—Si tantas ganas tienes de morir, ¿por qué no te apuñalas a ti misma o haces un truco como saltar de un edificio? —sugirió un hombre con frialdad y repugnancia.
—¿Yo quiero apuñalarme …?
De repente, Bella Fernández notó algo raro en las palabras de Pedro Romero.
¿Cuándo había expresado ella que quería saltar de un edificio?
—Señora, por fin, ha recuperado la conciencia. —preguntó Fiona, la criada, acercándose a ella con agua y medicinas—. ¿Le duele la cabeza? El médico le ha dicho que tiene síntomas de una conmoción cerebral leve y le ha indicado estos medicamentos. ¿Quiere tomarlas ahora?
Bella no le contestó, ya que se quedó sorprendida al descubrir que se encontraba tumbada en un amplio dormitorio. A juzgar por la decoración de la casa, parecía tratarse de la antigua mansión de la familia Romero.
No había regresado a aquella vivienda, desde hacía dos años, específicamente, desde que la habían ingresado en el hospital psiquiátrico. Fue por esto que, en un principio, creyó que a lo mejor Pedro la había llevado de vuelta a la casa, pero enseguida negó esta idea. Ella se había apuñalado a sí misma en el corazón, y, aunque no había muerto, era imposible que no la hubieran enviado al quirófano.
Al pensarlo, Bella se apresuró a bajar la cabeza para examinar su pecho, y frunció el ceño al comprobar que estaba intacto, aunque su cabeza y sus muñecas estaban envueltas en gasa médica.
Pedro frunció el ceño al ver que Bella cambiaba de expresión, alternando entre el dolor y la sorpresa.
—La próxima vez, sube más alto, ¡el salto en el segundo piso no causará la muerte! —dijo el hombre con impaciencia.
Después de decir esto fríamente, Pedro salió de la habitación.
Sin tener en cuenta las palabras de Pedro, Bella continuó revisando su cuerpo.
Después más de dos años en el hospital psiquiátrico, estaba pálida y marchita, pero en este momento, su tez era suave y blanca, y se veía vitalizada. Tampoco tenía los rasguños ni los moretones en el cuerpo y los brazos, que le habían causado los cuidadores.
—Señora, el señor está demasiado enfadado, lo ha dicho sin pensar. —la consoló la criada, pensando que Bella estaba triste—. No hay rencor. Más tarde podrá hablar con el…
Aunque los arbustos verdes habían servido como amortiguación y la habían protegido de la fractura de brazos y piernas, se había golpeado la cabeza con el borde del parterre y se había desmayado en el acto...
Pensando en todo aquello, no pudo evitar sospechar que había vuelto al tiempo, tres años atrás.
Fiona, temerosa de que Bella continuara armando alboroto, la persiguió, con la intención de persuadirla.
—Señora, ¿por qué viene otra vez al invernadero? El suelo está lleno de vidrios y de trozos de cerámica. Por favor, ¡no vuelva a hacer ninguna estupidez! —dijo, asustada—. El señor está preocupado por usted. Tan pronto como se enteró de que estaba herida, regresó de inmediato a… ¡Oh, señor Romero! —exclamó la mujer, sorprendida.
Al oír el tono tenso de Fiona, Bella levantó la cabeza.
En el invernadero no solo estaba Pedro, alto y apuesto, sino que Anna se encontraba a su lado, exquisitamente bien vestida, tierna y decente. Se encontraban frente a ella como una pareja perfectamente armoniosa.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Resistiendo al amor de Mi Ex-Marido