Pía Melina.
Observé mi reflejo en el espejo del baño mientras cepillaba mis dientes. El sueño todavía estaba presente en mí. Enjuagué mi boca, hice lo mismo con el cepillo eléctrico y me dirigí a mí habitación.
El conjunto que llevaría ya estaba justo encima de la cama planchado y con todo lo que usaría. Deshice el nudo del albornoz. Tomé los pantalones de aquel traje beige y luego me coloqué la chaqueta del conjunto. Me ate mi cabello en una coleta bien alta, delinie mis ojos por primera vez, pinté mis labios con una labial rosa claro y tomé el bolso negro de Victoria Secrets que me había comprado el día que el capullo de Dante me había secuestrado.
Un mareo ocasionó que me tambaleara un poco pero luego se calmó aquel malestar. Salí de la alcoba minutos después de mirar bien mi imagen para saber que estaba correctamente vestida.
Camine por el pasillo de aquel apartamento con una seguridad que no sabía que tenía cuando a mis orificios nasales llegó el dulce olor a tortitas con miel. Me relamí mis labios justo cuando en la sala. Lo único que separaba a la cocina de esta era una encimera.
—¡Que delicia! —exclamé mordiendo mi labio inferior con delicadeza.
—Wao mi pedacito de cielo, estás despampanante —me elogió mi madre.
—Oh vamos, ni que fuera una súper modelo —me queje devorando una tortita con prisa y mis mejillas sonrojadas.
—Estas hermosa y no hay discusión —asentí mientras liberaba algunos gemidos al percibir el maravilloso sabor de la miel bajar por mi garganta junto a aquellas tortitas que tan bien se le daban hacer a aquella mujer de cincuenta años.
Fijé mí vista en el reloj que descansaba en mi mano derecha, ocasionando que abriera mis ojos como platos.
—Uff, ya casi voy tarde al trabajo —mencione devorando una de esas deliciosas que se le daban tan bien a mi progenitora.
—Te amo hija.
—Yo mucho más mamá —me despedí lanzándole un beso en el aire mientras salía por la puerta.
Subí al ascensor y mientras esperaba tomé mi celular revisando los mensajes que me habían enviado Ethan
¿No me dirás dónde estás?.
Era el único que había puesto con algunos emojis tristes que solo me ocasionaron que liberaba algunas carcajadas no muy sonoras.
Se que sí te digo al final se lo dirás a él.
Aquella fue mi respuesta.
Guarde el móvil en mi bolso, dejándolo en silenciador para que no me llegará a molestar después. Las puertas del elevador se abrieron permitiendo que mis ojos se cruzaran con los de la recepcionista que continuaba con aquella sonrisa en sus labios.
—Buenos días —la saludé con cortesía.
—Buenos días señorita Melina —respondió ella igual de cortes.
—Oh, no por favor, dime Pía —le expliqué y ella asintió a la vez que me daba la vuelta en dirección a la salida.
Justo a solo unos pasos se encontraba el moreno con su cuerpo apoyado en el capo del auto, demostrando lo sensual que le quedaban los trajes en su musculoso y tonificado cuerpo.
—Buenos días —susurre dejando un beso en su mejilla, mientras él repetía el mismo proceso, pero en mi coronilla para con caballerosidad abrirme la puerta del asiento del copiloto.
—Buenos días hermosa, ¿como dormiste? —cuestiona, ajustando mi cinturón para con cuidado cerrar la puerta y adentrarse en el asiento del piloto.
Suspiro, colocando un mechón de mi cabello rebelde detrás de mi oreja, a la vez que nerviosa termino de degustar el delicioso desayuno que me provoca una ansiedad desorbitante.
—Wao, parece que tienes mucha hambre —murmura con una suave sonrisa—, ¿No quieres ir a desayunar antes de ir al trabajo?
Niego rotundamente, casi atragantándome con la comida.
—No, ya voy más que tarde, pero podemos dejarlo para mañana temprano cuando vuelvas a recogerme —una sonrisa se extiende por su rostro, iluminando sus verdes pupilas de una manera que se vuelven la perdición de mi propio corazón.
El tiempo transcurre entre charlas y charlas, donde abordo solo algunos temas, para después percatarme de que falta poco para llegar.
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A solo unos pasos estaba mi jefe con el mismo auto con el que nos fue a recoger al aeropuerto. Un traje igual de impecable, además de ese semblante serio que lo caracteriza.
—Tarde señorita Melina —susurro mientras cada uno abordaba el auto.
—Lo siento, me entretuve con mi madre —me disculpe y el solo sacudió su cabeza en señal de que entendía todo.
El motor del auto rugió, entretanto él colocaba el pie en el acelerador, saliendo a toda prisa.
En aquel auto lo que más reinaba era un silencio no muy acogedor. Mis ojos se turnaban entre mi jefe y el paisaje que íbamos dejando atrás.
Acomodé mi cabeza en el cristal de aquel automóvil permitiendo que mi cabeza comenzará a divagar pensando en aquel italiano de ojos seductores.
Sus palabras no habían sido las más románticas, pero a pesar de eso sí habían calado en mi alma de alguna forma. Sabía que en parte había sido una tremenda cobarde al huir como lo hice y no afrontar las consecuencias pero igual no tenía el valor de dejarme usar otra vez. Se que tal vez en mi caso ustedes no llegarían ni a pesar siquiera en salir corriendo como yo lo hice; sin embargo, no estaban en mi papel como para saber lo mal que se sentía ser usada y que luego te trataran como la mierda o simplemente como sino valieras nada. La vida es injusta a veces, es algo de lo que siempre he sido testigo, pero tampoco soy capaz de dejar que esta misma me cause unos daños irreversibles porque si me quedaba no dejaría de derramar lágrimas como toda una niña pequeña, y eso ya lo había dejado atrás.
