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Paula de la O y Fernando Saramago, se hicieron amantes justo dos semanas después de casarse cuando ella, gracias a una pelea con Iván porque quería obligarla a dormir con él se escapó al último lugar donde había estado con el amor de su vida; para su suerte, él se encontraba ahí.
Se vieron esa vez y se hicieron el amor hasta que sus cuerpo no pudieron, después se prometieron regresar una vez al mes para poder estar solos en aquel escondido lugar que sólo algunos sabían como llegar. Así Fernando convirtió la antigua casa de su nana en el lugar de refugio para ambos, la remodeló, le puso una cama decente y para no levantar sospechas al exterior la alumbró sólo con lámparas de aceite y velas que le dan un toque más romántico a la velada.
Sin embargo, las sospechas de Iván y los infinitos celos que lo carcomen por dentro, comenzaron a hacer estragos en los encuentros, por lo que los horarios para ver se comenzaron a variar; a veces se ven por la madrugada justo cuando Paula sale a la central de abastos o muy de noche cuando Iván se pone borracho en el bar y se pierde entre el mar de botellas.
Eugenia se convirtió en una de las piezas clave para esto, siendo ella la que pasa los mensajes a Fernando y cubriendo a Paula cuando llega un poco tarde sin embargo, Iván no es tonto y a pesar de todo lo que ambos hacen para conservar su amor, el poder puede más y el dinero pueden un poco más por lo que siempre termina enterándose de lo que su mujer hace cuando él no está cerca, lo que le causa más celos, más frustraciones y sobre todo pesar.
Así, el encuentro entre Fernando y ella en su casa no pasó desapercibido por tanto tiempo, por lo que tan sólo regresó a su casa en la noche, Iván la esperaba sentado en la sala, con una botella al lado y el semblante enojado; desde hace un año él no era feliz, a pesar de tener a la mujer que amaba a su lado.
Paula cerró la puerta y antes de subir las escaleras la voz firme y severa de Iván la detuvo.
―Paula, ven a la sala.
Ella suspiró profundo, después dejó las llaves sobre la mesa del recibidor junto con su bolsa y entró caminando lento. La casa, que Iván había comprado para pasar el resto de su vida al lado de ella, era una de las más grandes que había en el puerto. En su mente, la llenarían de hijos, habría fiestas celebrando cada uno de sus cumpleaños y Paula viviría feliz y protegida. Sin embargo, ahora era todo lo contrario. De las siete habitaciones dos se encontraban ocupadas, no había fiestas ni hijos y la mayoría del tiempo se escuchaba el silencio para luego romperlo en una pelea que terminaba en lágrimas por parte de ambos. Iván, había llevado su corazón roto a otro nivel, al de la amargura, la confusión y la inestabilidad.
Así que, al entrar a la enorme sala, Paula supo lo que le esperaba y mejor se relajó ya que venía tan feliz de haber visto a Fernando aunque fuera una vez sin tener que recurrir a la obscuridad.
―¿Por qué tan tarde? ― le preguntó.
―Tuve que hacer el corte de caja de casi todos los almacenes― habló con la verdad.
―Y, ¿por qué no lo hizo alguien más?
―Tu hermana me lo pidió― respondió
Iván se sirvió un poco de tequila en el vaso que tenía al lado y tomándolo con la mano derecha se puso de pie para caminar hacia Paula. A ella le daba una lástima terrible verle así. El Iván gallardo, tranquilo y simpático había desaparecido para darle pasó a otro totalmente desconocido para ella. Iván le acarició el rostro con cariño, provocando que Paula cerrara los ojos para luego decirle ― duerme conmigo esta noche Paula.
Ella se quedó en silencio. Ésta no era la primera vez que Iván se lo pedía y las veces que había accedido todo había terminado muy mal, por lo que a partir de ese momento esa petición sólo tenía una respuesta.
―No― murmuró Paula ― sabes que no puedes pedirme eso.
