—Micaela, te echo mucho de menos —dijo a su oído en voz baja.
Carlos acostumbraba quedarse con Micaela, en los quince días de caminata, los dos eran casi inseparables, pero hoy en la empresa, todo el día él se sentía incómodo, echó falta alguien viendo la mano vacía, hasta el aire olía mal.
No fue a recoger a ella hasta que finalizó el trabajo, parecía que el tiempo se detuvo cuando ella no estaba a su lado, pero si antes también era así.
Micaela puso la mano en el cuerpo de Carlos, justo cuando ella quiso decir algo, se le acercó y le dio un beso de lengua.
Una vez que subió al coche, Micaela se dio cuenta de que subió el tabique que dividía los asientos delanteros y los traseros, ella no le rechazó, dejó a Carlos hacer lo que quisiese, de repente, la lanzó en el asiento con un solo empujón, le empezó a besar el cuello a locas.
Micaela aguantaba las ganas de gemir y suplicó a Carlos en voz baja,
—Carlos, no, por favor.
La voz de Micaela daba vueltas en la cabeza de este hombre durante todo el día, él metió su cabeza entre el pecho de Micaela oliendo el aroma que tenía esta mujer, dijo,
—Cariño, di mi nombre.
Micaela se ruborizó y dijo,
—Déjame levantarme.
Carlos se enderezó y la levantó, al mismo tiempo, ella lo abrazó y se sentó en sus piernas. Carlos le empezó a morder suavemente la oreja, lo que le hizo rendirse totalmente, Carlo dijo con su voz grave,
—Micaela, di mi nombre.
A Micaela le dio un poco de vergüenza, lo abrazó sumisamente llamándole al oído,
—Carlos.
—Más.
—Carlos, Carlos, Carlos.
Carlos se sintió tan feliz que la abrazó con más fuerza, en este momento, él estaba tan satisfecho.
Micaela dijo con un poco de timidez,
—También te echo de menos.
Esto le dio a Carlos el consuelo, la soltó levemente y la miró con los ojos profundos diciendo,
—Cuando venza el contrato con Brillatella, ven a ser mi secreta, así puedo verte todos los días.
Micaela volteó la mirada, le rechazó a boca, pero en realidad se sintió alegre para dentro.
—No, no quiero ser tu esclava de la mañana a la noche.
Ir a reuniones, tomar notas, ordenarle el horario.
Al escuchar esto, Carlos enarcó las cejas mirándola, dijo con voz aún más grave,
—En la empresa soy tu jefe, pero en casa, soy tu marido, sí que eres mi esclava todo el día.
Obviamente, lo de esclava tenía otro sentido.
Micaela respiró profundamente y puso la mano en los labios de Carlos.
Él era cada vez más pícaro.
Al ver que ella estaba pudorosa pero no pudo hacer nada con él, le encantaba más, entonces rodeó a esa mujercita en sus brazos.
Alba volvió a donde se alojaba Ernesto, pero se dio cuenta de que no llevaba la llave.
Antes ella y Ernesto volvían y salían juntos, por eso muy pocas veces ella llevaba la llave, después de quince días de caminata, se había dejado la llave en casa.
Justo cuando sacó el móvil para llamar a Ernesto, vio que él le envió un mensaje.
—Hoy tengo que trabajar horas extras, vuelvo más tarde, ¿pides la cena tú misma o te ayudo?
Viendo estas letras, le dio un presentimiento raro.
Antes él nunca trabajaba extras horas, incluso quería estar a su lado todo el día.
Pero al final, era un jefe, no tenía un hermano que le ayudase como Carlos, seguro que había un montón de cosas que le quedaban hacer después de tanto tiempo fuera de la empresa, como su novia, debía entenderle.
Ella respondió,
La advirtió a Carlos después de pensar un ratito.
—Señor Mancebo, lo tienes al revés.
Ernesto se recuperó, vio al documento que estaba en su mano, de verdad, estaba al revés. ¿Por qué no se había dado cuanta de esto? Lo dio la vuelta y dijo con tranquilidad como si no hubiese pasado nada,
—Estoy practicando mi pensamiento inverso, puedes irte, lo firmo ya.
La secretaria se fue con un poco de vergüenza.
Miró a la hora tras procesar unos documentos, ¡solo había pasado una hora!
Su cabeza estaba llena de Alba, él como si había perdido su alma, ¡a tomar por culo el trabajo!
A las siete y media, él no aguantaba más y decidió volver.
Volvió a casa en coche a toda velocidad, al salir del ascensor, vio la que estaba en la puerta, el corazón de Ernesto se quebró.
Alba estaba sentada en el suelo fuera de casa apoyándose contra la pared, con los brazos alrededor de las rodillas, su carita estaba metida en los brazos, y su bolso estaba en el suelo.
—¿Por qué no dijo nada si no tenía la llave? —preguntó Ernesto preocupada.
Ernesto respiró a fondo más de una vez para aliviarse.
Su cuerpo se movió solo hacia Alba y luego se acuclilló delante de ella, tendió la mano para acariciarle el pelo suavemente, como si tuviera miedo de hacerle daño.
Alba levantó la cabeza de inmediato, parpadeó y lo miró con los ojos soñolientos, parecía que estaba viendo a un desconocido.
Ernesto dijo murmurando:
—No, por favor.
Ernesto empezó a tener un mal presentimiento.
Después de un buen rato, salió el brillo en los ojos de Alba.
—Ernesto, has vuelto —dijo ella.
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