Tenias que ser tu romance Capítulo 47

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Un año después

Las cosas en el Puerto parecía que seguían igual, pero no era así. Los rumores desde aquellas bodas habían aumentado pero acallaron cuando Natalia Martí dió a luz a un niño que llevó por nombre Pablo Saramago, dejando el Fernando atrás. La decisión fue de ella, no se sabe por cuál razón pero, era evidente que lo había hecho para no darle el gusto a Minerva de Saramago que deseaba una tercera generación con ese nombre.

A Fernando padre no le importó, cuando su hijo nació todo lo malo que sentía desapareció, se esfumó y él se aferró a la alegría que el nacimiento de ese pequeñito le traía. Era tan parecido a él que en lugar de decirle por su nombre lo llamaban “El pequeño Saramago” lo que a muchos les causaba ternura; a Natalia no, ella después de la llegada de su hijo se perdió en un mar de amargura. Encerrada en un Puerto aburrido, con un marido que no le correspondía sentimentalmente y un hijo que en lugar de garantía la había atado a un matrimonio sin amor, ella pasaba sus días con migraña encerrada en su habitación, dejando que Fernando se encargada del bebé y ganándose el enojo de su suegra que le insistía que debía ser la madre a la que estaba destinada. Sin embargo, a Natalia no le importaba, y entre lapsos de migraña y quejas por el clima, sucumbió convirtiéndose en el pariente incómodo de la casa.

En cambio, Fernando se volvió el hombre que debía ser. Como lo prometió, le quitó a su padrastro el mando de la empresa de su padre y él tomó posesión se ella. La arregló, empezó a innovarla y la volvió poco a poco a su esplendor, haciendo que los Saramago volvieran a brillar. Sin embargo, tenía un problema, Iván Torres, su ex amigo y ahora esposo de la mujer que amaba se había vuelto su competencia directa no sólo levantando la empresa del padre de Paula si no peleando los socios entre ellos lo que hacía cada día más difícil seguir.

Pese a que Iván era una piedra en el zapato, lo que más difícil para Fernando era saber que la mujer que amaba estaba a tan solo unos metros de distancia y que no podía ni siquiera hablar con ella, ya que Iván puso ciertas restricciones a la relación que tendrían los dos. Lleno de celos, poder y coraje, mantenía Paula bajo un ojo vigilante de su familia, allegados y la gente del Puerto para que no se pudieran ver, permitiendo que Fernando sólo la observara de lejos cuando atendía uno de los locales o las pocas veces que ella salía al lado de Iván a la calle.

Fernando parecía fantasma observándola desde las esquinas, quedándose un momento fijando su mirada ante esa bella mujer que cuando podía le sonreía discretamente para no causar la ira o los celos de ese hombre que la había traicionado. Si hay algo que duela más que un corazón roto, es la traición del hombre que en una vez confió, por lo que Fernando, no importando como se sintiera o las ganas que tuviera de besarla, se mantenía a raya, a su lado, en ese puerto esperando poder coincidir con ella aunque fuera unos minutos para decirle que la amaba; porque aliados tenían para poder verse aunque fuese una vez.

[…]

La fiesta del Pequeño Saramago se esperaba en grande, el niño cumpliría un año de edad y la abuela quizo presumir que su primer, y al parecer, único nieto estaba sano y que continuaría con el linaje de esa familia que tenía todo, aparentemente. Así, que decidió que fuera un magno evento, donde Fernando se dejara ver con Natalia para apagar los rumores de que su matrimonio era una miseria y que pronto se terminaría la pantomima que vivían juntos.

Así, siendo Iván dueño de cada uno de los locales de víveres que había en el puerto, no había otra persona que pudiese surtir lo que necesitaban más que ellos, obligando a Minerva a ver a Paula al rostro más de una vez a la semana mientras ella la miraba con los mismos ojos que su fallecida madre, recordándole que estaba ahí y que aunque no quiera tenía un corazón de un Saramago.

Iván, tenía estrictamente prohibido surtir a los Saramago llevando la mercancía y si llegaba a hacerlo ella debía ir acompañada de uno de sus hermanos o de sus padres, para evitar cualquier contacto con Fernando, o al menos esto pensaba. La verdad es que el puerto era demasiado chico para no verlo y las oportunidades estaban a la orden del día y si los dos no se veían era porque se mantenían a raya, para no levantar más rumores, para no levantar más sospechas.

Sin embargo, con la fiesta del pequeño Saramago en puerta y con la fiesta del Puerto en camino, los pedidos a los almacenes Torres se incrementaron y el personal no se daba a basto, por lo que esta vez Paula fue la que tuvo que llevar el pedido para la fiesta del hijo del hombre que amaba justo a su casa, rompiendo cada regla y cada imposición que le habían puesto; obviamente vigilada por su cuñada.

Ambas entraron a la enorme casa por la puerta de la cocina, y después de dejar la mercancía sobre el suelo y hacer el inventario, Paula entró a la sala para ver si Minerva se encontraba ahí y cobrarle el dinero que le hacía falta pero, jamás se imaginó, que se encontraría a Fernando bajando las escaleras justo en ese preciso momento.

―¿Paula? ― preguntó Fernando emocionado al ver como entraba a su casa.

―Vengo a entregar el pedido que encargó la Señora Saramago ― habló firme.

Fernando observó unos momentos a aquella hermosa mujer que con el tiempo se volvía cada vez más inteligente, madura, bella. Él corrió a abrazarla pero Paula negó con la cabeza, ya que momentos después llegó su cuñada con el recibo de la compra.

―Aquí están los víveres Fernando ― habló la hermana de Iván tranquila, con una sonrisa. Ella por ahora era la única amiga de Paula dentro de la familia Torres lo que hacía que su vida fuera tranquila y fácil de digerir por ratos.

―Gracias.

―Muchas felicidades al pequeño Saramago ― comentó Paula sinceramente ― sabemos que es su cumpleaños.

―Le doy las felicitaciones de tu parte ― respondió él sonriente ―¿crees que puedas venir a la oficina por el pago? ― pregunto a Paula.

Paula volteó a ver a su cuñada que asintió levemente dándole permiso. A pesar de todas las restricciones que Iván le ponía, ella estaba consiente de que Fernando y Paula se amaban y que no había nada que pudiera hacer que ellos pararan de hacerlo.

―Diez minutos Paula ― murmuró y se quedo en la sala mientras su cuñada y Fernando caminaban hacia la oficina de la casa.

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