—Pues que mientras se frotaba su coñito no paraba de repetir mi nombre: ah sí Carlos... fóllame fuerte Carlos... qué gusto sentir tu polla dentro, Carlos...
-Dios... no puedo más, clávamela ya de una puta vez...
No me hice de rogar, de un solo golpe mi polla se enterró en su vagina que la acogió sin dificultad, tal era el estado de excitación de mi mujer. Un gritito de placer y de alivio se escapó de su garganta animándome a darle más y más fuerte, cosa que hice al instante. Sara, inclinada sobre la encimera y con su camisón subido hasta la cintura, recibía mis embestidas duras y frenéticas imaginando la escena que le había pintado yo, su queridísima amiga desnuda en la ducha masturbándose pensando en su marido que estaba allí viéndola y empalmado como un burro.
Yo, por mi parte y totalmente cegado por la lujuria, alternaba varias visiones a cual más perturbadora. En una era yo el que estaba en la cocina pero follando sin misericordia a Judith que estaba en el lugar de mi mujer y, en otra, era Sara la que recibía el pollón de Rubén en aquella cama, aullando de puro placer. Las dos me excitaban por igual y, por lo visto, Sara estaba igual de desenfrenada que yo imaginando a Judith masturbándose pensando en mí.
Por eso no fue de extrañar que, pocos minutos después, mi mujer se corrió de tal manera que tuve que sujetarla para que no se desplomara. Y mientras lo hacía, su vagina contrayéndose fruto del orgasmo, me hizo alcanzar el mío llenándola con mi simiente. Aquello había sido la leche.
Me temblaban hasta las piernas y tuve que hacer un sobreesfuerzo para no caernos al suelo los dos. La arrastré conmigo quedando ambos sentados, ella sobre mí y aun empalada en mi polla semirrígida.
-Joder, cielo. ¡Menudo polvo! ¿Soy yo o cada vez son mejores? -dijo con la respiración entrecortada Sara.
-Ha sido la leche. No sabía que te ponía tanto imaginarme
con tu amiga...
-Es algo extraño. Sé que te desea y me excita pensar en situaciones morbosas entre vosotros dos pero, siempre, sin llegar a culminar. Es como dejarla con la miel en los labios, sin dejarla llegar a cumplir su deseo que es follarte. Eso es solo para mí -dijo besándome.
-Supongo que algo parecido es lo que me pasa a mí con Roberto. Solo de imaginar consiguiendo hacerte suya me
pone de los nervios... -dije sinceramente.
A aquellas horas de la mañana y al ser festivo apenas había tráfico y llegamos con tiempo de sobra a la estación. Tuvimos que esperar un rato a la llegada de nuestro tren que llegó con puntualidad británica, por suerte para nosotros porque, un poco más, y nos quedamos dormidos allí mismo. Aunque no íbamos a tardar mucho más en hacerlo ya que, fue subir al tren y guardar nuestras maletas y en cuanto nos sentamos, a ambos nos embargó un sopor profundo que nos hizo caer dormidos al poco de salir. El viaje se nos hizo corto ya que la mayor parte lo hicimos dormidos.
Yo me desperté antes de llegar y, cuando lo hice, contemplé el rostro dormido de mi mujer que descansaba apoyada su cabeza sobre mi hombro. Aquella paz, aquella
aparente inocencia... no pude evitar acariciar su mejilla cosa que hizo que abriera sus ojos y me mirase con aquella mirada suya que me desarbolaba. Cómo no estar enamorado
de aquella mujer...
No tardamos en llegar a la estación de Sevilla, poniéndonos de nuevo las pilas para cargar con las maletas e ir en busca de un taxi que nos llevara a nuestro hotel. Cuando salimos a la calle nos encontramos con un panorama bien distinto al de nuestra ciudad, un sol radiante y una temperatura agradable que presagiaba que en unas horas haría hasta calor. El trayecto en taxi fue breve y enseguida estábamos ante la puerta del hotel.
Nos registramos y poco después ya estábamos de camino a la que iba a ser nuestra habitación para los próximos días. Todo estaba saliendo de diez... buen tiempo, hotel sin sorpresas inesperadas, estábamos más cerca del centro de lo que me imaginaba y, sobre todo, un panorama inmejorable por delante en cuanto a mi mujer. Fue empezar a deshacer las maletas y ver una serie de vestidos, faldas y toda clase de prendas que delataban que Sara pensaba cumplir aquello que me había adelantado, probar sus límites en aquella ciudad bien lejos de conocidos. Ya para empezar, viendo el tiempo imperante, cambió la ropa que llevaba por una falda bastante escueta, un top de tirantes que dejaba al descubierto su vientre y unos zapatos planos, única cortesía en pos de la comodidad ya que ese día pensábamos hacer turismo e íbamos a andar bastante. Yo me quedé embobado viéndola, como no podía ser menos, y ella empezó a hacer poses para que pudiera contemplarla bien desde todos los ángulos.
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