Tenias que ser tu romance Capítulo 46

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La vida de Paula de la O antes no era tan dramática y dura. Ella solía ser una niña muy feliz, llena de sueños e ilusiones. Su padre, solía llevarla a la playa para que juntos construyeran castillos de arena y después esperar a que la marea subiera para deshacerlos poco a poco. Su madre, esa hermosa mujer de cabellos color sol, solía cepillarle el cabello con cuidado tarareando una canción que la tranquilizaba y alejaba el dolor de los tirones por lo enredado del cabello. Paula era talentosa, su sueño era tocar las estrellas, trabajar en un lugar que llevara cohetes a la luna y poder ver la tierra desde arriba.

Sin embargo, todos sus sueños había sido aplastados por la desgracia y ahora se había convertido en una pieza de ajedrez que todos podían mover a su manera. La vida parecía que ya no le sonreía y cuándo ella pensaba que podría escapar el destino le decía que debía quedarse pero ¿a qué?, y ¿para qué?, ¿por qué razón la vida insistía en mantenerla en ese puerto que solo le traía desgracias.

Después de la visita de Iván, Paula revisó cada uno de las facturas que había pagado y al hacer la cuenta se percató que le debía miles y miles de pesos que podrían haber llegad a medio millón, algo imposible de pagar e Iván lo sabía, por eso lo había hecho. Finalmente dejó atrás los papales y sin dudarlo dos veces salió de su casa para irse a su playa favorita, ya no lloró, ya no podía, había gastado todas las lágrimas y ya ni siquiera lloraba de felicidad, esa fue la última vez que Paula lloró y pasarían años antes de volver a sentir ese impulso de hacerlo.

Minutos después la camioneta de Fernando llegó y ambos al verse se abrazaron fuerte y se dieron un beso que les supo a alegría mezclada con melancolía. Él traía malas noticias, ella también pero aún así disfrutaron ese breve instante de felicidad al verse. Ambos se separaron y al verse a los ojos supieron que su boda quedaría postergada por un periodo de tiempo indefinido, pero que su amor dudaría hasta el fin de los tiempos.

―Vámonos de aquí ― le pidió él en un murmuro ― vámonos de este lugar y no volvamos más. Tomemos el cabello atravesemos los cerros y larguémonos de aquí.

Paula asintió con la cabeza y tomando la mano de Fernando los dos corrieron hacia el caballo que los esperaba en una de las esquinas del lugar. Él subió con facilidad y ayudando a Paula a que lo hiciera también, ambos emprendieron el camino lejos de ahí, alejándose del puerto, olvidando que estaban atados a garantías de los errores que se habían cometido, disfrutando por un momento de ese amor que había llegado tarde pero fuerte.

Esta vez Fernando no llegó tan lejos, pero si lo suficiente para poder estar a solas con ella. Llegaron al lugar de la noche anterior y tan sólo abrieron la puerta, ambos se entregaron a la pasión que traían dentro. Posiblemente podría ser la última vez que harían el amor ante de entregarse a lo que ellos pensaban era su destino.

Ambos se despojaron de las ropas y sin importarles nada se dejaron llevar. Fernando besó cada centímetro de su cuerpo haciéndola delirar, erizando su piel, provocando palabras de deseo y amor en ella. Mientras Paula disfrutaba una vez del placer de ser amada, algo que sabía pronto se perdería. Ella acarició el cabello de Fernando, jugó con él, besó su piel, memorizó cada parte de su cuerpo para después sucumbir en el final encima de él. Ni siquiera en ese momento las lágrimas rodaron por sus mejillas.

―No me voy a ir Paula, no me iré ― prometió él viéndola a los ojos ― te prometo que jamás me separaré de ti.

―Lo sé ― murmuró ella sonriéndole. Quería que esta imagen se quedara para siempre en la memoria del hombre que amaba ― lo sé, yo aquí estaré.

―Te amo ― le dijo él acariciando su largo y sedoso cabello rubio.

―Te amo. Siempre he he amado y así será hasta el último día de mi vida ― recitó Paula.

―Hubiera deseado haber regresado antes, venir por ti y llevarte a otro lugar. Uno donde nadie nos dijera que hacer o nos pusiera condiciones.

―Un día saldremos de aquí ― habló ella.

Fernando tocó su vientre caliente con la palma de su mano y sin dudarlo le dijo ― ojalá mi bebé fuera tuyo, ojalá hubiese recibido esa noticia de ti y no de otra.

Paula abrió los ojos, no sorprendida por la noticia si no por lo que él deseaba. Ella puso su mano sobre la suya y le sonrío ― sé el padre que tu padre no fue y yo seré la amiga que necesitas.

―No quiero ser tu amigo ― replicó él de inmediato ― quiero ser tuyo.

―Ya eres mío ― murmuró Paula ― y yo soy tuya, no importa lo que pase, soy tuya, ¿me entiendes? Te pido por favor que por ahora nos mantengamos a raya ¿si?

―¿Lo dices porque Iván fue a amenazarme hoy?, me dijo que si interrumpía tu boda me metería una bala en la sien.

Ella se levantó asustada ― te pido que te mantengas al margen ¿si?

―No te preocupes, no haré nada que no me digas. Además ahora tengo un bebé en camino y debo estar ahí para él o ella, no importa si ya no amo a su madre, porque te amo a ti.

Paula estiró la mano y tomó su bolsa para sacar de ella el anillo de compromiso que una noche antes le había dado y se lo entregó ― ten.

―No Paula, es para ti, tómalo como un anillo de promesa de que un día, no importa si tenemos ochenta años, me casaré contigo y seremos felices ― recitó Fernando ― no importa si no lo llevas, sólo guárdalo en un lugar seguro, uno donde sepas que nadie lo encontrará.

―Está bien ― respondió con una sonrisa y bajó la mirada.

―Sin tristezas amor, te prometo que todo estará bien, ¿me crees?

― Te creo ― respondió Paula.

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