Al día siguiente, el anciano se levantó temprano y se sentó en el sofá de invitados a leer el periódico. No mucho después, Carlos también bajó las escaleras, muy bien vestido.
El anciano dejó el periódico, lanzó una mirada a su nieto y murmuró en voz baja:
—¿Por qué levantas tan temprano? Deberías quedarte con Micaela, dormir un poco más y «trabajar» duro. Será muy bueno si ustedes pueden tener un bebé el año que viene.
Al pensar en el falso embarazo de Mica ayer, Carlos se quedó un poco sin palabras.
Antes, él no había tenido prisa por tener un hijo porque aún quería pasar más tiempo con Mica, pero después de lo de ayer, sin saber por qué, en el fondo, empezó a tener el pensamiento de tener un bebé con la mujer.
Sentándose frente a su abuelo, Carlos dijo:
—Abuelo, puedes volver a Salamentro después del desayuno, y llevaré a Mica de vuelta a casa unos días después.
El tono de Carlos era tan frío como siempre, pero el anciano se alegró mucho al oír lo que él dijo.
«¡Por fin Carlos está dispuesto a volver a Salamentro por Navidad!»
El anciano asintió con entusiasmo, pensando que solo faltaban pocos días para la Navidad y que tendría que volver a dar las debidas instrucciones a los sirvientes para que se prepararan para dar una bienvenida a la pareja joven.
No mucho después, Micaela también bajó las escaleras. El anciano estaba de buen humor y llevaba una expresión amable en su rostro, que siempre había sido muy severo. En la mesa, Micaela le hablaba sonriendo, y el sol de invierno se filtraba por la ventana derramándose por todo el comedor...
Mirando esta escena armoniosa entre el anciano y la joven, Carlos no pudo evitar dibujar una sonrisa feliz.
Gracias a Mica, tenía el coraje de enfrentarse a ese pasado.
Después de desayunar, los dos acompañaron al anciano hasta el portal y se despidieron de él. El coche en el que estaba el anciano se alejaba poco a poco, y Carlos tomó a la mujer en sus brazos.
—¿Qué pasa?
El repentino abrazo dejó a Micaela un poco desconcertada.
Carlos la besó suavemente en los labios bien pintados, con los ojos llenos de amor y ternura, y habló suavemente:
—Mica, te quiero.
Micaela se sonrojó un poco ante su confesión amorosa y también lo abrazó, sin importar las miradas curiosas de los criados.
—¿Te acompaño ir a la oficina? —sugirió Mica.
Carlos, naturalmente, se alegró mucho de que la mujer se ofreciera a acompañarlo a ir a la empresa.
Pronto los dos llegaron a la oficina, pero Mica se quedó en la sala de descanso adjunta a la oficina de Carlos charlando casualmente por el móvil con sus amigas, sin interactuar mucho con él. Carlos se sintió contento y motivado al pensar en tener a Mica en su propia oficina y poder verla siempre que quisiera, y se volvió mucho más eficiente en su trabajo
No obstante, la premisa de todo esto era que Micaela estaba en la sala de descanso. Es que cada vez que ella salía, Carlos no podía evitar posar su mirada en ella inconscientemente. Durante una sola hora, ella había salido de la sala de descanso tres veces, y al hombre le resultó difícil concentrarse en el trabajo.
Carlos dejó su bolígrafo de la firma sobre la mesa, se levantó enseguida y entró en la sala.
Micaela estaba de espaldas a la puerta y apoyada sobre la mesa oficial, con los dos codos. En la mesa, había un papel, un carboncillo y su teléfono móvil. En el momento en que se bloqueó la pantalla del teléfono, Carlos vio el nombre en la parte superior del teléfono: KIKI.
Carlos esbozó una ligera sonrisa, se inclinó y la abrazó por detrás.
Micaela se congeló, giró la cabeza y precisamente los finos labios de Carlos rozaron su mejilla.
Micaela se sonrojó al instante, y la voz grave de Carlos sonó a sus oídos:
—Mica, te he ayudado a apuntar.
«¡¿Qué?!»
Micaela se quedó atónita.
«¿Él sabe lo que estoy pensando?»
El marzo del año próximo, se celebraría un concurso de diseño de joyas en Teladia. Y casi todos los que trabajaban en el sector del diseño querían participar en él, porque era una buena ocasión para comprobar sus habilidades.
KIKI acababa de ponerse en contacto con Micaela, preguntándole si quería probar, y entonces se había sentido tentada.
Micaela se apartó de él, con su carita sonrojada, y dijo:
—Carlos, ¡no seas tan malicioso!
Carlos finalmente decidió no gastarle más bromas endiabladas, la acomodó en la silla y se sentó frente a ella. Luego le explicó:
—En realidad, soy el mayor patrocinador de este concurso de diseño y quiero facilitarte el concurso. La competición se divide en preliminares, semi-final y la final, y quiero que entres en la semi-final directamente, y que después entres en la final con tus propias capacidades.
Micaela se quedó paralizada, y negó con la cabeza después de un buen rato.
—Gracias, Carlos, pero quiero empezar desde el principio como todos los otros concursantes.
—Mica, no quiero que te canses demasiado.
Micaela le miró con ojos expectantes y dijo:
—Nunca me cansaré haciendo lo que me gusta. Carlos, no quiero ir al concurso con el nombre de Micaela porque no quiero que la equidad del concurso se vea afectada por la fama que tengo ahora.
Carlos nunca pudo decir que no a Micaela y tuvo que asentir.
—Bueno. Aún quedan tres días para la presentación, así que no te apresures y tómate tu tiempo para dibujar tu obra.
Micaela asintió, se levantó y llevó a rastras a Carlos afuera.
—Ve y haz lo tuyo, te prometo que no saldré a interrumpir tu trabajo. Necesito concentrarme en buscar ideas.
Carlos cogió a la mujer entre sus brazos y la besó en los labios sin que ella pudiera reaccionar.
Tras un buen rato, la soltó a regañadientes y dijo:
—Mica, puedes salir cuando quieras. Me gusta tenerte a mi lado.
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