Ernesto, Alba y Micaela se les acercaron al escuchar lo relacionado con el asesino.
—El que dio disparo se llama Daniel. Acaba de salar de la cárcel tras varios años. Es un canalla que no tiene padres ni hijos.
—¿Y? ¿Tiene relaciones sociales tan simples? ¡El cerebro había planeado la solución cuando se expusiera el asesino! ¡El asesino no tiene familiares, por eso, es difícil encontrar el cerebro! —Ernesto se puso ceñudo.
—También han averiguado el arma. Es de contrabando. No se podrá encontrar quién se la dio aunque averigüemos la fuente —Diego continuó diciendo.
Carlos se volvió serio.
—Micaela, ¿sería Adriana? —Alba preguntó.
Adriana era la única tenía conflictos con Micaela e incluso quería matarla.
—Esa mujer no es para tanto —Ernesto sacudió la cabeza.
Alba echó un vistazo a Micaela.
—De acuerdo, no es capaz de hacerlo. Ella es figura pública y es demasiado arriesgado mandar un asesinato. Ella no se atreve —Micaela la contestó después de pensar un rato.
Además, Adriana conocía bien a Carlos. No tendría buen resultado si tratara así a Micaela.
—Por lo general, un hombre sin familiares hace cosas sin restricciones. Pero se suicidó cuando no pudo matar a Micaela. Se nota que, para el asesino, ¡el cerebro tiene algo más importante que su propia vida! —Diego dijo.
Mirando a Carlos, quien había sufrido el disparo para ella, Micaela se sintió peor. ¿Quién quería matarla?
Notando su inquietud, Carlos le hizo señas para que se le acercara.
Micaela lo hizo y puso las manos en las suyas.
—La justicia tiene un largo brazo. Esa persona no puede quedarse impune para siempre. Créeme, esto no vuelve a suceder —Carlos miró a Micaela, lo cual la calmó mucho.
—Sigue averiguando, incluso cada detalle —él volvió a decir a Diego.
—Lo haré.
Ya era tarde y Carlos quiso que se marcharan salvo Micaela.
Micaela se despidió de ellos y cerró la puerta. Ahora solo Micaela y Carlos estaban en la habitación.
—Ven a mis brazos —Carlos dijo con suavidad.
Ella se sentó en el borde de la cama y se apoyó en él ligeramente para no darle tanta presión. Pero él la tomó en los brazos con fuerza.
—Tontita, no me consideres tan débil…
—Carlos, gracias... —ella lo abrazó.
Luego, Carlos la besó directamente…
Al pensar en lo ocurrido, él todavía sintió el miedo…
Si Carlos no se hubiera arrojado hacia ella, ¡el asesino le habría disparado a Micaela en la parte fatal!
Si él se retrasara un segundo, ella ya…
Sin atreverse a imaginar más, él se hundió en los besos…
Los dos se pusieron más amorosos…
Ella se volvió ruborizada, mientras él le estaba besando en el cuello. Se podía oler el aroma de su pelo…
Micaela escuchó que alguien estaba llamando a la puerta interrumpidamente.
—Carlos, ¡alguien está llamando a la puerta! —ella lo esquivó y agarró su mano.
Carlos se puso desalentado.
Ella se levantó apresuradamente y se fue a abrir la puerta después de ordenarse.
Era Enrique, quien estaba con una bandeja.
Él hizo una tos y se le aproximó a Carlos sin entender por qué él le mostraba una mirada tan cruel.
¡Había contado el tiempo para venir aquí!
Él le dijo a Micaela que se aseara y descansara temprano.
Ella entró en el baño con ropa limpia.
¡Qué cuidadosa Alba era! Incluso le había preparado pijama.
Después de salir de la ducha, Micaela encontró que habían retirado la cama pequeña. El médico también se había llevado la infusión. Solo se quedó una cánula para la infusión de mañana en la mano de Carlos.
—No ha acabado la infusión, ¿de verdad? —ella se sorprendió.
¡Ella había observado que todavía se quedaba mucho la infusión!
Carlos no quería que otros la vieran cuando estaba puesta un pijama, ¡aunque fuera un tradicional!
—Ven. A dormir.
—El médico ha dicho que no puedes... —abochornada, Micaela se le acercó.
—Ya lo sé, ven —él sonrió.
—¿Quieres dormir boca abajo? —ella se sintió un poco preocupada.
—No, duermo de costado. Así no se toca la herida.
Micaela llevó una manta del armario y lo puso cuidadosamente en las espaldas de Carlos.
Sin restricción de infusión, Carlos se sintió libre y la tomó en los brazos.
Qué bien. Ella estaba sana y salva en sus brazos…
—Carlos, me has prometido… —ella lo miró.
Él se sintió un poco molestado.
—Micaela, para ti, ¿soy un mujeriego? —sosteniendo la cabeza, Carlos la miró.
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