Yolanda estaba asustada, se escondió en los brazos de Lucrecio y tardó un buen rato en calmarse, pero su cuerpo seguía temblando por miedo.
Lucrecio la llevó a su habitación, mirándola, el dolor en su corazón aumentaba poco a poco.
—Lucrecio...
Se resistía a salir de sus brazos.
—No me gusta este lugar, ¿puedes llevarme lejos?
La voz de Yolanda era temblorosa, sus ojos estaban rojos como si estuviera suplicando.
Lo que acababa de vivir era tan horrible que ella no quería recordarlo ni un minuto más, cuanto más pensaba en ello, más fácil era derrumbarse.
Lucrecio cerró los ojos y respiró lentamente, tratando de lo posible tranquilizarla.
—Lo siento Yolanda, lo siento.
Lucrecio la puso en la cama para que se sentara, luego se inclinó y la abrazó con fuerza. El sentimiento de culpa le invadió, todo era culpa suya.
—No es así, todo es culpa mía, soy demasiado estúpida. Me dijo que le pediste a recogerme, así que me lo creí... No te culpo...
Percibiendo el remordimiento de sus palabras, Yolanda inmediatamente dejó de sollozar y comenzó a consolarlo. Le devolvió el abrazo, de repente se sintió tan desconsolada. Era la primera vez que veía a Lucrecio así.
—Yolanda.
Lucrecio se acuclilló de repente y colocó sus manos sobre los brazos suyos, con un aspecto serio.
Yolanda lo miró con alguna duda.
—No confíes nunca en nadie —Sus ojos inyectados en sangre hicieron que ella se sintiera nerviosa—, incluido yo.
Él acentuó especialmente estas dos palabras.
—En el futuro, debes saber resistirte cuando las cosas van mal, y también aprender a defenderte si yo no estoy presente. ¿Lo entiendes?
Lucrecio estaba esperando la respuesta de Yolanda.
Fue la primera vez que la utilizaba, hiriéndola y a sí mismo al mismo tiempo. Un pequeño truco ya le había causado tanto dolor a ella, Lucrecio no se atrevía a imaginar lo que le depararía el futuro.
—¿Por qué ni siquiera tú? Eres la persona más cercana a mí...
Yolanda ladeó la cabeza, sin poder comprender. Creyó que la persona en la que más podía confiar en este mundo era Lucrecio.
Lucrecio se volvió indiferente, y todo tipo de sentimientos en sus ojos se enterraron profundamente.
—Mejor no le ha pasado nada. En cuanto me enteré de que Orlando la llevó aquí, me apresuré a acudir. Si la niña está de mal humor, también puedo ayudar a consolarla.
Carolina puso una expresión de alivio.
Lucrecio se limitó a mirarla, como si estuviera contemplando a una actriz de mala actuación. Sabía que Carolina definitivamente lo llamaría, y también que Lucrecio definitivamente haría algo a Yolanda.
Una no podía aceptarlo teniendo otra mujer, y el otro no podía tolerar que él poseyera algo que no tenía.
Así que Lucrecio ya había predicho a qué iban a jugar los dos.
Carolina sí lo quería mucho, pero la familia Ruiz siempre era de dos caras. Ellos no podían garantizar que Lucrecio fuera el que tomara las riendas al final, pero, él era el que tenía más esperanzas de serlo. Por tanto, mientras trataban bien a Lucrecio, complacían a los otros hermanos a sus espaldas para tener un final perfecto.
—Pero no se puede culpar a Orlando, esa chica es demasiado bonita y ni siquiera tú mismo pudiste evitar tenerla cerca, por no hablar de ese tipo.
Su tono se mostró algo celosa. Nunca ella había estado celosa de nadie desde pequeña, pero ahora envidió de alguna manera a una chica de dieciocho años.
—¿Porque es guapa, tiene que ser intimidada?
El rostro de Lucrecio se volvió repentinamente hosco. No permitiría que nadie dijera nada sobre Yolanda.
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