¡Se busca un millonario! romance Capítulo 105

POV: Ashley.

Abro los ojos y la oscuridad me recibe. Solo un resplandor tenue se observa por debajo de una puerta cercana. Estoy acostada de lado y siento un peso sobre mi cuerpo, además de una respiración pausada contra mi oreja. Sonrío, enternecida y feliz, sabiéndome abrazada por el hombre de mi vida. Me acurruco un poco más cerca, dispuesta a sentir su calor y derretirme entre sus brazos. Al instante, sus manos presionan en mi piel y sus músculos se contraen contra mí. No pretendía despertarlo, pero disfruto haberlo hecho.

—Hola, dormilona —susurra, pegado a mi oreja y con su voz ronca y baja.

Sonrío otra vez, es inevitable hacerlo.

—Hola, amor —digo y me giro un poco, para recibir el beso que me espera.

William no duda en darme lo que quiero, lo que necesito. Sus labios se mueven con los míos, devorándome con satisfactoria suavidad, hasta que necesitamos respirar y nos vemos obligados a separarnos.

—¿Dormiste bien? —pregunta, luego de unos minutos solo mirándonos.

Asiento, porque sí pude descansar. Después de todo el tiempo que pasamos en el hospital, necesitaba dormir y recuperar mis fuerzas. Las palabras de William, aunque en el momento las sentí duras, no podían ser más ciertas; nada lograba atrasando el descanso. Saber a mi madre estable me hizo sentir mejor, un poco más tranquila, pero con el riesgo de un cambio de situación, me aterraba alejarme. Si no fuera por Will, aún estuviera allí, desmadejada en algún rincón, todavía negada a irme lejos de ella.

—Me alegra que hayas podido descansar, preciosa —murmura, frotando su nariz contra la mía y haciéndome sentir mariposas en el estómago—. Ahora puedes regresar y verificar que todo sigue bien. Justo como lo dejaste.

—¿Recibiste alguna llamada en la noche?

Will niega con la cabeza y yo suspiro, a la vez que entierro mi cabeza en el hueco de su cuello. Aspiro su aroma masculino, especiado y delicioso; paso mis manos por su espalda y dibujo caricias suaves.

—¿Qué hora es ya? —pregunto, las cortinas están corridas y no puedo determinar si ya está amaneciendo.

—La última vez que me fijé, eran las dos de la madrugada —responde y se voltea, para revisar su celular que está sobre la mesilla de noche a su lado. La luz de la pantalla lo molesta cuando lo enciende, por lo que achica sus ojos—. Solo son las cinco, al parecer me quedé dormido más de lo que pretendía.

—Dormí demasiado —declaro, con una punzada de culpa en mi pecho—. Caí rendida y no…

—Lo necesitabas, no te culpes porque tu cuerpo exigió lo que le hacía falta —me interrumpe—, ya te dije que Clarisse no ha cambiado su estado. Si hubiera surgido algo, no hubiera dudado en levantarte.

Me muerdo el labio inferior, para evitar el puchero que se quiere formar en mi boca. Lo observo, pensando en que la historia sería distinta, si William no hubiera llegado a mi vida.

Su dedo pulgar sube a mis labios y acaricia el lugar justo donde mis dientes están mordiendo. Sus ojos se encienden con un brillo que me provoca escalofríos.

«¿Es normal que desee hacer el amor con él, cuando tengo tantas preocupaciones?».

Bajo la cabeza, avergonzada, y siento el surgir del rubor en mis mejillas. Gracias que la oscuridad no permitirá que él lo note.

—Yo también lo deseo, preciosa —susurra y el hecho de que me haya leído la mente, me provoca más. Estamos tan compenetrados—. Quiero hacerte olvidar todo por unos segundos, mientras me hundo en ti y te doy el mayor placer que jamás has experimentado. Quiero que me uses a tu antojo, para que liberes toda esa energía negativa que llevas cargando estos últimos días y la conviertas en el mejor orgasmo de todos.

Su voz baja, casi imperceptible, vibrando contra mi piel; una mano suya perezosa, bajando por mi espalda y acercándose a esa zona que lo necesita; me hace querer gritar, suspirar con placer. Pero sus palabras, esas que son tan fuertes que me hacen hincar mis uñas en la piel de sus hombros, me catapultan a ese lugar donde solo existe todo lo que él me provoca.

—Quiero luego hacerte el amor, suave y tortuoso, solo para demostrarte, cuánto te amo.

Y así, con esa facilidad, me entrego sin dudar. Desconecto mis pensamientos y dejo que sea él quien me guíe. No quiero pensar en nada más por unas horas, mientras me hace suya.

(…)

Luego de un excelente comienzo del día, tomamos una ducha rápida y bajamos a desayunar. Martha me sonríe cuando me ve y al instante, me pregunta por mi madre. Como con gusto todo lo que nos tenía preparado sobre la barra de la cocina y disfruto de este momento tan sencillo, pero tan íntimo. Si hay algo que deseo, es amanecer cada día en los brazos de William y compartir momentos así de hermosos. Una rutina a su lado, por el resto de mi vida.

William se pasa el desayuno leyendo el periódico y cuando me fijo en la fecha, me surge una duda. Saco cuentas y se supone que estoy en mis días del período. Un pinchazo de alarma resuena en mi interior, pero lo callo al instante. No hay días suficientes para pensar, todavía, lo que no es.

—¿Qué sucede, Ash? —La pregunta de William me saca de mis pensamientos y levanto mi cabeza, para verlo a los ojos.

—¿Uhm? ¿Por qué preguntas? —Trato de desviar la atención. William tiene una increíble habilidad para saber lo que pienso.

—Porque tienes una arruga vertical entre las cejas —exclama, con una sonrisa. Lleva su dedo a mi entrecejo y relaja la piel con un toque suave—. Generalmente, eso significa preocupaciones.

Muerdo mi labio inferior, indecisa sobre si comentarle lo de mi atraso. Aunque, técnicamente, todavía no tengo ninguno. Se supone que hoy debería comenzar mi ciclo.

—Suelta la sopa —dice, de pronto—, sé que algo te sucede.

La mano que tenía apoyada en la barra, ahora cubre la mía, cerrada en un puño; no me había dado cuenta que mi cuerpo estaba dando tantas señales.

Decido decirle algo, pero mejor lo enfoco de otra manera.

—Estaba pensando que estoy cerca de mi período —murmuro y siento mis mejillas enrojecer—. Necesito comprar sanitarias.

En la expresión de Will, con lentitud, se forma una sonrisa. Una, radiante y hermosa, debería decir.

—Justo a tiempo, entonces —murmura, coqueto. Y yo, al entender el significado de sus palabras, siento que me pongo más colorada aún.

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