El iba a sufrir tanto como yo, pero antes necesitaba sanar esos daños que sus palabras me habían ocasionado para luego ver si el realmente merecía una oportunidad.
—Señorita Melina —la voz de mi jefe supo sacarme de mis divagaciones minutos después.
—Em, si diga —lo estaba mirando con gesto de desconcierto.
—Le decía que hoy conocerá al gerente de la sucursal de Italia, el estuvo en nuestro país unos días para ayudar a su hermano con algunos negocios —escuché cada palabra atentamente mientras el continúa con su mirada en la carretera.
—¿Que es lo que haré más o menos en esta empresa? —pregunto ya que todavía no me habían dado las instrucciones.
—Eso lo decide el gerente —yo asiento y vuelvo a fijar mi vista en la ventanilla.
El tránsito de Roma es un poco más tranquilo que el de Canadá. Los autos permiten el paso a mí superior mientras se detienen en algunos restaurantes o toman rutas alternas.
Horas más tarde llegamos a un enorme e imponente edificio que parece tener veinte pisos, y en dónde predomina el cristal.
Salgo del coche en nanos segundos, quito las arrugas de mi traje, paso las manos por mí cabello y agarro con confianza mi bolso.
—Vamos —habla él señor Campell, es decir, mi jefe.
Juntos nos dirigimos a las enormes puertas que dan a la recepción de aquel gigante edificio. Se abrieron en el momento que el saco su identificación y la paso por la ranura que estaba justo al lado de una de las puertas.
Entramos en segundos yo detrás de mi superior con los nervios haciendo aparición en mi interior.
—Sí, ya lo sé, mi madre era amante a esas películas de niños —al escuchar su tono volverse más bajo me acerqué a ella.
—Tu madre está ... —no culminé la oración cuando ella comenzó a asentir—, ¡Oh!, Lo siento mucho.
—No, tranquila, ya han pasado diez años desde aquello —le puse la mano en el hombro a la vez que le daba unas palmaditas en este.
—Bueno, fue un gusto Tiana, pero estoy agotada —me despedí introduciendo mi cuerpo en el viejo elevador.
Apoye la cabeza en la pared de este mientras esperaba a que llegara a mi piso y no me había dado cuenta de que casi me quedaba dormida.
Abrí la puerta de hierro y me dirigí a mí pasillo.
En segundos ya estaba lanzando el cuerpo encima del desván y dejando el bolso en uno de los sofás pequeños que estaban en la sala.
—Uff, estoy agotada —acomode mi cabeza en el cabezal del asiento sintiendo como mis ojos se cerraban poco a poco.
En mi vida mi cuerpo había estado tan agotado como hoy, es como si mis fuerzas ya no fueran las mismas.
No esperé por mi madre. Caminé con prisa a mí habitación sin tan solo pensar en comer algo. Mis tripas no tenían muchas ganas de probar cualquier manjar que antes me volvía los labios agua.
Me deshice de la coleta, los tacones, el traje. Metí mi cuerpo en el cama y en segundos ya me había quedado dormida.
La tranquilidad y el silencio era algo que amaba.
Estaba durmiendo plácidamente cuando un olor bastante extraño ocasionó que me levantara de un salto de la cama dirigiéndome hacía el cuarto de baño. Coloqué la cabeza en el vater sintiendo como las arcadas eran cada vez más fuertes. Liberé las tortitas que con tantas ganas había devorado.
—¿Estas bien mi cielo? —cuestionó mi madre acercándose a dónde me encontraba arrodillada.
—Si mamá, es sólo mala digestión.
—Entonces te preparé un té de hierbas para que te sientas mejor —hice un asentimiento de cabeza a la vez que me lavaba la boca y descargaba el retrete.
Miré mi reflejo en el espejo, permitiendo observar lo demacrada que estaba en estos momentos.
Unos segundos después estaba arropada en aquel desván de color blanco con una humeante tasa de té verde en mis manos y con mi madre a mí lado pasando su mano por mí cabello.
—Mama —la llamé.
—Nunca me contaste como os conocisteis mi padre y tú —alzo una sonrisa en sus labios de esas que te trasmiten no solo calma también cariño.
—No es una historia muy sorprendente —hablo ella pero yo solo negué.
—Si lo era; comprendo que mi padre nos halla dejado y que eso te dolió pero no puedes negar que apesar de todo ustedes se miraban de una manera de la que siempre quise que me mirarán en algún momento de mi vida —le dí un sorbo a la bebida mientras ella continuaba dándome cariñitos en la cabeza.
—La cosa es algo compleja, tal vez si nos habíamos amado, pero eso es algo del pasado, lo que importa ahora es el presente —sus ojos cargaban esa emoción que parecía no deseaba sentir ahora así que simplemente fingió que no estaba ahí y me dejó un beso en la mejilla—, cuéntame cómo te fue tu día.
Y después de decir aquello le conté todo lo que había sucedido con Romeo, mi jefe y le mostré las fotos sobre la boda de Ethan.
Estuvimos ahí entre charlas y charlas hasta que llegó el momento en que el sueño se volvió a apoderar de mi, pero esta vez yo permanecí en la brazos de mi madre como siempre quice volver a estar.
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