Dante Vivaldi.
La rubia juguetea con el dobladillo de su conjunto; sosteniendo sus libros con los nervios impulsándola a que mueva su pierna derecha en un vaivén intenso que no se detiene, sacándome de quicio; al menos más de lo pensando.
Sonrió al verla así, percibiendo como parece una niña pequeña de las que no puede estar para nada tranquila, y más cuando el silencio es algo que detesta; lo he notado más que nunca por el hecho de que no puede dejar de hablar como cotorra encerrada, sacándome sonrisas tontas por lo tierna que luce sonrojada y nerviosa.
Admiro por el rabillo de mi ojo el cálido y sonrojado rostro de la rubia que no deja de atormentarme por las noches. No verla despertar en mi apartamento fue un tormento; todavía no sé qué mierda me está pasando, pero mi vida a tomado un rumbo sin retorno del que no estoy seguro si lograre salir con vida e ileso.
Mis emociones alteran cuando no la veo, mis latidos se desbocan cuando admiro sus verdes ojos con miras azules que me estremecen por la luz y el brillo que cargan en ellos. El tacto cálido de mi piel rozando la suya es un detonante de mi libido y deseo; un deseo destructor que me carcome desde adentro.
Relamo mis labios, sosteniendo con fuerza el volante con el forro de cuero que acaricio con suavidad al girar a la derecha en la Avenida principal de Vancouver; desplazándonos hasta mi destino.
Suspiro, deteniéndome en una gasolinera al ver cómo sus ojos se cierran por completo; dormida se puede apreciar en su expresión facial con esa mucha más perfección e inocencia de la que despierta. Sus carnosos labios cubiertos por una fina capa de labial rosa francés, las ojeras que descansan debajo de sus ojos junto a las largas pestañas que se le suman, los pómulos abultados que dejan ver el pequeño hoyuelo cuando sonríe de lado, las arrugas que se le forman en las esquinas de sus ojos cuando se carcajea con dulzura, las diminutas pecas no muy notables que me están enloqueciendo con las inmensas ganas de besarlas a cada segundo; llevando a sentirme como un idiota de esos que tanto he detestado en mi vida.
Ahora entiendo a mi madre, incluso a Ethan; porque uno no planea sentir las cosas que siente por cualquier persona, solo por la que vale la pena ser destruido, porque muy en él fondo confías al cien por cien de que esa persona jamás tendría el valor de hacerlo.
Estaciono la camioneta en la pequeña gasolinera, desabrochando mi cinturón para con cuidado bajarme del auto, colocando el pestillo y la alarma; no sin antes cubrir a la rubia con la chaqueta de uno de mis trajes de repuesto, a la misma vez que con suavidad le acomodo su cabeza en el asiento con un cojín circular.
Cubro mi pectoral con un pulover negro que se ajusta a mis músculos tensos con el ejercicio que no pude evitar hacer en el gimnasio el día de hoy; a pesar de que estamos en enero todavía y que falta poco para el catorce me siento mentalmente agotado cada vez más, lo peor es que quien nada más sabe levantarme el animo esta soñado con esos unicornios cursis de los que seguro es amante.
Le doy un beso en su coronilla para después sin mucha complicación bajarme finalmente del auto, encaminándome en dirección a la tienda.
Despeino mis castaños cabellos, apreciando la oscuridad de la noche que lleva una alocada idea a mi cabeza; más que alocada idea que no quiero dejar pasar. Sonrió por el perverso pensamiento, mientras tanto coloco mi mano en la puerta abriéndola para que la campanita que anuncia la llegada de un cliente llame la atención del joven de detrás del mostrador.
Me desvío hacia el pasillo derecho donde se encuentran las botellas de refresco, jugos, agua, sodas y algunas confituras que seguro ella es amante. Admiro bien, siendo más que meticuloso con lo que elijo para evitar cagarla cómo hago la mayor parte del tiempo con ella; intentando demostrarle que a pesar de ser un prepotente no soy tan malo como se imagina.
