Te Quiero Como Eres romance Capítulo 155

Micaela le preguntó con expresión muy sorprendida:

—¡¿Tu ascensor exclusivo?! ¿Acaso eres el jefe de este hotel?

Carlos apretó suavemente la mano que sostenía y le contestó sonriendo:

—No, es el hotel de mi colaborador.

En realidad, Carlos tenía sus propios hoteles en todo el mundo y la suite presidencial en el último piso de estos hoteles era solo para él cuando estaba en viajes de negocios.

Sin embargo, esta vez para mostrar su sinceridad de cooperar a largo plazo con el Grupo Aguayo, el socio insistió mucho en que Carlos se alojara en su hotel. Carlos no tuvo otro remedio que aceptar su amabilidad, pero con la condición de que le prepararan un ascensor exclusivo para él. Naturalmente, el socio accedió sin duda alguna.

Muy pronto se detuvo el ascensor. Cuando se abrió la puerta del ascensor, Micaela vio que había cuatro hombres fuertes con trajes negros enfilados en ambos lados. Al ver a Carlos salir del ascensor, ellos le saludaron muy respetuosamente.

Carlos asintió levemente con la cabeza y siguió caminando afuera, tomándola de la mano.

Micaela miró de reojo atrás con curiosidad y descubrió que aquellos cuatro hombres los seguían.

—Señor Aguayo, señorita Noboa —sonó una voz que le sonaba bastante a Micaela.

Ella se dio la vuelta y vio a Diego.

—¿Está todo arreglado? —preguntó Carlos.

Diego asintió con mucho respeto:

—Sí, por favor vengan conmigo.

Antes de darse la vuelta, Diego echó una mirada más a los dos y esbozó una sonrisa misteriosa.

«Los dos parecen muy cariñosos con trajes de pareja. Es la primera vez que he visto al señor ponerse una camiseta tan casual y parece menos rígido y más asequible. ¡Desde la aparición de la señorita Noboa, el señor ha cambiado mucho!»

Con esto en la mente, Diego empezó a guiar a los dos.

Siguiendo a Carlos, Micaela observó curiosamente el lugar detenidamente y se dio cuenta de que no estaba en el primer piso. Diego, quien caminaba al frente de todos, abrió una puerta lujosa y Micaela se quedó completamente estupefacta por la escena a su frente.

Era un salón muy grande, decorado románticamente e iluminado por luces de color amarillo tenue. Y tanto el techo como los ventanales estaban adornados con luces parpadeantes, que brillaban como estrellas en el cielo.

Carlos tomó asiento con ella a una mesa rectangular cerca del ventanal. La mesa estaba cubierta de un mantel rojo y encima de esta se colocaba un ramo de rosas hermosas.

Diego hizo un ademán hacia una dirección de la espalda y muy pronto sonó una música armoniosa en toda la sala.

Micaela se volvió y vio a una banda no muy lejos, bien equipada de todos tipos instrumentos. Se le aceleró el pulso a ella ligeramente y preguntó a Carlos:

—¿Me has preparado todo esto?

Carlos solo la miró sonriendo sin contestarle directamente. Mirando la expresión sorprendida y emocionada de ella, el hombre se sintió extremadamente feliz.

—Sí, señorita Noboa, señor Aguayo, ha reservado especialmente este salón para usted —añadió Diego a un lado.

Detrás de él, estaban una fila de camareros con uniformes y cada uno tenía una bandeja en sus manos.

Uno tras otro, los meseros les sirvieron platos a Micaela y Carlos. La comida era muy exquisita y delicada. Al ver estos platos deliciosos, se le abrió el apetito a Micaela al instante.

Los camareros se retiraron del salón después de terminar su trabajo.

Carlos se dio la vuelta y preguntó a Diego:

—¿Todavía no ha llegado?

—He enviado a alguien a recogerla, deberá de llegar muy pronto —contestó Diego.

—Bueno, ya lo sé.

Micaela miró a los tres cubiertos bien puestos sobre la mesa y preguntó al hombre con algo de curiosidad:

—¿Alguien más viene a cenar con nosotros?

Normalmente, cuando comían juntos, Carlos solía sentarse a su frente, pero hoy este último tomó el asiento junto a ella y sobraba un servicio sobre la mesa.

Carlos la ojeó y preguntó a propósito:

—¿Qué? ¿Preferirías cenar a solas conmigo?

—¡¿Acaso no puedo?! —Micaela se mordió el labio inferior y preguntó retóricamente.

Carlos levantó ligeramente las cejas pensando que esta mujer tierna tenía el valor para contradecirlo.

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