POV: Ashley.
Despierto desorientada, siento la boca reseca y un insistente dolor de cabeza taladra mis sienes. Miro a mi alrededor para tratar de ubicarme y mi mirada se cruza con unos hermosos ojos azules, que me esperan. Ver a William me hace reaccionar y al instante, la vista se me nubla, con mis ojos inundados de lágrimas. Un sollozo sale desde lo profundo de mi garganta y ni siquiera puedo hablar, para rogarle que me diga que todo está bien. Que mi madre seguirá conmigo.
No quiero pensar siquiera en la posibilidad de que sea lo contrario. De imaginar lo peor, mi pecho duele tanto que no puedo describirlo.
—Por…por favor… —susurro, entre jadeos roncos y con el surco de lágrimas patente en mis mejillas.
No me sale la voz. Y los mínimos segundos que William demora en responder, me parece que voy a morir de desesperación.
—Todavía no sabemos nada —murmura, con voz ronca, llegando a mi lado. Toma mi mano en el mismo momento que yo cierro los ojos.
Suspiro, aunque no de alivio. El no tener noticias puede ser un arma de doble filo, pero al menos, puedo mantener las esperanzas.
Lloro, mi cuerpo se sacude con espasmos silenciosos y William, el hombre que ahora mismo es mi sostén, me abraza con fuerza.
—Tranquila, Ash, por favor —susurra y su voz se escucha desolada. Le afecta todo esto, pero intenta aguantar, por mí.
—Will, mi mamá no puede morir, no… —lloro, sin parar. Mis ojos son torrentes de agua salada y solo tengo fuerzas para aferrarme a William y rogarle que todo esté bien—. Tiene que vivir, ahora que puede, ahora que tiene una oportunidad, que está recuperando los años que perdió.
—Lo sé, mi vida —asegura, alisando mi cabello revuelto y con su otra mano, limpia la humedad en mis mejillas—. Pero tienes que ser fuerte. Tienes que controlarte, por favor.
Lo intento, de verdad trato de controlarme, pero no puedo. Es tanta la desazón que siento en el pecho que no creo poder lograr quedarme tranquila.
—Lo siento, Will —susurro, porque debe saber que trato, en vano.
Él suspira, aleja un poco su rostro y me mira a los ojos. El amor que veo en ellos, es tan intenso, que trago saliva. El solo brillo de su mirada me hace creer, confiar, en que, si él pudiera, eliminaría todo el dolor que estoy sintiendo en este momento; lo haría suyo. Y esa confirmación, me hace querer llorar mucho más.
—Sé que es difícil, amor. Tu madre es tu vida, tu punto de apoyo —declara y acaricia mi rostro. Yo suelto otro sollozo dolido—. Perderla será duro, más si no estás preparada para lo peor.
Cierro los ojos, aguantando las ganas de volver a acurrucarme como niña pequeña y llorar hasta quedar sin fuerzas. Will lleva un dedo a mi barbilla y me obliga a levantar la cabeza, con suavidad.
—Tienes que ser fuerte, Ashley. Hace años que lidias con el miedo a este momento y si yo pudiera, si estuviera en mis manos, me encargaría de que ella viviera más de cien años, de arrebatarte este dolor tan grande que estás sintiendo. Pero esa es la ley de la vida. Ese momento llegará, mi amor. Lo sabes.
Sollozo. Tiemblo. William me acuna entre sus brazos y yo solo quiero tener esas fuerzas que él me pide.
—No merece morir ahora. No ahora —repito, cada vez que siento que puedo hablar.
—Lo sé —susurra, mientras pasa sus manos por mi espalda en una caricia tranquilizadora—. Lo sé.
A pesar de todo, del dolor que quema en mi pecho; a pesar de que quisiera que sus palabras fueran que todo estará bien, sé que no es lo que debe hacer. Will tiene que ser sincero conmigo, hacerme entender que las cosas pueden no ir como yo deseo, como necesito.
