POV: Ashley.
Mis amigas me dejan en el apartamento de William y se van, según ellas, a prepararse para esta noche. Por más que les pregunté, ninguna de las dos soltó detalles, mas que darme a entender que se celebrará una fiesta por mi cumpleaños.
El sol ya se esconde, dándole paso a la noche, lo que provoca que un resplandor rojizo atraviese los cristales de las ventanas amplias y se refleje sobre los muebles de cuero negro que decoran el salón. Me llama la atención el silencio y es que, esperaba que William estuviera aquí, para esta hora. Atravieso el salón y llego a la cocina. No hay ninguna nota, por lo que subo directamente a la habitación. Al entrar, el olor del gel de baño de Will inunda mis sentidos y una alegría infinita me llena. Estoy ansiosa de que me vea, así tan arreglada, después de salir del salón de belleza. A diferencia de la otra vez que lo visité con Esme, hoy me hicieron un recogido y lo complementaron con cristales a juego con la pedrería del vestido. Y aunque no estoy vestida con la reciente compra, porque no quería arruinarlo, sería emocionante ver cómo reacciona él ante mi look.
Sin embargo, no está.
Lo busco en el baño, en el vestidor y en las otras habitaciones. Nada.
Regreso a nuestro cuarto, tratando de convencerme de que me espera algo bonito y sorprendente, sin muchos éxitos. Suspiro, frustrada, porque son muchas las ganas que tengo de ver a William. Es preocupante, de hecho; debería ser capaz de aguantar unas horas si sé que pronto lo veré. Pero no puedo convencer a mi corazoncito, que sigue latiendo lento ante su ausencia.
Camino hasta el borde de la cama para dejar la caja con el vestido, la que había estado cargando durante todo mi recorrido por la casa. Por el rabillo del ojo veo algo que llama mi atención, sobre el escritorio que queda a un lado del ventanal. Las cortinas están abiertas y dejan ver la ciudad, bajo el manto rojizo del crepúsculo; un haz de luz se refleja sobre una solitaria rosa roja. Mi corazón se acelera.
Con manos temblorosas, tomo la bella flor y la llevo a mi nariz. Aspiro y lleno mis pulmones con el refrescante aroma. Una tarjeta, muy parecida en estilo a aquella que me entregó en Roma la noche en que me entregué a él, descansa a un lado de donde antes estuvo la rosa.
Preciosa:
Espero que no hayas creído, ni por un segundo, que me olvidé de ti, porque mis días comienzan y terminan contigo. Siempre.
En la noche, justo a las doce, mientras te hacía el amor, solo podía pensar en que quería hacerte la mujer más feliz del mundo. Y créeme, cuando me propongo algo, lo logro.
Hoy, en tu día especial, me propuse darte todo lo que mereces, celebrar que llegaste a este mundo para complementar el mío; para sentir que estábamos destinados desde el principio. Por eso, te propongo algo:
Ponte hermosa, más de lo que siempre estás.
Lleva contigo esta rosa roja, perfecta como tú.
Deja que Ricardo te traiga conmigo y luego, sigue el camino de pétalos.
Nos vemos donde nuestros sueños comenzaron. Donde me prometí a mí mismo, entregarte todo.
Te amo, preciosa.
Te espero.
Tengo que abanicar mis ojos para evitar que el maquillaje se corra. Todo un reto, teniendo en cuenta que esas palabras llenaron, no solo mi estómago, sino todo mi cuerpo, de mil mariposas.
Con una felicidad sin límites, busco el vestido dentro de la caja y me lo pongo. Verifico mi aspecto en el espejo y a la vista está, todo lo que me provoca Will. Mis ojos brillan, mis mejillas están encendidas con todas las expectativas y no puedo dejar de morder mis labios, nerviosa. En cuestión de minutos, estoy lista. Que no se diga que mi amor, no mueve mi mundo.
Tomo la rosa y suspiro, una última vez, antes de salir del apartamento.
Ricardo me espera en cuanto salgo del edificio. Es verlo y mis ojos se humedecen otra vez, al notar su mirada orgullosa, su participación en mi vida es más importante, posiblemente, de lo que él mismo cree.
—Feliz cumpleaños, Ashley —murmura, abriéndome la puerta trasera del auto.
Le sonrío, agradecida y a punto de llorar. Subo al auto y espero a que Ricardo me lleve donde sea que está William.
Atravesamos la ciudad y cuando nos dirigimos a la salida, comienzo a hacerme una idea de hacia dónde vamos. Donde nuestros sueños comenzaron.
Conforme a sus palabras, extiende su mano, ofreciéndome el libro. Lo tomo entre mis manos, con nerviosismo y al instante, puedo notar una protuberancia, algo que no lo deja cerrar del todo.
Levanto la cabeza y sus ojos azules ya me esperan, brillantes, expectantes; tan hermosos y sinceros. Tiemblo, cuando regreso mi mirada al libro, nerviosa por ver lo que me espera. Mi corazón retumba en mi pecho y los latidos los siento en mi cuello. Siento las miradas de todos, del otro lado del cristal que separa el salón del jardín. Tomo una respiración y me decido.
Cuando por fin lo abro, un anillo, con un único diamante, resplandece. Me quedo sin aire de la impresión, a pesar de que deseaba que esto fuera una proposición. Ahora que se consolida, mis manos vuelven a temblar. Lo miro, para que me confirme lo que yo estoy pensando y que se supone es evidente. Will solo asiente y me invita, con un gesto de su mano, que mire un poco más de cerca.
Bajo mi mirada otra vez y me fijo en la posición del anillo. Se sostiene a algo, que no puedo identificar qué es, sobre una frase significativa. Una que William espera que yo lea.
Soy lo que has hecho de mí. Toma mis elogios, toma mi culpa, toma todo el éxito, toma el fracaso, en resumen, tómame.
A medida que leo, susurro. Casi que la digo de memoria, porque amo este libro. Las lágrimas que estaba aguantando, salen de mis ojos y recorren mis mejillas. William se acerca, con paso lento, hasta rodear mis manos con las suyas, que aún sostienen el libro.
Nos miramos, nada más. Pero con solo ese gesto, le digo todo lo que siento, le declaro mi amor, mi agradecimiento a la vida por ponernos en el camino del otro.
Will toma el libro de entre mis manos y con cuidado de no dañar la hoja, quita el anillo. Cuando alza su cabeza otra vez, la resolución en su mirada me hace tragar saliva. Hace el típico movimiento de llevar su rodilla al suelo y yo cubro mi boca con la mano libre, para tapar un jadeo de anticipación.
—No puedo pedirle nada más al destino, solo lo que llevo deseando toda mi vida. Y que tú, me has dado desde que te conocí —declara, mirándome desde abajo, con amor, con devoción—. Cásate conmigo, Ash.
No es una pregunta, porque entre nosotros no hay dudas. Es la petición perfecta, las palabras correctas para marcar un antes y un después.
Asiento, una y otra vez. Y en medio de todo lo que siento mientras Will coloca el anillo en mi dedo, me arrodillo delante de él, para besarlo como quiero.
Como tiene que ser.
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