Tenias que ser tu romance Capítulo 44

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El recuerdo del accidente que había pasado años atrás estaban más vivo que nunca después del regreso de Paula y Fernando. Una vez más, el puerto se llenaba de habladurías pero ya no solo de Paula de la O, si no también de Fernando Saramago y su familia. Muchos culpaban a Minerva por la actitud de su hijo, otros le daban la razón de todo lo que se comentaba de Paula y otros tantos simplemente esperaban para ver qué sucedería y así poder juzgar con bases.

Sin embargo, a Paula y a Fernando ya no les importaba nada de lo que dijeran y mucho menos lo que pensaran, estaban enamorados, se sentían libres y se había prometido estar juntos no importara lo que sucediera; tanto él como ella estaban dispuestos a cumplir su promesa.

Así, después de retomar a sus casas, darse un largo baño y enterarse de las consecuencias de sus actos, Fernando Saramago por la noche, dejó su casa ante la mirada atenta de Natalia para dirigirse a la de Paula de la O, que en este momento se encontraba viviendo con Eugenia, su nana, ya que en su propia casa no era bienvenida y no veía propio el ir con Iván después de lo que le había dicho. El joven, llegó en la camioneta pick-up y tocó la puerta de metal, que segundos después se abrió para revelar el rostro sonriente de Paula de la O.

Él, sin dudarlo la tomó del rostro y le dio un beso sobre los labios que les hizo recordar esas noches que estuvieron juntos en aquella playa solitaria —Te extrañé— hablo Fernando sobre sus labios.

—Yo más— respondió ella.Paula cerró la puerta y con una sonrisa le dijo— vámonos a otro lado, ¿quieres?, llévame lejos.

—Como desees— respondió Fernando en voz baja para después dirigirse con su mano entrelazada a la suya.

Ambos subieron a la camioneta y sin prestar atención a las evidentes miradas que se fijaban en la escena, Fernando arrancó al auto para salir del puerto y llevarla a uno de sus lugares favoritos, la cabaña abandonada de su nana Tica, la mujer que por años le había cuidado y que había vivido el resto de su vida lejos del puerto.

Con la luna brillando sobre el cielo, el aire fresco de la noche y con el corazón latiendo de felicidad, los dos llegaron a aquel lejano y abandonado lugar para por fin estar juntos después de un día tan ajetreado. Tenían tanto que contarse, tantos planes por hacer, tantos besos por darse.

Fernando sacó de la parte de atrás del asiento una manta de algodón y la extendió en la cajuela de atrás para después ayudar a Paula a subir y los dos recostarse para así ver las estrellas. Él, inmediatamente la tomó entre sus brazos y pidió que se acomodara cerca de su cuerpo, recargando la cabeza sobre su pecho; ella lo hizo, luego cerró los ojos.

—Paula— murmuró él un poco melancólico y ella subió la mirada para verle.

—Supongo que tu bienvenida no fue como la mía, ¿cierto? — preguntó ella.

Fernando asintió con la cabeza— Mi madre no estaba enojada pero Natalia estaba furiosa y con razón. La dejé en vergüenza en frente de todos sus amigos y familiares, supongo que no es una escena muy linda de vivir.

—No, no lo es, estoy segura que Iván se sintió lo mismo— Fernando ríe bajito y luego acaricia el cabello de Paula— Iván se puso furioso, jamás lo había visto así pero, supongo que también tiene una razón muy grande, casi, casi lo dejé plantado en el altar.

—¿Se le pasará? — preguntó él.

—No lo sé, espero que si. Sólo sé que ni hoy ni mañana es un buen día para hablar con él, debo esperar a que todo se tranquilice y volver a retomar la plática.

—Si quieres puedo ir yo a hablar con él, al fin y al cabo, tú no tuviste la culpa.

—No, no… ¿a caso quieres que te golpee? — pregunta Paula seria— lo mejor para ti es que te mantengas alejado de todo, ¿si?, déjame a Iván a mí.

—Está bien, yo sólo quería ayudar— responde Fernando para después darle un beso sobre los labios.

Ella se une a ellos respondiéndole el beso, provocando de nuevo entre los dos esa pasión, esa excitación que juntos descubrieron. Si Fernando quisiera en ese momento le haría a Paula el amor una vez más, pero a su mente vino la noticia de Natalia que le obligó a secarse.

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