—Yo tengo esperanzas, Ash —murmura y la vibración de su voz, me hace sentir bien. Levanto la cabeza y lo veo a los ojos—. Y creo que se vale tenerlas.
Sonrío, con una mueca triste, agradecida con su apoyo. Un calor se extiende en mi pecho y me aferro a esa creencia; quiero pensar que mantener mi mente positiva, ayudará a mi madre a salir de esto.
—Gracias —susurro, pero esa palabra abarca demasiadas cosas.
El doctor Bing frunce el ceño un segundo, tiempo que demora William en pegar mi espalda a su pecho, luego asiente. Y yo creo que el suspiro de alivio que expulso, me deja sin aire por varios segundos. Atraigo a Chris a mi pecho y lo abrazo, los espasmos suyos compiten con los míos. Escucho que William y Ricardo preguntan todo, yo quiero escuchar, pero mi hermano y yo necesitamos desahogar el miedo nefasto a la pérdida. Pasamos los segundos así, hasta que William me pide que atienda, que necesito escuchar lo que los médicos tienen que decir.
—Tenemos que operar, con urgencia —exclama el médico, mirándome directamente. Trago saliva y asiento—. Es necesario extirpar el nuevo tumor, que aún se puede considerar pequeño. Luego haremos el tratamiento como estaba planificado.
Asimilo sus palabras, aunque me cuesta. Intento controlar mi respiración.
—Doctor —llamo, quiero hacer muchas preguntas, pero ninguna me sale. Solo una se me queda en la punta de la lengua, insistente—. ¿Se pondrá bien?
—Depende de su propio organismo —explica—. Lo que sí apura es la operación, luego de eso, los pronósticos pueden ser mejores.
El doctor no confirma mi pregunta, pero tampoco comenta de un comportamiento desfavorable; eso ya es un inicio. Asiento y le pido que me explique los procedimientos que deben seguir. Pasamos los siguientes minutos, escuchando todo. Vuelvo a estar al lado de William y agradezco de su presencia aquí, porque él es más práctico cuando de situaciones críticas se refiere. Doy mi consentimiento para la operación y el doctor del hospital se retira, para preparar todo. Trasladarán a mi madre para la clínica donde estaba siendo atendida desde el principio, puesto que con la urgencia la ambulancia la trajo al centro médico más cercano.
—Doctor Bing, ¿puedo verla? —pregunto, cuando termina de explicar todo.
Se lo piensa unos segundos y yo casi hago un puchero, con la espera y ante su duda. Al final, asiente y me pide que lo siga. Señala a Christopher, para que lo haga también. Me despido de William con un beso casto y sigo al doctor a través de las puertas, junto a mi hermano. Caminamos por unos largos pasillos pintados de un blanco impoluto y dejamos atrás, al menos, unas cuatro puertas a habitaciones con pacientes en terapia intensiva. La sangre se me hiela al ver, a través de los cristales, las máquinas conectadas; así como escuchar el constante pitido que señala la vida. Cuando llegamos a nuestro destino, me trago un suspiro, antes de pasar y ver el estado de mi madre. Tomados de la mano, entramos.
Y aguanto las ganas de sollozar cuando la veo. Tan frágil. Dormida. Su rostro ceniciento y su respiración lenta. Su máquina conectada también suena, constantemente. Un aviso de que sigue aquí, con nosotros.
Nos movemos uno a cada lado de la cama. Con cuidado, tomo su mano y veo como la mía tiembla con el simple gesto. Tengo miedo, no puedo negarlo. Esta puede ser la última vez que la vea si resulta que la operación se complica. El doctor nos explicó que, como en todas las operaciones, hay riesgos. Pero la probabilidad mayor llega asumiendo esos riesgos. Así que, no hay dudas.
Deseo que mi madre tenga una oportunidad. Que tenga tiempo de vivir lo que merece. Que sea feliz.
Más de lo que alguna vez pudo ser.
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