Una fábrica abandonada se encontraba en los suburbios de Ciudad Fortaleza. Varios hombres de aspecto feroz descansaban dentro con cerveza y aperitivos.
Todos ellos rodeaban a una niña que estaba atada a una silla y su rostro empapado de lágrimas salió a la luz: era Reyna.
Aquellos hombres pertenecían a una banda de delincuentes, en la cual el líder era Cobra, que también quien había llamado antes a Penélope. Uno de los hombres con la cara llena de cicatrices se acercó a Cobra:
—Jefe. ¿Realmente Penélope Sosa nos dará el dinero?
Cobra entrecerró sus ojos brillantes y se rio:
—¿A quién le importa? Con esos asesinatos en Ciudad Fortaleza, tenemos que estar preparados de todos modos. Nos llevaremos a su hija con nosotros si no paga. Podemos conseguir fácilmente un millón o dos, vendiendo a esa niña bonita a algún burdel de prestigio.
Unos cuantos hombres se rieron con malicia:
—¡Inteligente! Escuché que muchos hombres ricos tienen un fetiche por las vírgenes, seguro que nos hará ricos. —Cobra mantuvo una sonrisa impasible en su rostro mientras miraba a Reyna.
Tras el intenso llanto y la lucha, el rostro de la niña estaba desarreglado. Sin embargo, todavía había una mirada esperanzada en su rostro y les avisó:
—Mi padre es muy poderoso. No dejará que te salgas con la tuya.
Cobra resopló:
—¿Ah, sí? Si es tan poderoso, ¿cómo es que no está aquí salvándote?
En el momento en que Cobra terminó de burlarse, escuchó una voz:
—¡Estoy aquí! —Cobra y su gente se levantaron nerviosos para mirar a la puerta y vieron dos figuras caminando hacia ellos: una era Nataniel y la otra era Penélope
Díaz había ordenado a sus equipos que localizaran a Reyna inmediatamente después de recibir la llamada de Nataniel. Esas unidades, compuestas por unos cuantos miles de personas, se pusieron a trabajar de inmediato y filtraron numerosos datos antes de enviar la información y la ubicación de la banda al papá de Reyna en menos de diez minutos.
Cobra no esperaba que le encontraran poco después de llamar a Penélope y la cara de Reyna se iluminó:
—¡Papá! ¡Mamá!
El corazón de Penélope se rompió al ver a su hija en ese estado:
—¡Reyna!
Antes de que Penélope pudiera correr hacia Reyna, el hombre con cara con cicatrices arrastró a Reyna hacia él y le puso una daga en el cuello y amenazó:
—¡Quédate donde estás!
Penélope se congeló y suplicó con voz temblorosa:
—De acuerdo. Lo que usted diga. Por favor, no le hagas daño.
Aparentemente nervioso, Cobra entrecerró los ojos:
—Bueno, bueno. Mírate. No esperaba a ningún invitado. ¿Qué les hiciste a mis hombres afuera?
Nataniel no se preocupó de responder y en su lugar, lanzó una mirada aguda al hombre de la cara con cicatrices:
—Suéltala si quieres vivir. Es tu última oportunidad.
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