Ducha rápida, vestirme y desayunar y ya estaba listo para empezar una nueva jornada laboral. Sara también estaba preparada y, por una vez, era ella la que me esperaba a mí.
El camino hacía el trabajo lo hicimos hablando de banalidades, quería distraerla para que no se fuera comiendo la cabeza y poniéndose nerviosa de nuevo pero, por suerte, conseguí mi objetivo al menos en apariencia.
Ese día aparqué más lejos a propósito. Quería que el camino a pie fuera algo más largo del habitual para que se percatara que su vestimenta no llamaba la atención y que se habituara a mostrarse en público de aquella manera, que lo tomara de forma natural.
Evidentemente funcionó. Nadie prestó atención a su cambio de vestuario y ella cada vez se veía más relajada con aquella nueva vestimenta, que era lo que pretendía. Cuando llegamos a la puerta del edificio, me dio un beso y nos despedimos hasta la tarde. La vi caminar con decisión hacia el ascensor que la iba a llevar hasta su empresa, igual que siempre, confiada y segura de sí misma.
Estaba ya deseando que llegara la noche para que me contara sus sensaciones y si alguien se había fijado en su cambio de look. Conociéndola, ya preveía otra noche movidita.Ya en mi despacho y, al contrario que otros días, apenas había incidencias que resolver.
Maldije mi suerte, por una vez que necesita tener mi cabeza ocupada en algo que me distrajera de lo que estaba sucediendo en mi vida, me encontraba cruzado de manos e inevitablemente mi mente se puso a repasar los últimos acontecimientos y los que estaban por venir.
Apenas daba crédito al cambio experimentado por mi mujer en tan poco tiempo y, por primera vez, me vi algo superado por la situación, incapaz de comprender hasta donde nos llevaba todo aquel juego que nos traíamos entre manos y hasta donde estaba dispuesta a llegar Sara con aquello.
Ella cada vez estaba más desatada y empezaba a temer si aquello no se nos podría ir de las manos, que se descontrolara la situación y acabara sucediendo algo de lo que luego nos arrepintiéramos aunque, de momento, nada presagiaba eso y estábamos disfrutando de lleno con todo aquel juego.
En esas estaba cuando llegó un aviso del piso donde trabajaba Sara y, rápidamente, me hice cargo de él.
Quería ver cómo le iba a mi mujer y qué mejor oportunidad que aquella. Cuando llegué a la recepción, cuál fue mi sorpresa, al enterarme que el problema era en el ordenador de Roberto.
Parecía que el destino había jugado a mi favor y allí se me presentaba una ocasión de oro para trastear con su ordenador e intentar averiguar algo de él. Y encima, cuando llegué a su despacho, me informaron que estaba reunido y que podría disponer de él a mi antojo.
La única pega era que Sara también estaba reunida y no iba a poder verla ni hablar con ella.No me costó encontrar el problema que tenía en su ordenador y resolverlo, cosa que podría haber hecho él mismo sino fuera un inútil con la tecnología pero,gracias a gente como él, yo podía tener trabajo así que no iba a ser el que me quejara.
Y además, esa incompatibilidad suya con las tecnologías iba a jugar en mi favor.Imaginaros qué cara se me quedó cuando, sin haberme planteado buscar nada incriminatorio y fisgar en su ordenador, me encontré encima de su mesa, a la vista de cualquiera que entrara en su despacho, las direcciones de correo electrónico con sus correspondientes contraseñas de acceso. Bingo.
Las copié todas, luego ya tendría tiempo de sobra de fisgar en ellas y ver cuál de ellas era del trabajo y cual su cuenta personal y si podía sacar algo en claro de allí. Recogí mis cosas y me fui de allí antes que Roberto volviera a su despacho, temía que se notara en mi cara lo que había hecho.
Por suerte no me topé con nadie de camino al ascensor y no tardé mucho en estar sentado en mi ordenador, introduciendo la dirección de su correo con su correspondiente contraseña.
Si pensaba que iba a encontrar algo en aquellas cuentas con las que poder chantajeara Roberto o descubrir algún oscuro secreto suyo, mi gozo en un pozo.
En su correo personal lo único llamativo eran algunos enlaces a páginas porno pero nada que pudiera usar. Y en su correo de trabajo, lo único que llamaba la atención eran sus mensajes con el tal Oscar donde se dedicaban a repasar a sus compañeras de trabajo.
Que si mira que tetas luce esa, menudas piernas las de aquella... o sea, nada. Como mucho serviría para demostrar lo cerdos que eran cosa que creo ya sabía la mayoría.
-Pues lo mismo te digo. Aún tendrás que esperar para verme en mallas -dijo guiñándome un ojo y abrazándose a Sara-y del tema de las bragas ya te puedes olvidar -dijo mientras las dos se partían de risa y entraban dentro.
A mí me dieron igual sus risas y bromas, más que nada porque andando tras ellas y, a pesar de lo que me había dicho, no tuve que esperar mucho para disfrutar de su bonito culo. Y es que aquellos leggins que llevaba no se diferenciaban mucho a unas mallas ajustadas y me dieron una buena panorámica de su trasero mientras las seguía hasta el mostrador del gimnasio.
La chica que nos atendió ya conocía a Judith y entre las dos nos enseñaron el gimnasio, de aspecto moderno y bien equipado, bastante concurrido pero sin ser agobiante. La verdad es que tenía muy buena pinta y el precio, inmejorable. Solo me faltó ver la cara ilusionada de Sara para acabar de decidirnos, para alegría de Judith que ahora tenía a su amiga como compañera de ejercicios.
Una vez arreglado el papeleo y pagado la cuota me preparé para salir de vuelta a casa cuando Judith nos preguntó que porque no nos quedábamos ya aquel día y estrenábamos nuestra suscripción.
-Pues es evidente ¿no? no hemos traído nuestra ropa de deporte -le contesté lo que para mí era evidente.
-Eso tiene arreglo -dijo abriendo su bolsa y sacando dos pares de mallas-he traído dos, una para ti -dijo mostrándosela a Sara
-y otra para mí.-Ah vale. Gracias por pensar en mí -le dije irónicamente.
-No seas tonto, Carlos. Tú déjame a mí... ¡Rubén!Me giré buscando el destinatario de aquel grito y vi a un monitor viniendo hacia nosotros. Un tío alto, 1,80 o más, cuerpo musculado, guapo de cara y con una sonrisa que delataba la buena sintonía con la amiga de mi mujer.
-Hola Judith, qué bueno verte. Hacía días que no coincidíamos... -dijo mientras nos miraba curioso. No sé porque pero Sara apartó rápidamente la mirada cuando él la miró. Parecía algo nerviosa ante su presencia.
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