Elijo unos pretsels, unos potes de helado de frambuesa, junto a dos botellas de agua y dos de Coca Cola. Incluyendo también en la cesta algunas cosas de más para crear cualquier cosa en el departamento.
Las fuertes lámparas led que alumbran la estancia me mantienen al tanto de mi camioneta que no pierdo de vista; aún estoy fascinando por lo rápido que se hizo de noche, supongo que cuando más agotado y quieres que dure el tiempo se agota con más rapidez.
Me desvío hacia el mostrador sintiéndome como un verdadero estupido y más cuando me doy cuenta de que quien se encuentra lista para recibir el pago es una joven con una gorra que cubre su cabello; mierda, la confundí con un hombre sin mala intención.
—Buenas noches —mi acento italiano se nota a la distancia y es que... a pesar de haber vivido ya casi como tres años en este país, viniendo e hiendo no me acabo de acostumbrar a ese inglés, pero lo hablo de maravilla.
La castaña me escanea con ojo de halcón, acomodando mejor su vestimenta para sin cuidado extender su mano preparándose para tocarme cuando desvío por inercia mi atención a la camioneta que me espera fuera del establecimiento.
No sé porque, pero antes de lo pensando retiro mi mano cambiando mi expresión a una de completa frialdad.
—¿Qué pasa guapo? —muestra uno de sus ojos azules, preguntando desconcertada el porqué repentino rechazo.
—Necesito llevarme esto —mi tono ya no es dulce y solo quiero marcharme lo antes posible por lo incómodo que me comienzo a sentir.
Eleva una de sus cejas de manera desconcertada, a la vez que comienza a pasar todo por la máquina sacando la cantidad exacta que debo llevarme.
—Son 20. 40 —finaliza aún esperando alguna respuesta mía que no llega, ni piensa llegar.
Extiendo el billete de cuarenta en la mesa, recogiendo todo en bolsas, aunque antes de marcharme realizo algo que no se espera y es mencionar unas palabras que me salen por puro instinto, con una espontaneidad que no conocía en mi vida.
—Señor dejaré las bolsas en la encimera —anuncia el señor canoso, flacucho y con un traje blanco y negro que le queda un poco más ancho de lo debido.
Me volteo aún con la rubia en brazos, mostrando una sonrisa de agradecimiento.
—Gracias Pedro, recuerda que lo que necesites estoy aquí —mencionó como siempre, recibiendo un asentimiento de su parte.
—No se preocupe señor Vivaldi, yo estaré a sus servicios —me da la espalda después de decir aquello, saliendo de la estancia.
El enorme pastor alemán de pelaje negro y ojos marrones igual a los míos llega a nuestro destino, corriendo emocionado moviendo su cola con felicidad. Mueve su cabeza a un lado cuando se percata de la rubia que descansa en mis brazos, olisqueando sus manos con algo de dureza al no estar acostumbrado a tener una chica en este departamento.
Las luces impactan en su rostro, mostrándome una imagen que me golpea más fuerte de lo debido, haciendo mi corazón latir desbocado.
«¿Que mierdas me está pasando?»
Cierro mis ojos, pasando las manos por mi cabello que despeino como hago mayormente, apreciando mi entorno.
Las escaleras que dan a la segunda plata donde está la lujosa habitación, incluyendo al baño; la sala de estar con una pequeña barra donde se encuentran dos banquetas, y la magnífica cocina que solo yo puedo tocar.
Si, aparte de guapo buen cocinero; aunque hay muchas cosas que les falta conocer de mi.
Relamo mis labios, deslizando mis manos por el pelaje suave del perro que comienza a juguetear con mis dedos mordiéndolos con suavidad, pero alguna vez con dureza.
Le doy un beso para después ponerme en función de la cena más perfecta que tendrá la rubia en su vida, hecha especialmente por un italiano de esos que nunca pasan de moda, y más cuando la haré con el mayor deseo de causarle un orgasmo solo con la mezcla de sabores.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Peligrosa 21+ (COMPLETA)