Pobrecita Afortunada romance Capítulo 3

En ese momento, el ambiente dentro del carro estaba tan tenso que parecía no haber oxígeno adentro.

El aire se volvía cada vez más denso.-

Después de un largo rato.

Aria, armándose de valor, intentó echarle un vistazo a Patricio, quien estaba a su lado, con la esperanza de decir algo que aliviara la tensión.

Pero justo entonces, vio por la ventana a Héctor y Lucía saliendo furiosos.

Se asustó tanto que, casi por reflejo, agarró la manga de Patricio y se agachó.

Se tumbó encima de Patricio sin previo aviso.

El rostro serio de Patricio se tiñó de un leve rubor en sus orejas, difícil de percibir.

El peso de ella encima parecía haber presionado algún interruptor, llevando su mente de vuelta a esa noche.

Esa noche, ella lloraba desconsoladamente, sus ojos, empañados por lágrimas, parecían hablar por sí solos, llegando directamente al fondo de su corazón.

Aria temía que si no lograba escapar, sus padres la atraparían de nuevo para forzarla a hacerse el trasplante de corazón para Delsa, sin importarles nada, incluso si eso significaba acabar con el bebé que llevaba dentro.

Pero eso no era lo que más le preocupaba...

Le aterraba el carácter enfermizo y cruel de Delsa, que como una loca, podría dejarla morir en la mesa de operaciones sin remordimientos.

Pensando en esto, Aria instó con miedo: "¡Vámonos, rápido!"

Patricio no dijo más nada, y el conductor tampoco se atrevía a hacer un movimiento precipitado.

Mirando cuidadosamente por el retrovisor y viendo a Patricio asentir, aceleró para alejarse.

La mano de Patricio, de dedos largos y articulaciones bien definidas, presionó el interruptor para subir lentamente la ventana justo al pasar por donde estaban Héctor y Lucía.

Tan concentrados estaban en buscar a Aria que ni siquiera notaron lo que ocurría dentro del carro.

No fue hasta que estuvieron lejos que Aria finalmente se atrevió a levantar la cabeza de entre los brazos de Patricio.

Al encontrarse con los ojos intensos y severos de Patricio, casi se desliza fuera del asiento del susto.

"¡Por supuesto que tienes que dar a luz a mi hijo!"

Pero luego, cambió de tono. Su voz, aún fría y autoritaria, hacía que incluso sus ojos se tiñeran de una frialdad creciente.

"¿Qué es lo que quieres?"

Anteriormente lo había evadido.

Ahora, ¿se ablandaba por el niño?

¡Él no lo creía!

Esta rosa, que parecía delicada, estaba llena de espinas, siempre era desafiante.

Aria logró liberar su muñeca y se apoyó en el rincón formado por la puerta y el asiento, respirando agitadamente.

Con lágrimas aún en sus ojos, pero sonriendo, le dijo las condiciones.

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