Iván tomó de un sorbo el te quila para luego aventarlo contra el suelo y tomarla del cabello.
―¡Claro!, ¡lo sabía!, es porque te fuiste a ver a ese Fernando Saramago ― reclamó.
―¡Fernando no tiene nada que ver con esto!― arremetió ella jalando el brazo de Iván para que dejara de lastimarla ―¡Tú sabes porqué es eso!, ¡si no quiero estar contigo es tu culpa!
―¡Dime qué estabas haciendo en casa de Fernando y no me mientas!― gritó Iván furioso con un aliento a tequila que provocó que Paula cerrara los ojos.
―¡Fui a entregar un pedido!
―No te creo.
―Es verdad, tu hermana está de testigo. Si no me cree ve y pregúntale a ella― contestó firme Paula viéndolo a los ojos.
―Déjate, eres mi mujer, ¡eres mi mujer y tengo más derechos que cualquier otro hombre!― comenzó a subir la voz de nuevo mientras la besaba bajando por su cuello.
―Me estás lastimando Iván.
―No me importa, te deseo, eres todo para mí y tengo derechos sobre ti así que déjate― expresó furioso apretando sus muñecas.
Paula comenzó a moverse para tratar de zafarse y como pudo levantó la rodilla para pegarle sobre el abdomen y dejarlo tirado de dolor frente a ella. Luego terminó de caminar por pasillo para entrar a su habitación.
―¡Vuelve! ― gritó Iván para luego toser ―¡te apuesto que esto no le harías a Fernando verdad!
―¡Basta Iván!― gritó ella desde la puerta y luego la cerró.
―Tuvieron razón todo siempre, eres una cualquiera que te gusta meterte con casados, ¡eres una zorra Paula de la O!― le insultó con todas su fuerzas.
Paula se recargó sobre la pared y busco su celular para poder llamare a Eugenia en caso de que se pusiera agresivo como la otra vez y tratara de entrar a la fuerza. Sin embargo, Iván ya estaba tan borracho que después de dos golpes sobre la madera cayó del otro lado llorando.
―No es cierto Paula, perdón ― se disculpó arrepentido ―te amo Paula, te amo tanto pero te odio de igual forma, no quiero que te vayas pero ya no quiero vivir así… Paula abre te lo pido, nunca te haría daño, solo abre, sólo quiero estar contigo― le rogó mientras ella escuchaba del otro lado con la mirada sobre el suelo.
Ya no recordaba cuántas veces había vivido esta escena y cuantas veces había terminado abriendo la puerta para encontrar a un Iván desconsolado y convertirse de nuevo en uno agresivo cada vez que veía a los ojos a Paula acordándose de la situación. Ahora, sólo lo dejaba llorar, lo dejaba seguir hasta que él se quedaba dormido o se ponía de pie saliendo de la casa. Hablar entre los dos ya no era posible, ni ponerse de acuerdo para vivir en sana paz, todo eso había quedado en el pasado.
―Paula, yo te amo, Paula― le rogó Iván hasta que ya no pudo más y con un golpe en la puerta le gritó ―¡Jamás serás de Fernando entiendes!, ¡Jamás!, así sea lo último que haga, así me muera en el intento, ¡jamás serás de Fernando Saramago! ¿Comprendes? ¡COMPRENDES!
Después se puso de pie y caminó por el corredor hasta encerrarse en la habitación con un portazo que cimbró las paredes de la casa. Ella se quedó en silencio, viendo a la nada, pensando como había llegado a una situación así.
―Mejor nos hubiéramos quedado en la playa ― murmuró Paula recordando la vez que Fernando la llevó lejos del puerto ― ese día nos hubiéramos ido y míranos ahora, encerrados en este puerto donde hace tanto calor como en el infierno. Pero como tu me dijiste Fernando, mientras estemos juntos, haremos cualquier infierno nuestro paraíso― recitó ella cerrando los ojos y acordándose del breve instante en este día, donde había sido feliz.
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