde el cielo.

Rasco mi nuca queriendo saber algo cuando el solo sonríe de lado, cambiando la palanca de embrague.

—Pregunta lo que carcome tu mente —demanda con su voz masculina y excitante, echándome una pequeña ojeada.

Trago la saliva que se acumula en mi garganta, no teniendo ni más remota idea de porque esa duda llega a mi ahora.

—¿Fuiste tu el que dejo el regalo en mi apartamento? —cuestiono, continuando mirando su rostro perfilado donde impactan las luces de la avenida.

Relame sus labios lentamente, acaparando toda mi atención para lanzarme una última mirada que me lo dice todo.

Sí; si fue él...

La otra pregunta sería... ¿Para quien era el regalo?

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