POV: William.
Me parece estar viendo un espejismo.
Una diosa, hermosa y sensual, que me observa con las mismas ansias que yo le devuelvo todas las sensaciones. Su piel blanca cremosa hace contraste con ese vestido de color morado y sexy que lleva puesto y que se ajusta en los lugares correctos. Sus piernas, torneadas y descubiertas, parecen kilométricas y va descalza, llevando sus zapatos en una mano. Una pose apenada, como si le preocupara mi reacción ante su presencia, pero nada más lejos de la realidad; su actitud al presentarse me dice mucho más de lo que pudiera decirme con palabras.
«Una importante decisión y muestra de todo lo que sentimos».
Ashley, la mujer que me tiene loco y enamorado, está aquí y no acabo de creérmelo. Quisiera preguntar cómo es posible que esté ahora frente a mí, pero ni encuentro las palabras ni quiero perder el tiempo preguntando tonterías. Está aquí y eso es lo importante.
Siento mi corazón retumbar en mi pecho y un cosquilleo recorrer mi cuerpo. La electricidad que se crea siempre a nuestro alrededor crepita entre nosotros, provocando que mi piel se erice y me estremezca. Doy un paso adelante y ella muerde su labio inferior, mientras observa cada mínimo movimiento que yo hago. Veo su pecho subir y bajar con movimientos erráticos y puedo saber que está nerviosa, aunque no tiene razones para que así sea. Si hasta ahora no he corrido a su encuentro y la he levantado en peso para achucharla, es porque nada garantiza que pueda aguantarme las ganas de ir más allá; elemento lo suficientemente disuasorio para hacerme olvidar lo que debemos hacer antes de entregarnos a los más bajos instintos.
Siento mariposas en mi estómago con cada nuevo paso que doy. En mi boca, una sonrisa quiere extenderse; una de satisfacción y alegría sincera.
—Tu ama de llaves iba saliendo…cuando llegué —explica, sin que yo le pregunte nada.
Muerde otra vez su labio inferior y retuerce sus manos, nerviosa. En sus palabras está la respuesta a la pregunta que me hice en cuanto la vi, pero en realidad, me doy cuenta que no necesitaba saber las razones por las que ahora está delante de mí, si lo más importante es que vino por su propia decisión. Dejo mi sonrisa salir y lo que podría haber sido un motivo para entablar una conversación seria, se convierte en un impulso que no puedo parar.
Verla morder su boca, me pone a full y elimino la distancia entre nosotros en solo dos largos pasos. La tomo entre mis brazos y la escucho suspirar, justo antes de llevar mi boca a la suya y envolverla en un beso feroz. Un estremecimiento me recorre en cuanto nos conectamos, adoro estas sensaciones que me provoca estar junto a ella.
Sus labios suaves saben a fresas y están un poco pegajosos, producto del labial. Mis manos rodean su cintura y no pueden dejar de moverse, acariciando su cuerpo por encima de la tela del vestido. Su torso se pega por completo al mío y siento el contorno de su pecho contra el fino tejido de mi camiseta; la temperatura sube unos cuantos grados en la habitación y no puedo negar que quisiera arder junto a ella. Entre jadeos y suspiros, no sé cuánto tiempo pasa; solo reconozco los segundos en los que soy plenamente feliz, con ella entre mis brazos. Cuando nos separamos, nos quedamos bien cerca, con mi frente apoyada en la suya y mirándonos fijamente. Sus pupilas están dilatadas y un brillo radiante se observa en sus ojos, copia fiel de lo que deben ser los míos.
—Te quiero, Ash —susurro, con mi boca a centímetros de la suya—. Y me siento el hombre más feliz del mundo en estos momentos.
Ante mis palabras ella cierra sus ojos y suspira, una sonrisa hermosa se extiende en sus labios y yo siento la necesidad de alejar un poco nuestros rostros para disfrutarla. En los míos se dibuja una respuesta y me quedo a la expectativa de lo que dirá, cuando abre la boca dispuesta a hablar.
—No podía dejar de pensar que tenía que estar contigo. Te quiero demasiado, Will.
—Y yo lo creo igual. —No puedo evitar corresponderle, porque cada palabra dicha, la siento como si hubiera sido mi propia voz—. Puede que parezca que me estoy repitiendo, Ashley, pero desde que te vi no pude dejar de pensar que tal vez, solo tal vez, había encontrado a la mujer que me haría feliz toda la vida. Te amo, preciosa, nunca he estado tan seguro de algo; nunca he sido tan feliz como lo soy desde que te tengo más cerca.
Y otra vez, juntamos nuestros labios. Pero ahora, no hay nada suave ni dulce en nuestros movimientos. Es como si quisiéramos sellar nuestras palabras con la mayor profundidad posible, sin dudas. Lo que comienza con un beso, se convierte en una batalla campal de sensaciones. La levanto con mis brazos y ella rodea sus piernas en mi cintura; camino hasta donde está mi escritorio y la apoyo sobre él. Mi boca ahora está en su cuello, mi lengua mojando su piel y mis manos levantando el bajo de su vestido. Presiono mis dedos en sus muslos y mi miembro palpita contra la tela de mis shorts. Ashley jadea y es que su intimidad roza suavemente con la mía, cuando nuestros cuerpos quedan alineados y me pego por completo a ella. Mis dientes muerden con suavidad el lóbulo de su oreja y soplo con cuidado en los puntos que conozco, la hacen estremecer. Mis dedos juegan bien cerca de esa zona prohibida que tanto he añorado estos días y el contacto con la piel blanda del interior de sus muslos me enciende de una forma que solo he podido experimentar con ella. Su cabello suelto cosquillea en mis mejillas mientras dejo besos cortos y húmedos en su rostro y en su cuello. Sus labios devuelven todos mis movimientos y con cada nuevo gesto, vamos cayendo juntos en todo lo que necesitamos.
—Te amo, Ash —susurro contra su boca y se lo repito una y mil veces.
Con cada nueva afirmación, más apasionados se vuelven nuestras interacciones. Ashley quita mi camiseta con mucha parsimonia y poco a poco, los botones delanteros de su vestido se desabrochan, dejando al descubierto su maravilloso cuerpo cubierto por un fino conjunto de lencería negra. Entre caricias más intensas y miradas ardientes, no podemos negarnos a las ansias que nos embargan. No puedo aguantar el deseo creciente de hundirme en ella de una vez y con una estocada certera, cuando la ropa termina en el piso y nuestros cuerpos se complementan sudorosos. La hago mía ahí, encima de mi escritorio y con ella aferrada a mi espalda; jadeando y gimiendo mi nombre mientras nos movemos al unísono en un baile perfectamente sincronizado. La siento sin barreras y puede que estemos locos, pero en estos momentos poco me importan las consecuencias; la quiero sentir apretando mi miembro con sus paredes interiores y convulsionándose ante la inminente llegada de un orgasmo; quiero rugir mi posesión mientras me corro en su interior con todas mis fuerzas. Quiero sentir sus uñas en mis hombros y mis dedos presionar sus caderas, a la vez que espasmos de placer nos hagan sentirnos mucho más.
«Quiero amarla», pienso.
—Quiero amarte —susurro, sin dudar—, para siempre.
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