Tenias que ser tu romance Capítulo 51

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Después del intercambio de palabras que hubo entre Fernando y su madre. Él, salió como casi todas las noches lo hacía a ese lugar secreto donde se veía con Paula, a esperarla, con la esperanza de que ella se apareciera y pudiesen pasar unas horas juntos.

Había noches que Fernando pasaba toda la noche ahí, reflexionando, pensando sobre su vida y mirando constantemente a la puerta por si en algún momento ella atravesaba y su vida mejoraba en un segundo. La extrañaba como loco, todos los días, a cada hora, en cada momento. Era su primer pensamiento al abrir los ojos y el último cuando debía irse a dormir. Paula de la O era la única razón por la que aguantaba cada día y la única que lo mantenía estable dentro de una situación que pensaba no tenía fin.

Cada vez que Fernando llegaba a esa pequeña casa escondida entre la poca selva que había por el lugar, respiraba tranquilo y no podía dejar de pensar que prefería estar bajo entre esas cuatro paredes con Paula de la O, que en la enorme casa de sus padres donde se sentía prisionero a pesar de que ahí vivía su hijo, la única víctima de todo esto y el único que lo mantenía a flote. Cada vez que Fernando lo veía no dejaba de imaginar, que ese era su hijo con Paula de la O y que ambos lo habían procreado con el amor más sincero que había entre los dos.

―Ojalá nos hubiésemos quedado a vivir eternamente en ese playa. Ojalá nos hubiéramos escapado juntos― murmuró viendo hacia el mar como lo hacía siempre.

La puerta del lugar se abrió y cuando Fernando escuchó el ruido, volteó de inmediato y la vio, con ese precioso cabello dorado sobre sus hombros y un vestido fresco de color blanco como los que le gustaba usar.

―¡Amor!― dijo ilusionado y corrió hacia ella para abrazarla con fuerza ― ¡qué bueno que viniste!, no sabes cuanto te he extrañado.

Fernando se separó de ella para verla a los ojos y Paula le sonrió ― disculpa si no he venido las otras veces pero, me ha sido imposible― hablo Paula ― tenemos tiempo esta noche, Iván se ha ido a la ciudad y regresará hasta mañana.

―Es la mejor noticia que me has dado― habló Fernando ilusionado y enseguida la cargó entre sus brazos y la llevó a la cama que tenían sobre el lugar.

Paula se río bajito mientras sentía como su cuerpo caía sobre el colchón. Ella acarició el rostro de su amado, se perdió en su mirada mientras sus dedos desabrochaban los botones del vestido y descubrían poco a poco su sostén y revelaba su cuello. Amaba cómo Fernando comenzaba a desnudarla, como sus manos la acariciaban y su labios le transmitían toda la pasión que en ese momento sentía por ella.

Cuando su pechos estaban completamente al aire, Fernando se quitó la camisa en un movimiento para comenzar a desnudarse. No había tiempo que perder, los amantes hacían el amor lento pero se desvestían rápido porque el peligro de que los encontraban siempre estaba latente y tal vez eso hacía que todo fuera mucho mejor, más emocionante, con más deseo y tentación.

Las manos de ambos comenzaron a desnudarse, removiendo la ropa, dejándola caer, hasta que sus cuerpos quedaron desnudos en medio de ese lugar donde siempre hacía calor pero la brisa del mar los arropaba.Este era el momento que ambos añoraban día tras día, hora tras hora. Éste, donde ambos apaciguaban sus deseos, desahogaban sus fantasías y vivían su amor lejos de lo que les hacía daño.

Entre besos y caricias, Fernando entró en Paula y la hizo suya una vez más, aunque era sabido que sólo era de ella y de nadie más. Ella le dio la bienvenida, apartando sus piernas para recibirle y gemir de placer al sentirlo dentro de ella. Sus manos se aferraron a su espalda, mientras el movimiento de caderas de su amado comenzaba a causarle todo ese placer que muchas veces soñaba encerrada en aquella habitación que Iván llamaba “su hogar”.

―Te amo― murmuró ella mientras los gemidos de Fernando cantaban en su oído.

―Tú no sabes cuánto te amo Paula― respondió él.

Sus cuerpos se frotaban, sus bocas se comían sin medida y las manos tocaban aquellos lugares escondidos que no se podían tocar a la vista de todos. Cuántas veces Fernando no la veía de lejos, en el Puerto y, deseaba tomarla de la cintura y besarla a la vista todos, gritarles que Paula era suya y de nadie más. Cuántas veces ella no fantaseaba con que él venía a buscarla de noche y se la llevaba a otro país, lejos, para poder vivir su amor sin nada ni nadie que se los prohibiera.

Pero no era posible, no por ahora, y esa cama y sus cuatro paredes era lo único que tenían por el momento, ese pequeño refugio que Fernando había creado para ellos dos.

―Paula― murmuró en su oído para que ambos explotaran de placer y sintieran sus cuerpos debilitarse ante ese choque eléctrico que les recorría.

Paula y Fernando, se quedaron un momento sintiendo sus corazones latir apresurados, sus respiraciones agitadas y el peso de sus cuerpos rendidos sobre la cama. Después de un tiempo él levantó el rostro y la miró.

―No voy a negar que me encanta que Iván se haya ido de viaje― murmuró él.

―A mí también, no sólo por esta oportunidad si no porque así me deja respirar un poco ― contestó. Le dio un beso sobre los labios ―¿cómo te fue en la fiesta del pequeño Saramago?, ¿se divirtió?

Fernando suspiró― sabes que no me gusta hablar de mi familia cuando estoy aquí contigo― le recordó.

―Es el pequeño Saramago, ese niño no tiene la culpa de nada― habló con ternura.

―Tienes razón― respondió― le fue bien, él es feliz o al menos eso espero. Cayó rendido de tanto jugar y de estar de brazo en brazo. Los únicos brazos que le faltaron fueron los de su madre.

―¿Qué quieres decir? ― preguntó ella.

―Natalia, ella no estuvo en la fiesta. Fui a ver unas cosas a la oficina y cuando regresé no estaba, cuando salí tampoco.

Paula frunció el ceño y apretó los labios ― yo la vi.

―¿Qué? ― preguntó Fernando interesado.

―Fue al almacén a reclamarme. Me echó la culpa de todo e insultó a mi madre.

―Y, ¿después?, ¿qué hizo? ― preguntó Fernando de inmediato.

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