Receta para robarle el corazón al Dr. Farel romance Capítulo 590

Evrie se abrazó a él instintivamente y levantó la mirada hacia Farel, con ojos brillantes.

—Lo logré.—

Ella le dijo—Evité el accidente de tu familia.—

No había terminado de hablar cuando su cabeza fue presionada nuevamente contra su pecho.

Él era tan fuerte que podía sentir el latido de su corazón claro y poderoso, mezclado con tensión y pánico.

—¿Puedes no arriesgarte así la próxima vez?—

Parecía que ni siquiera estaba enojado, su tono de voz sólo reflejaba resignación.

El aliento entrecortado de Farel le soplaba en la oreja, dejando sólo alivio.

El corazón de Evrie se ablandó, y ella lo abrazó fuertemente por la cintura.

—Lo siento, te preocupé demasiado.— Le dijo con algo de culpa, —La situación era urgente, no pensé demasiado, solo quería ayudarte.—

Viendo que él no hablaba, Evrie le dijo.

—Te juro, la próxima vez seré más cuidadosa y estaré atenta a mi seguridad.—

Al verla tan dócil y complaciente,

Farel no pudo enojarse.

Respiró profundamente, calmó su corazón acelerado y trató de mantener la calma.

—Sube a mi coche, vámonos.—

—Está bien.—

Evrie asintió obedientemente, dejando su coche a Joan, más tarde vendrían a remolcarlo para revisar la situación.

Después de todo, no se atrevía a conducir un coche que había chocado.

Después de la intensa situación de antes, Evrie recordó el miedo que tuvo en ese momento y sintió una leve debilidad en sus piernas.

De vuelta, Farel conducía y ella iba de copiloto.

Todo lo que podía pensar era en aquella furgoneta.

—¿Por qué la gente de Marín iría tras tu padre?—

Evrie no entendía nada, incluso si Federico había sido liberado, sin identidad ni poder, no representaba una amenaza para Marín.

Aunque fuera para molestar a Farel, era una táctica que les dañaba también a ellos.

A menos que hubiera otra razón.

Los ojos de Farel se oscurecieron—Llegaremos pronto y lo sabrás.—

El coche llegó sin problemas a la casa de la Familia Haro.

Apenas Evrie bajó del coche, vio a tres personas en la entrada, mirándolos ansiosamente.

—¿Están bien? ¿Han sufrido alguna herida?—

Victoria se adelantó preocupada, revisándolos de arriba a abajo.

Evrie negó con la cabeza—Estoy bien, mi coche es modificado, es muy resistente a impactos, salí ilesa de eso.—

Victoria pudo relajarse al oírla.

Su rostro rara vez se veía tan pálido—Evi, gracias, si no hubieras estado allí, probablemente ya no estaríamos vivos.—

—Sí, tía Evrie, fuiste increíblemente valiente y genial, yo estaba mirando desde atrás y casi pierdo el alma del susto, por suerte estás bien, si no, mi tío Farel ya no querría vivir.—

Amanda intervino a tiempo, con ojos llenos de admiración.

—Hace frío afuera, mejor entremos.—

La voz grave de Federico sonó detrás de ellos.

Mirando sus brillantes ojos suplicantes, las palabras que Farel tenía atoradas en la garganta, se las tragó en silencio.

Él tomó su mejilla con suavidad y la levantó ligeramente para mirar de frente a su rostro.

—Te lo repito una vez más, en el futuro debes ser racional, tranquila y no puedes hacer nada peligroso, mucho menos algo que me haga preocupar— le dijo Farel con firmeza.

Evrie asintió repetidamente—Está bien—.

—¿Escuchaste bien?— Farel enfatizó con una voz más profunda.

—Sí, te escuché—.

—Repite lo que dije—.

—En el futuro, jamás haré algo peligroso, y mucho menos algo que te preocupe—.

Evrie repitió sus palabras con docilidad, pareciendo tan inocente como un tierno conejito.

Farel cerró los ojos y suspiró profundamente.

Si algo le pasara a ella, temía volverse loco.

—Toc, toc, toc—

Poco después, alguien tocó la puerta.

La voz de la empleada doméstica se escuchó desde afuera—Señor, señora, la cena está lista, por favor bajen a comer—.

Evrie le respondió con voz clara—Está bien, gracias—.

Cuando sus pasos se alejaron, Evrie levantó la vista hacia Farel con una voz suave y persuasiva.

—Sr. Haro, no estés molesto, ¿vamos a bajar a cenar?—

El corazón de Farel se ablandó y la atrajo hacia él dándole un beso firme en la frente.

—¿Quién dijo que estoy enojado?— susurró con una sonrisa resignada, —No me atrevería a estar enfadado contigo—.