Tenias que ser tu romance Capítulo 45

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POSITIVO.

Eso decía claramente la hoja que la señorita del laboratorio le había entregado a Fernando Saramago y por más que la leía el resultado no cambiaba. Al lado, yacía Natalia con una sonrisa más que triunfal mientras acariciaba su vientre que, aunque no estuviera abultado todavía, era un signo de que su bebé estaba adentro.

«No puede ser, no puede ser», repetía Fernando en su mente mientras observaba la palabra “positivo” una y otra vez.

―¿Ahora me crees? ― preguntó ella viéndolo directamente a los ojos ―O ¿vas a necesitar una prueba más?

―Te creo― respondió Fernando sin más y le entregó el resultado a Natalia para que lo guardara.

Así se quedó en silencio mientras trataba de pensar cómo le diría a Paula la noticia después de haberle pedido matrimonio la noche anterior. La mano de Natalia se envolvió sobre su brazo y cuando Fernando volteó pudo ver en sus ojos un triunfo total, esa condena que ahora debía cargar.

―Quiero que sea niño para que conserve el apellido Saramago ― habló entre sonrisas.

―Vámonos Natalia, no discutamos esto en medio del laboratorio.

―¿Qué?, ¿tienes miedo de que alguien nos escuche? O, ¡ya sé!, quieres que Paula de la O se entere por tí y no por habladurías.

―Quiero que nos vayamos de aquí ― contestó él firme mientras la jalaba para salir.

―Cuidado cariño, que traigo aquí a tu bebé y no querrás que le pasa nada, no después de que le dije a mi familia y que me debes algo por haberme dejado plantado en nuestra fiesta de compromiso― expresó en un tono más firme, con unas trazas de enojo.

―Sólo vamos Natalia, no más― pidió Fernando y ambos salieron del laboratorio cerrando la puerta detrás.

El camino a casa fue largo, bastante para ser verdad. Fernando no sabía si era porque el tiempo ahora se movía lento o tan rápido que no sabía como manejarlo. Mientras tanto Natalia no paraba de hablar de los planes que tenía, de lo que compraría y de los nombres que posiblemente le pondría, aunque Fernando era el elegido ya que ella y su madre querían conservar la línea.

Fernando no escuchaba, sólo veía hacia el frente y manejaba como si tuviera una especie de piloto automático que lo llevaba hacia ese lugar conocido ¿Cómo le diría a Paula?, no cabía duda que las decisiones tomadas en el pasado ahora le explotaban en el rostro y peor aún, en forma de un bebé que no tenía la culpa de éstas.

Ambos llegaron a la casa y de inmediato Natalia gritó de felicidad cuando vio a los próximos abuelos de su bebé sentados en la sala― ¡es un Saramago!― dijo y Minerva emocionada la abrazó y le dio un beso sobre la mejilla.

―¡Bendito Dios!, tendré un nieto ― festejó.

Su padrastro todavía tuvo la hipocresía de acercarse a Fernando para darle un abrazo que en seguida él rechazó de la manera más sutil. Él no estaba para festejar nada. Esta escena era la de su caída, donde sucumbía ante el poder de su madre y ahora de su prometida.

―¡Vas a traer un nuevo Saramago al mundo!― le felicitó su madre.

Fernando negó con la cabeza ― no me felicites madre, si ese bebé viene en camino fue por un desliz, no por un acto de amor― me atrevo a decir haciendo que Natalia se lleve la mano a la altura de los detonando sorpresa― soy un idiota, jamás debí regresar.

Minerva sonrío― el destino ha hablado, ahora, ¿planeamos una boda? ― preguntó.

Fernando tomó de nuevo las llaves del auto y sin decir nada salió corriendo de la sala. No sabía a dónde iría, sólo que esperaría a que el sol se metiera para poder ir con Paula y explicarle todo, antes de que su madre lo hiciera por él.

[…]

Paula de la O fue llamada por su padre y su tía esa misma tarde. Le dijeron que era urgente su presencia en su antigua casa, esa que ella tanto amaba pero que había prometido jamás regresar. Sin embargo, se encontraba de nuevo caminando por la misma acera que en pocas cuadras la dejaría frente a la puerta de su casa. Antes de llegar, se quitó el anillo de compromiso que Fernando le había dado la noche anterior y lo guardó cuidadosamente en su bolsa. Al sentir el dedo desnudo un golpe de melancolía le vino al pecho o más bien, una presentimiento, pero no sabía cuál de los dos era el correcto.

Antes de abrir la puerta de su antiguo hogar, suspiró profundo, tomo fuerzas para poder enfrentar a lo que se venía y con toda la seguridad del mundo abrió la puerta para encontrar su hermosa casa, llena de azulejos y madera que tanto amaba.

―¿Hola? ― preguntó a la nada, ya que sin Eugenia nadie venía a ver la puerta.

Dejó la bolsa sobre la banca de la entrada y caminó unos pasos para entrar a la sala donde Iván se encontraba de pie con los brazos cruzados y su padre y su madrastra tomando café en la vajilla “buena” esa que se utilizaba para las ocasiones especiales. El rostro de Iván era sumamente diferente al que ella estaba acostumbrada, por lo que su mirada causo calofríos en ella, y le hizo saber que algo estaba mal.

―Iván, ¿qué haces aquí?― preguntó Paula.

―¿Qué no vas a saludar a tu padre? ― respondió en lugar del hombre su tía que movía la cuchara revolviendo el café.

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