Receta para robarle el corazón al Dr. Farel romance Capítulo 1

Evrie despertó sintiéndose como si su cuerpo estuviera a punto de desmoronarse.

Le tomó un buen rato reunir la fuerza para levantarse de la cama. La manta se deslizó de su cuerpo, revelando la piel marcada por besos.

La puerta del baño se abrió y un hombre de figura esbelta salió de ahí.

Solo llevaba una toalla atada a la cintura, su torso era fuerte y definido, con un abdomen marcado por seis cuadros y esa línea de los músculos bien trabajados...

Su pelo corto, rizado y húmedo aún goteaba.

Evrie lo miraba embobada, olvidándose incluso de volver en sí.

—¿Qué miras? ¿Acaso quieres repetir? — dijo el hombre, quien tomó un cigarrillo de la mesa de noche, lo encendió y le dio una calada, echándole una mirada de reojo.

A pesar de estar desnudo de la cintura para arriba, la severidad que emanaba de su ser no se reducía en lo más mínimo.

Evrie, nerviosa, apartó la vista, incapaz de seguir mirándolo.

La falta de contención de él la noche anterior le había dejado dolorida, como si todos sus huesos hubieran sido triturados.

La primera vez había sido en el sofá, la segunda, en la bañera.

La bañera era dura e incómoda, una experiencia nada agradable y además dolorosa.

Evrie se levantó avergonzada, recogió su ropa del suelo y empezó a vestirse. Se había quitado la ropa ella misma, con tanto cuidado que no tenía ningún indicio de suciedad ni desgarre.

Farel seguía sentado en la orilla de la cama fumando, observándola con calma mientras se vestía.

Sus movimientos eran torpes y algo cómicos debido a la incomodidad, dándole un aire de inocencia.

Al terminar su cigarrillo, Evrie ya estaba lista.

Antes de irse, se detuvo y se giró hacia el hombre—Todavía no me has pagado. —

Farel levantó la vista hacia ella, con esa voz rasposa que le quedaba después de fumar.

—¿Cuánto quieres? — preguntó.

Evrie no tenía ni idea de cuánto costaban estas cosas. Ruborizada, respondió—Dame lo que sea el precio de mercado. —

Dubitativa, y sosteniendo el pomo de la puerta, murmuró—Que sea al menos diez mil. —

Tras decir eso, no se atrevió a mirar su expresión y, memorizando el número de la puerta, corrió cojeando como un conejo.

Farel observó su salida apresurada y se rio con desdén.

Diez mil... sí que sabía pedir.

Era todavía una novata, sin saber nada, y sin embargo, la noche anterior había sido incapaz de contenerse y la había tomado una y otra vez.

Piel suave, piernas largas, cintura delgada, pecho tierno...

Y lo más importante, era obediente, sumisa y suave, fácil de manipular.

Una pequeña conejita tan tierna e inmaculada como una hoja en blanco, y no tenía idea de cómo se había atrevido a vender su cuerpo.

El día anterior, había llamado de manera confusa y su primera pregunta fue:

—¿Compras óvulos? —

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